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Fin de las fronteras políticas

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mar 20 septiembre 2011 02:54 PM

La globalización, como una forma más compleja y avanzada de internacionalización, implica también cierto grado de integración funcional de las actividades económicas, dispersas en diferentes espacios, eliminando el concepto e incluso la realidad de las economías nacionales. Fusionando espacios económicos, la globalización ignora las fronteras políticas.

- El fenómeno globalizado ha provocado trastornos en las costumbres, tradiciones, valores y certidumbres tanto económicas como sociales. Se trata de una revolución que ha llevado a una movilidad extrema los factores de producción. Uno de los principios globalizadores es el que todo es movible; por ejemplo, los empleos viajan a los espacios industriales que tienen mayores ventajas comparativas, las empresas se establecen para cumplir con determinadas funciones industriales, siguiendo una lógica económica, y la transferencia de fondos y capitales se lleva a cabo de manera casi intangible.

- Este nuevo fenómeno ha producido un desfase de la correspondencia entre los espacios políticos y los espacios económicos, debido a la tendencia creciente de que los cambios económicos se concreten en un gran mercado único, como si ya no existiera el Estado nación en el plano político.

- Sin embargo, a pesar de la desaparición de las economías nacionales, los individuos que constituyen una nación, permanecen, de ahí la necesidad de inventar nuevos instrumentos para este modelo económico que integra política interna y política exterior en una sola.

- Prisioneros del discurso
La aparición de estos nuevos elementos ha provocado que los políticos se hayan convertido en los prisioneros del discurso de la impotencia. En efecto, la movilidad ha eliminado las fronteras política y generado nuevos espacios económicos, que nos obligan a (re)pensar el tipo de organización gubernamental adecuado para administrar los cambios provocados por los nuevos actores, que han hecho su aparición en la escena mundial apadrinados por el comercio internacional, modificando los esquemas diplomáticos tradicionales. y por la circulación de capitales financieros que ya no están relacionados con la producción inmediata de bienes y servicios. Actualmente, los ciudadanos nos preguntamos cuál es el tipo de organización institucional que puede controlar mejor esos movimientos.

- Los acontecimientos de los últimos meses han demostrado que la internacionalización de los mercados es un hecho del que no es fácil librarse, y su impacto en nuestra vida cotidiana genera una sensación de desaliento y desamparo, ya que el Estado mexicano muy poco o casi nada pudo hacer para evitar los movimientos financieros que nos afectaron de manera individual; en consecuencia, la imagen de los políticos se deterioró rápidamente.

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- Aunque suene contradictorio, el dinosaurio de la era globalizadora -el Estado-nación- todavía es capaz de dar un sentido de orden al proceso de cambios. Los Estados-nación, a diferencia de las multinacionales o el capital financiero, brindan un espacio geográfico para el debate político y económico, en un mundo en el que cada vez es más difícil identificar las fronteras entre los problemas nacionales y los internacionales (migración, narcotráfico, contaminación, etcétera). Son los Estados-nación y sus gobiernos los que están en mejor posición, tanto para reunir las demandas de la sociedad y arbitrar conflictos, como para repartir los costos y los beneficios de la globalización entre la población y el territorio.

- El paquete de rescate diseñado, discutido y otorgado por el ejecutivo estadounidense para enfrentar nuestros compromisos financieros de corto plazo y la dinámica que se estableció con el gobierno mexicano, ilustran muy bien uno de los efectos de la globalización, la fluidez de nuestras fronteras.

- Nuevo contrato social
En un contexto de guerra económico-financiera, el Estado-nación es capaz de llegar a través de concesiones y acuerdos a un nuevo contrato social. Sin embargo, en México la tarea se antoja harto difícil, ya que nuestros políticos han demostrado tener una visión de corto alcance y las estructuras política se encuentran totalmente debilitadas; el mundo político se ha desgastado en pugnas y rivalidades internas.

- El gobierno mexicano se encuentra a merced de un ejército de jóvenes tecnócratas que desconocen los problemas cotidianos de sus conciudadanos, a los que nada ni nadie les hace ver su ignorancia sobre las expectativas y esperanzas, a veces difusas, de la gente, que tienen que ver con la esfera de lo privado, come, la identidad, la dignidad y el patrimonio, y que por lo tanto no son considerados ni asuntos públicos ni datos estadísticos.

- En las actuales circunstancias, la posibilidad del establecimiento de mediaciones política adecuadas para administrar los cambios y establecer consensos parece afín lejana. Los acuerdos a los que se ha convocado a los partidos han sido precarios, y a los nuevos y viejos actores políticos les hace falta ampliar su visión de la política.

- Invocar a la democracia se ha vuelto un lugar común. El remedio a nuestros males por supuesto que pasa por la democracia. Pero por una democracia participativa, en la que los partidos políticos, si es que existen, recojan la demanda social que sirva para el diseño del proyecto de país que queremos y que los ciudadanos adquieran conciencia de que las decisiones que tome el gobierno deben ser sancionadas por ellos mismos a través de figuras política aún satanizadas, como el referéndum. La democracia no se limita a procesos electorales claros y certeros; es más bien una manera de ser de los ciudadanos y del gobierno para enfrentar los problemas del conjunto de la sociedad.

- Tal vez si la imaginación política hubiera reemplazado a la retórica, los ciudadanos organizados habrían podido formar la base social que tanto necesitó el ejecutivo mexicano para sobrevivir la tormenta de enero.

- En virtud de que la globalización ya ha mostrado sus efectos perversos a través de la volatilidad de los capitales financieros, es urgente establecer las bases de un nuevo contrato social, a través de una política que acuerde las nuevas reglas que permitirán a los ciudadanos participar en el diseño y construcción de las política económica y social del país.

- Ex diputada federal, la autora es actualmente consultora de empresas canadienses y francesas.

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