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Globalización y cracks

El autor es profesor de la División de Estudios de Posgrado de la Facultad de Economía de la UNAM
mar 20 septiembre 2011 02:54 PM

Los defensores del proceso de globalización han señalado que una de sus bondades es la distribución de procesos productivos y de capitales a nivel global que resultan en mejores condiciones de crecimiento para todos. Sin embargo, estamos observando que dicho proceso nos está llevando a contextos altamente vulnerables y a la no configuración de dinámicas económicas suficientes para satisfacer los reclamos de empleo y bienestar de la población, tanto de países desarrollados como subdesarrollados.

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A diferencia de las características de la creciente integración entre las economías que venía dándose en el siglo pasado y hasta la década de los 70 del presente siglo, donde el que comandaba dicho proceso era el capital productivo, hoy en día es el capital financiero internacional el que liderea la llamada globalización.

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Los mercados de capitales cuentan con una gran liquidez que ofertan al mundo. Los países subdesarrollados, por su parte, están deseosos de capturar capitales para financiar políticas de reducción de la inflación y para su crecimiento económico, por lo que instrumentan políticas que generen condiciones de confianza y rentabilidad en favor de dicho capital.

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La globalización asume características muy diferentes a la internacionalización que comandó, hasta hace poco, el capital productivo. El capital financiero impone políticas de liberalización económica, de estabilidad del tipo de cambio nominal y de reducción del déficit público, para facilitar su libre movimiento y asegurar su rentabilidad y expansión.

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Los mercados financieros, a diferencia de la actividad productiva, permiten gran flexibilidad y movimiento al capital, para cubrirse y/o tomar ventaja de los cambios de paridad cambiaria y de tasas de interés que acontecen en los diferentes mercados de capitales, de divisas y bursátiles.

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La liberalización financiera obliga al predominio de políticas de reducción de la inflación, por lo que no permite políticas de crédito para financiar a las empresas, ni de expansión del gasto público para dinamizar el mercado interno, debido a que presionarían sobre precios y afectarían la rentabilidad financiera. De tal forma, al privilegiarse los objetivos de estabilidad monetaria, no se puede tener política macroeconómica para el crecimiento productivo.

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LIBERALIZACIÓN FINANCIERA, MENOR -CRECIMIENTO
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La liberalización financiera y la búsqueda de activos rentables por parte del capital financiero ha estimulado el flujo de grandes cantidades de capital a los mercados de capitales y divisas, lo cual ha sobrevaluado el precio de las acciones de las bolsas y de las monedas de tales economías. Esto ha reducido la competitividad de los productos de los países con moneda apreciada –tal es el caso de los Países del Sudeste Asiático (PSA) y el de México -1989-1994–, lo que hace que crezcan más las importaciones en relación con sus exportaciones, origina regresiones industriales, desaparece los superávit comerciales, aumenta el endeudamiento externo y obliga a promover más entrada de capitales. Además, se afecta la rentabilidad ofrecida en la esfera productiva, por lo que es más atractiva la esfera financiera-especulativa.

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Esto hace que los recursos de las empresas y de los propios bancos se canalicen a las bolsas de valores y se desarrolle un proceso de “financierización” de las empresas, donde las unidades productivas pasan a ser aportadoras líquidas a los mercados financieros, lo que incrementa la sobrevaloración de las acciones bursátiles, por lo que porcentajes crecientes de sus ganancias son explicadas por las que se obtienen en el mercado financiero y de capitales.

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Vemos así cómo el capitalismo desarrolla formas más avanzadas y perversas que han determinado un menor dinamismo de la inversión productiva, llevando a que las economías disminuyan su crecimiento. De hecho, las economías europeas y la japonesa muestran crecimientos muy bajos en la década de los 90 y los PSA han perdido el dinamismo alcanzado en las dos décadas pasadas. Por su parte, Estados Unidos sale victorioso en la globalización, debido a que sus políticas llevaron a la apreciación de las monedas de los PSA con respecto al dólar; sus productos mejoraron su competitividad y dinamizaron su -economía a costa de fragilizar la de los PSA.

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REPERCUSIONES DEL CRACK ASIÁTICO
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La caída generalizada de las bolsas de los países del sudeste asiático, sobre todo la de Hong Kong, así como el alza de la tasa de interés y la desvalorización de sus paridades cambiarias, mandó señales a los inversionistas de todo el mundo, con ganancias en sus carteras de acciones, a disolver sus posiciones en ritmo frenético. Procedieron a la venta de acciones ante las perspectivas de menor crecimiento económico y de ganancias.

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El clima de incertidumbre generado en los PSA ha generalizado una ola de pesimismo por el mundo, lo que ha llevado a los capitales a dejar los mercados financieros y bursátiles, tanto de aquellos cuyas monedas enfrentan presiones por sus problemas de balanza de pagos, como de las economías que pasan a ser afectadas ante las secuelas que se derivan del llamado “efecto dragón”.

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La caída de las bolsas evidencia que se está dando la destrucción del capital ficticio, que se había configurado a raíz de la sobrevaloración de las acciones realizadas a partir de la gran entrada de capitales que se dio en los principales mercados de capitales del mundo y en las llamadas economías emergentes, que no tenía sustento en la dinámica productiva de tales países.

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Los problemas de los PSA afectarán la economía de Japón y de Estados Unidos, debido a que 40% del comercio del primero es con tales países, mientras que un tercio del comercio del segundo es con Asia. Así, la menor demanda que originarán las políticas de los PSA se traducirá en menores importaciones, lo que afectará las exportaciones de Estados Unidos y Japón, como del resto de países, dada la interrelación económica existente. Tal situación se acentuará por la desvalorización de las monedas de los PSA, que mejorará la competitividad de sus productos y restringirá el crecimiento de sus importaciones.

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Se configura una tendencia recesiva y deflacionaria, debido a que la devaluación de las monedas de los PSA les permitirá tener mejor posición competitiva, por lo que podrán reducir sus precios para incrementar más sus exportaciones y alcanzar lo más pronto posible su ajuste externo. El menor crecimiento de demanda interna que enfrentarán tales países, y el aumento de los inventarios que ello originará, presionará a la baja de precios, lo que aumentará la competencia mundial.

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Sin embargo, será difícil que en breve tiempo ajusten su balanza comercial, debido al contexto de menor crecimiento que se configurará a escala mundial. Esto hará más costoso el ajuste en términos de quiebre de empresas, desempleo, caída de salarios reales, adeudos no pagados e inestabilidad bancaria, lo que dificultará retomar la dinámica económica.

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Ante la mayor competencia mundial que se avecina, México tendrá poco que hacer, debido a que no podrá flexibilizar mucho su tipo de cambio, debido a que atentaría sobre la rentabilidad del capital financiero, en el que sustenta el financiamiento del pago de servicio de la deuda externa y el contexto de economía abierta. Al no poder encarar la competencia, proseguirán los problemas de acumulación de capital de las empresas y las presiones sobre el sector externo. De tal forma, se acentuará la vulnerabilidad de la economía en torno a la entra­da de capitales, así como las presiones sobre tasas de interés y tipo de cambio, y por lo tanto sobre las finanzas públicas.

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Asimismo, las nuevas paridades de los PSA afectarán la competitividad de los productos estadounidenses, lo que incidirá sobre el menor crecimiento de las exportaciones mexicanas, dado que son partes de la cadena productiva de los productos de Estados Unidos, y además son realizadas en mayor medida por empresas estadounidenses y bajo la égida del dólar, el cual se ha valorizado en relación con las monedas de los PSA.

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Los gobiernos de los PSA están actuando rápidamente para encarar sus problemas. Muchos de ellos han cambiado a sus ministros de Hacienda o de Economía e instrumentan políticas para salir de su crisis. Al firmar varios de ellos con el Fondo Monetario Internacional (FMI), tal como Tailandia, Indonesia y Corea, entre otros, les será difícil revertir las políticas de liberalización económica que han venido instrumentando en los años recientes, por lo que se avisora que el ajuste vendrá más por la caída de salarios reales, como por procesos de fusiones y absorciones de empresas y políticas de austeridad fiscal y crediticia, tal como ha acontecido en México. El problema de estas políticas es que se relega la inversión productiva, indispensable para retomar el crecimiento de la productividad y competitividad, para dinamizar exportaciones y la economía en forma generalizada, y para mantener las ganancias y el valor de las acciones. Tales políticas terminarán de nuevo apreciando la moneda, lo que seguirá favoreciendo la inversión especulativa y comprometiendo la competitividad y la rentabilidad de la esfera productiva, además de mantener las presiones sobre la balanza comercial, y la desestabilidad del mercado de acciones.

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No se puede descartar que ante la profundidad de sus problemas y la no operatividad de las políticas del FMI, varios PSA regresen a sus posiciones pragmáticas de protección de mercado, que les permitió el éxito alcanzado en las décadas pasadas. Su orgullo y su afán de recuperar lo perdido los puede llevar a revisar la apertura económica (comercial y financiera) tanto para dinamizar su industria y empleo, como para realizar su ajuste externo y disminuir la vulnerabilidad externa a que están sujetos y cuestionar, por lo tanto, las políticas de liberalización y desregulación del FMI.

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