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Inteligencia rentable

El trabajo de laboratorio da dinero. Las 300 empresas mexicanas que lo saben luchan contra 30 años
mar 20 septiembre 2011 02:54 PM

Un empresario coreano dedica 40 minutos diarios a pensar en el futuro y planear nuevos desarrollos; el mexicano dedica sólo seis minutos al día. Es el equivalente a decir que Corea destina 2.7% de su producto interno bruto a la investigación y el desarrollo tecnológico (el sector privado aporta $3 de cada $4 dólares de ese gasto). En México se invierte 0.4% del PIB y la iniciativa privada participa con $1 de cada $4 dólares de esa inversión.

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A ambos países los separa el haber escuchado o no a la Organización de las Naciones Unidas cuando, en los años 70, recomendaba a los países no industrializados aumentar el gasto en investigación y desarrollo en 1% de su PIB. México hizo oídos sordos y hoy ve que naciones que hace 30 años tenían niveles de competitividad similares muestran economías nacionales más robustas.

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La falta de recursos junto con la ausencia de una política consistente de apoyo a la ciencia y la tecnología es el motivo por el que 92.7% de la industria manufacturera se dedica a producir bienes de bajo valor agregado o no procesados (commodities) como carbón, plástico, papel y textiles. ¿Consecuencia? México ocupa el lugar 41 en competitividad entre 49 países analizados, de acuerdo con la clasificación del International Institute for Managmenet Development (IMD).

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El gobierno es, como en muchos otros campos, optimista. Quiere que las empresas multipliquen por seis su inversión actual y duplicar él mismo su apuesta. “Así podríamos llegar a una sana contribución de 60-40%, respectivamente”, dice Guillermo Aguirre, director adjunto de Tecnología, del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt). “La meta es posible”, considera el entrevistado, también ex director de Tecnología del fabricante de electrodomésticos Mabe.

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El gobierno impulsó una ley de estímulos fiscales que entró en vigor en 2002, en la cual ofrece exenciones de 30% respecto de los gastos e inversiones realizados en investigación. Las 300 firmas que apostaron al desarrollo de nuevos procesos y productos el año pasado se vieron beneficiadas con ahorros por $500 millones de pesos; algunas de ellas, además, consiguieron participar en el Fondo para el Desarrollo Económico con recursos del Conacyt y la Secretaría de Economía por $200 millones de pesos.

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No obstante, los apoyos pueden no ser suficientes. Se trata sólo de tres centenares de compañías entre las 2’812,800 empresas formales que hay en el país.

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Adelantarse al mañana
Y es que sobrevivir es la principal consigna para la mayoría de las agrupaciones en México. Es preciso dejar atrás, a decir de Ricardo Viramontes, presidente de la Asociación Mexicana de Directivos de la Investigación Aplicada y el Desarrollo Tecnológico (ADIAT), los patrones heredados de una política económica proteccionista y de sustitución de importaciones, “si [las compañías] no quieren cerrar”.

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No será fácil. El 99% de las firmas mexicanas está en un nivel emergente, según la Secretaría de Economía: son reactivas frente al mercado y viven con la preocupación sobre los problemas operativos del día a día. “La mayoría se dedican a resolver el pasado mal hecho –acota Aguirre–. Así, ¿en cuánto tiempo podrían reaccionar ante un cambio de la competencia o de su mercado?”

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Tequila Sauza conoció en 1999 las consecuencias de una visión de corto plazo cuando sufrió el desabasto de agave. El hecho tomó por sorpresa a todo un negocio que había hecho poco, hasta ese momento, por estudiar y desarrollar su principal insumo. “A escala de industria, el desarrollo tecnológico del cultivo de agave es muy pobre y la investigación científica escasa y no focalizada”, sentencia un estudio de Allied Domecq.

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Después de que el inventario total del maguey se redujo a la mitad y el kilo pasó de $0.75 a $16 pesos, comenzó el verdadero calvario para las productoras de tequila. Pensaron que la sobreoferta de agave duraría para siempre y no pudieron reaccionar con velocidad ante la falta de una planta que tarda en madurar entre siete y 10 años.

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“Casi no dormía por la preocupación de que la fábrica no pudiera abastecer los mercados”, dice Servando Calderón, director de Agroindustrias en Allied Domecq. Las ventas cayeron 50%  en 2000 y, de ser el líder, Sauza pasó a ser el número cuatro en el mercado.

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Después de actuar ante la situación urgente “casi rogándoles a los agricultores que nos vendieran agave”, la empresa decidió resolver la situación de fondo, con una estrategia de innovación y desarrollo de todos los procesos involucrados en el abasto de la materia prima. En 2000 Sauza firmó un convenio con el Centro de Investigación en Matemáticas (Cimat), perteneciente al sistema Conacyt, que elaboró un modelo estadístico de abasto a 10 años. La empresa logró así tener una administración “óptima” del inventario de agave e información disponible, oportuna y confiable para la toma de decisiones.

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Hacerlo por sistema
La generación de conocimiento y el desarrollo tecnológico exigen algo más que buenos propósitos: institucionalización. “Las empresas que aprecian este nivel de conocimiento son líderes, con una planeación estratégica a largo plazo –refiere Fernando Ávila, gerente de Consultoría Estadística del Cimat– y lo consideran en su presupuesto.”

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Es el caso de Plastiglas, una subsidiaria del Grupo Desc que desarrolla productos de lámina acrílica. Tiene un objetivo: crear artículos diferenciados y nuevos con mayor valor para sus clientes. “Todos los años se actualiza la cartera de proyectos en función de requerimientos, nuevas necesidades y análisis de la competencia”, afirma Simón Rosen gerente de Operaciones e Innovación en la firma. Los recursos que anualmente se destinan a esto representan entre 1 y 7% de la venta neta facturada por la compañía.

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El área de Rosen trabaja de la mano con el Departamento Comercial, ya que la mayor fuente de innovación son estudios de mercado y demandas específicas de sus clientes, algo que funcionó en su último desarrollo.

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“El mercado solicitaba una lámina con propiedades y atributos diferentes”, sostiene el tecnólogo. La que venían produciendo, dice, no cubría las necesidades particulares de sus clientes: “Quienes hacen tinas no requieren lo mismo que quienes fabrican botes. Después de un proceso de 18 meses, en el que estuvieron involucradas ocho personas, obtuvieron una nueva generación de lámina con mayor resistencia al impacto y más fácil de procesar”, narra el entrevistado.

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La institucionalización de la investigación permite responder a los desafíos del momento. Un cliente ruso de Hylsamex se encontró con que el reactor que compró a la siderúrgica de Grupo Alfa, alimentado por mineral local, cambiaba sus propiedades después de alcanzar cierta temperatura. Esto impedía que la reducción de hierro para su procesamiento se hiciera correctamente.

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La compañía, que arrancó sus esfuerzos en investigación y desarrollo en 1957 y que dos años después ya contaba con su primera patente en reducción directa de hierro, llegó a una solución que obtuvo el segundo lugar del premio 2003 de Adiat. “Es una tecnología que nos ayuda a diseñar mejor los reactores y hacer que los materiales fluyan en él como deben hacerlo”, explica Ricardo Viramontes, director de Investigación y Desarrollo en la organización.

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Su centro de investigación, uno de los 15 del país en manos de empresas, cumple este año un cuarto de siglo y se enfoca en tres campos: el uso de la materia prima, la optimización de procesos y el ahorro de energía, “con base en las áreas susceptibles de mejorar dentro de la producción”.

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Botones de muestra
El argumento de muchas firmas que no generan tecnología propia es la falta de recursos. Pero a decir de Ávila, investigador del Cimat, “si no lo ves como un factor para sustentar el negocio, lo vas a ver como un costo”.

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Así ese aprecia en la experiencia de muchas agrupaciones. Tequila Sauza, con el modelo de suministro de agave, logró sobrevivir a la crisis, redujo sus costos y aumentó sus inventarios para sostener sus ventas los próximos cinco años. Los ahorros rondan 25%. Al poder llevar los pronósticos y el diseño de  su producción forestal, redujo el tiempo de maduración del cultivo a cinco años.

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Es el resultado de haber destinado desde que estalló el problema 20% de su facturación a su proyecto de investigación y desarrollo –el objetivo es dejarlo en 3%–. En 2005 la compañía podrá llegar a producir lo que en 1999.

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Plastiglas, gracias a la nueva tecnología que permite producir una lámina acrílica con mejores propiedades, generó productos diseñados a la medida de sus principales mercados: canceles, marinos, exhibidores y anuncios. Al final, la venta de materiales diferenciados pasó de 0.9 a 20.5% de las ventas facturadas del negocio. “Sostuvimos nuestro liderazgo en México, penetramos el mercado de aplicaciones sanitarias en Estados Unidos y el de aplicaciones marinas; además entramos a los mercados Español y Francés”, resume Rosen. La inversión total de $12 millones de pesos se ha recuperado 89%.

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Los desarrollos que genera Hylsa alimentan a sus plantas en Monterrey y Puebla para hacerlas más competitivas, pero son también comercializados. “Nosotros somos los tecnólogos, licenciamos la tecnología, damos el entrenamiento y la asistencia técnica”, explica Viramontes. La inversión de 0.3% del producto de sus ventas en gestar avances tecnológicos, cerca de $6 millones de dólares al año, le ayuda a generar en promedio tres patentes al año. “Por cada peso invertido el beneficio es de $15 pesos”, sostiene el ejecutivo.

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La nueva tecnología que mejora el flujo de sólidos dentro de un reactor le da una ventaja competitiva en un mercado que busca reducir costos.

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Hace tres décadas la ONU propugnaba por que los países invirtieran en investigación y desarrollo para crecer; poco se hizo en México. Hoy, algunas compañías empiezan a despertar porque, además, resulta que es rentable.

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