Festivales, encuentros, conciertos, videos y mucha tinta corren para rendir tributo a Johan Sebastian Bach (1685-1750), a 250 años de su muerte. Si bien su música es escuchada en todos los rincones de la tierra, resulta paradójico que el compositor desarrollara su obra en un espacio geográfico reducido. Nacido en Turingia, en el seno de una familia de músicos, jamás viajó más allá de su natal Alemania.
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Esta suerte de fervor musical se tradujo en una obra vastísima en la que sobresalen dos Pasiones, el Magnificat y su Misa en re menor.
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A los últimos 20 de años de su vida corresponden cuatro volúmenes de música, cuya publicación sufragara el propio Bach. Entre esas partituras destacan el Concierto italiano, el Preludio y fuga, abundante obra para órgano y las llamadas Variaciones Goldberg.
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Hacia el final de sus días centró su talento en demostrar el virtuosismo con el contrapunto en el Arte de la fuga y Variaciones canónicas.
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El conjunto de Las obras de madurez es considerado, con razón, como su testamento musical. Ahí el maestro demuestra que la música es un arte tan perfectible como la ciencia misma.
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El total de la obra comprende más de 50 volúmenes, y cada partitura es un rico manantial. No en vano la palabra Bach, en alemán, significa “arroyo” y, en este caso, el arroyo se convirtió en un océano que nadie ha podido superar.
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