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La empresa virtual

El autor es miembro del Consejo Editorial de Expansión. Además, es miembro del Consejo de la Comis
mar 20 septiembre 2011 02:54 PM

Los cambios que sufren las empresas obligan a multiplicar sus adjetivos. Si hace unos meses se hablaba de las empresas inteligentes , ahora ponemos la atención en las empresas virtuales . Esta modernísima expresión no se aplica a compañías que favorezcan el uso de Internet o que éste constituya el centro de su negocio. La empresa virtual es algo de mayor sustancia que la utilización de una herramienta como la que acaba de mencionarse.

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Tal como nos la describieron en su momento William Davidow (The Virtual -Corporation, 1993) y Nagel Goldan (Agile Competitors and Virtual Organizations, 1995), una empresa virtual es la que produce determinados efectos, no teniendo los elementos que por lo común se necesitan para producirlos. Sería así virtual una empresa que inexplicablemente elabora un determinado producto o presta un servicio específico sin contar con lo que antes se consideraba como imprescindible.

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Hasta hace poco, las empresas buscaban la integración de todas las operaciones generadoras de valor económico. Yo tendría que hacer todo aquello que proporcionara un valor agregado a mi producto o a mi servicio; pudiéndolo hacer yo, sería estúpido permitir que otro lo hiciera, obteniendo él una utilidad que me correspondería a mí. Nacieron entonces los grandes grupos de empresas que iban diversificándose, por arriba, en busca de la materia prima original y, por abajo, en busca del último consumidor.

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El concepto de la empresa virtual procede al revés: cada empresa debe plantearse qué operaciones de la cadena de valor agregado han de pertenecerle o estar fuera de ella (vale decir, si las personas que las realizan deben encontrarse en su nómina o entre sus proveedores y clientes). En este punto se juegan ahora las cartas principales de la baraja de cada negocio.

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No debemos, por tanto, elaborar lo que puede ser hecho por entidades ajenas con menor costo, mayor calidad y menor tiempo. Tales funciones serán realizadas por clientes o proveedores contratados por proyecto.

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Más aún: yo sólo debo realizar aquello que sepa hacer con costo, calidad y tiempo mejor al de cualquier otro en el mundo. Ahí se debe concentrar toda la densidad de mi negocio; lo demás será encargado a empresas ajenas a mí, pero asociadas conmigo en una red de diseño, producción, servicio y venta que los japoneses denominan -Keiretzu, en donde lo propio y lo ajeno forman líneas sutiles de no fácil discernimiento; esto es, un nodo, un complejo tejido de actividades planetariamente coordinadas, aunque con distinto accionariado, propiedad o dominio.

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Ya en 1990 el productor de ropa femenina más grande de Estados Unidos, Liz Claiborne Inc, contaba con 300 proveedores en Hong Kong, Corea del Sur, Filipinas y República Popular China. En su extensa red de proveedores, una sola línea de producto puede incluir un suéter tejido a mano de Corea, un suéter a máquina de Taiwan; una camiseta de algodón de Malasia y otra de Panamá; una falda de seda estampada de Japón, otra de color liso de algodón de Tailandia y pantalones de rayón de Corea. Lo importante es que cada una de estas prendas debe estar bien hecha y debe combinar exactamente con las demás.

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La empresa, para ser virtual, no requiere ser grande. Vineland vende por Internet los vinos seleccionados de 20 viñedos de California, cada uno de los cuales no tendría por sí capacidad para venderse por su cuenta. Vineland, sin embargo, no cultiva, a pesar de su nombre, una sola viña.

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Pero tampoco las empresas virtuales han de ser extranjeras. Uno de los distribuidores de huevo más grande del mundo es mexicano, pero no posee en propiedad un solo gallinero.

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Es evidente que las empresas virtuales dan cabida para que negocios pequeños muy especializados puedan globalizarse: introduciéndose en alguno de esos grandes nodos o redes que están envolviendo, como finísima tela de araña, todo el planeta.

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Es evidente también que la informática, Internet, la fibra óptica y el correo electrónico resultan herramientas muy útiles para esta sincronización de tantos elementos de tantos productos o países diversos. Pero lo que no resulta tan evidente es lo principal: la herramienta cibernética tendría un efecto contraproducente si estuviera privada de un factor ético decisivo, que es la piedra de toque de toda empresa virtual: que cada uno de los puntos de la red tenga la capacidad de cumplir los compromisos exactamente como fueron prometidos. Esta es la condición -sine qua non: que los factores vinculados sean cumplidores de sus promesas.

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Como siempre, en el fondo de cualquier negocio, incluso el virtual, lo decisivo no es la técnica sino la ética. El -software más sofisticado se atascaría si quienes se relacionan por medio de él no responden de su palabra. Si responden, la relación de contrato puede llegar a relación de sociedad: es la empresa virtual.

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