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La historia propende a repetirse

No cometamos el error de visualizar un México incapaz de alcanzar ingresos primermundistas. Tenemos
mar 20 septiembre 2011 02:54 PM

En mi calidad de dinosaurio escribo sobre el pasado. Hace unos 28 siglos ocurrió en Troya algo muy relevante para la actualidad política de México cuando murió un individuo llamado Príamo. Este en verdad era su nombre, aunque el pri todavía no existía. El cuerpo sin vida de Príamo fue hallado en la calle.

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Lo extraño del caso era que el rostro del ya rígido cadáver conservaba una sonrisa de felicidad. Intrigado por tan insólita expresión en persona muerta, el encargado de la morgue consultó a Zeus, quien a su vez planteó el caso a su gabinete celestial. Uno de sus economistas afirmó: Señor, no me parece extraño que Príamo haya muerto feliz. Ayer uno de mis colegas le había dicho que pese a los años transcurridos sin que tuviera trabajo y, que sus ingresos reales fueron la mitad de lo que habían sido en el sexenio anterior, ello no era motivo de preocupación. Le dijo además que haciendo caso omiso de lo mucho que cada persona debía dentro y fuera del país y de la consiguiente carga de intereses, el déficit primario era proporción manejable del PIB, la balanza de pagos estaba equilibrada y la contracción crediticia era una simple depuración bancaria que le beneficiaría. Concluyó diciendo: la sonrisa de Príamo comprueba que murió feliz, confiado que la economía nacional subía a la tasa necesaria para generar los empleos que requieren una población creciente, la absorción de los desocupados y la reducción de la economía informal. Príamo estaba seguro de que la política económica del gobierno era correcta, no necesitaba complementos y, sobre todo, que no había alternativas.

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No cometamos el error de visualizar un México incapaz de alcanzar ingresos primer mundistas. Tenemos más recursos naturales y mejor ubicación geográfica que otros países que sí lo han logrado. Podemos llegar a la meta adecuando la política económica a la realidad social, pero el requisito previo es que nuestros gobernantes actuales y los que aspiran a serlo no sonrían, como Príamo, antes de tiempo. Nosotros los vivos somos lazos entre presente y futuro. Nuestra es la responsabilidad de hacer la evolución de la política económica. La meta debe ser facilitar para todos los mexicanos la movilidad geográfica y vertical en la sociedad, para incorporarlos y llegar al produccionismo global moderno, y un eventu “ofertismo,” capaz de contrarrestar cualquier presión inflacionaria transitoria. Posponer la modernización doctrinal de la política económica puede originar una revolución violenta. Para evitarla urge una revolución ideológica.

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Las contracciones económicas inevitablemente producen inestabilidad política y descontento social. La violencia esporádica ya ocurre en varias partes de México. Áreas donde una prosperidad en aumento generaba cohesión social la han perdido. El país, tanto rural como urbano, se ha polarizado más. La estabilidad social está amenazada por el tradicional Lumpen proletariat citadino y un grupo rural rezagado del progreso y la prosperidad que yo llamaría Lumpen agriculturat. Estimaciones del Consejo Nacional de Población (Conapo) indican que 66% de nuestra población ya es urbana y que 50% lo forman jóvenes ansiosos de progresar. Un campo sobrepoblado y crecientemente feminizado por la emigración masiva no es solución sino parte del problema.

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El informe presidencial de septiembre demostró que el silencio es poderoso destructor de imágenes políticas. El no mencionar o ignorar algunos de los muchos, urgentes y palpables problemas de México obviamente no los resuelve, pero sí resta credibilidad al presidente, y reduce su fuerza y margen de maniobra. Querer gobernar por omisión es una fantasía. Las tres grandes prioridades del país: erradicar la pobreza, eliminar la impunidad, desmarginar y funcionalizar a la población requieren un Estado activo. A diferencia de los anteriores informes, que enfatizaban asuntos económicos urgentes, este se concentró en aspectos más generales y programas útiles, pero de lenta actuación.

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El Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos comenzó a operar el mismo día que el Ejército Zapatista apareció en Chiapas. Con esta coincidencia se inició un año muy violento en la política mexicana. Hubo asesinatos de enorme importancia y numerosos secuestros de empresarios. No menos significativas fueron la nacionalización y reprivatización de la banca, que afectaron negativamente las estimaciones de nuestra estabilidad que hacen los mercados financieros con los cuales tenemos mayor relación.

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Hoy necesitamos transitar de un Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y Canadá a un nuevo TDC (Tratado de Desarrollo Cooperativo Compartido y Coordinado). Las empresas polinacionales sin límites geográficos precisos para comprar, vender y producir son un nuevo factor internacionalizante que tiene que ser incluido en nuestra vida nacional. México es uno de los PMP (Países con Marginación Persistente). Muchas zonas del país necesitan salir de su dura noche de subdesarrollo. Vivimos en un “hoyo negro” económico que produce una nueva ceguera que impide a los políticos ver la realidad.

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Es difícil comentar el Informe de 1999 sin saber si lo dicho por el presidente Zedillo coincide con el voluminoso documento escrito que presentó al Congreso. Pero cabe recalcar que en su exposición verbal no trató problemas básicos tales como los de la UNAM, Chiapas, Fobaproa, despetrolización del presupuesto federal y las deudas públicas nacional e internacional. Por parte del Poder Ejecutivo ha existido buena intención de poner en orden las finanzas y generalizar la vida democrática. Desafortunadamente la historia no juzga las intenciones sino que constata y registra los hechos.

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Los nuevos reaccionarios
Históricamente el populismo ha sido factor paralizante de la renovación económica. Pero tanto izquierda como derecha engendran fuerzas neoreaccionarias. Es notable que nuestra constitución, en sus Artículos 25 y 26, no fija con claridad la relación Estado-mercado-sociedad civil. Señala limitaciones a la inversión privada tanto nacional como extranjera y hace una larga lista de “derechos” ciudadanos: a la educación, a la salud y ahora se les quiere agregar hasta el derecho al deporte. El artículo 26 afirma que habrá (en un futuro no definido) un plan nacional de desarrollo. Pero no menciona específicamente el muy mexicano problema de cómo enfocar el crecimiento económico hacia zonas e individuos históricamente marginados.

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En un país con las carencias económicas y características socioculturales de México es difícil hacer atractivos para los políticos programas cuyos beneficios llegarán cuando quizás ellos ya no estén en el poder. Por esta razón los gobernantes suelen enfocar su acción al corto plazo. No solo la burguesía sino también las burocracias se vuelven conservadoras y renuentes a la renovación. Los políticos en el poder fácilmente se autoconvencen de que cualquier programa nuevo o cambio de rumbo en lo económico nos llevará al Apocalipsis. Estas tendencias juntas han originado nuevos elementos reaccionarios previstos por Marx.

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Karl Marx fue un formidable teólogo, pero mal profeta. Para él las únicas fuerzas retrógradas eran las capitalistas, aristócratas y los ricos burgueses. No visualizó el engendro y nacimiento de nuevos reaccionarios en las economías poscomunistas. Tuvo la suerte de no vivir para ver cómo los ideales igualitarios del comunismo se transformaron en la entronización de la Nomenklatura soviética, el leninismo y los crímenes de Stalin. Tampoco visualizó la importancia que tendría en los países democráticos la nueva inercia ideológica de partidos políticos que al llegar al poder tienden a ver las estructuras por ellos creadas como inmutables y parte del orden natural. Olvidan que las instituciones hechas por humanos pueden y deben cambiar cuando se vuelven insuficientes, obsoletas o disfuncionales. Hay nuevas fuerzas políticas actuando simultáneamente en México: Dinosaurios de izquierda, dinos de derecha y dinos de la continuidad. Hay también “renos” renovadores, “burros” burócratas y empleados paraestatales opuestos a todo cambio que reduzca su número y ongs (Organizaciones no Gubernamentales). Tenemos también demos (Democratizadores políticos sin metas económicas precisas) y AGIS (agitadores profesionales).

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Con relación a nuestras necesidades, es válido hablar en este fin de siglo de anorexia ideológica y retraso del desarrollo económico. Hemos tenido avances sectoriales en nuestra economía. No todo es negativo, pero debido al aumento poblacional y la inercia demográfica, el ingreso real per cápita es hoy más bajo que hace 10 años. La presión para emigrar del campo a las ciudades y del país al extranjero continúan. Otros indicadores sociales, tales como educación y salud, nutrición y estatura de los habitantes más pobres, muestran deterioro. La natalidad y fecundidad son mayores cuanto menos próspera la región. Por todo esto hay quienes afirman que los años 80 y 90 han sido en promedio para México una época perdida. Nuestros problemas básicos sólo serán resueltos si logramos que la economía se modernice y crezca, no por un año o sexenio, sino durante toda una generación, a un ritmo bastante más alto que el insuficiente 3 o 4% anual considerado satisfactorio por nuestro gobierno. La congelación ideológica es barrera que urge derribar.

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Abundan definiciones de la “ciencia” económica. La mayoría son expresiones matemáticas de la compleja relación entre las muchas variables que operan en el sistema económico existente. Resultan poco útiles para fundamentar los cambios conceptuales que son requisito previo para que un país subdesarrollado crezca. Para este fin quizá la mejor definición de la política económica necesaria es que sea la fórmula viable para obtener crecimiento y modernización, en el tiempo disponible y conservando la democracia. Una política económica realista exige congruencia entre tiempos, recursos, medios y fines. No bastan acciones repetitivas del pasado o doctrinas incambiables.

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Algunos economistas contemporáneos, principalmente Paul Krugman, proponen tesis alternativas a las doctrinas económicas y vigentes y al obsoleto marxismo tradicional. Hoy necesitamos neoeconomistas con propuestas para acelerar nuestra inconclusa desmarginación, enfocar el crecimiento y reducir burocracias estatales y paraestatales que exigen mucho y producen poco. Lo urgente es que los neoeconomistas vean bien el reloj de la realidad social de México y que no sean esclavos de los programas del Banco Mundial, del bid y el Fondo Monetario Internacional que dan mucha importancia al equilibrio monetario corto-placista y relegan a segundo plano la necesidad de crecimiento y desarrollo.

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El costo de no crecer
En el sistema económico todo individuo desempeña una función doble. Su gasto e inversión generan ingresos para otros, y a la vez, en su papel de trabajador, empleado, vendedor de servicios, inversionista o ahorrador recibe ingresos. El gobierno simultáneamente cobra y eroga. Esta dualidad de funciones es la esencia de la estructura económica. Todos somos a la vez generadores y receptores de ingresos. Formamos parte de un movimiento circular de fondos. Este flujo, ingreso-gasto, puede ser estable, ascendente o descendente. Lo bueno o lo malo que hagamos, tanto en la expansión como en la contracción, se propaga a los demás y luego repercute sobre nosotros mismos. En la economía, más que cualquier otro aspecto de nuestra vida, es aplicable la visión del poeta inglés John Donne cuando en el siglo XVII escribió: “Ningún hombre es una isla viviendo solo para sí mismo”. Los daños que nos causamos y los beneficios que nos otorgamos unos a otros son contrapartidas recíprocas en un proceso de convivencia económica. Recordemos siempre que los multiplicadores de ingresos, inversión y de crecimiento operan tanto en sentido positivo como negativo.

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¿Cuáles han sido las pérdidas reales que México ha tenido como consecuencia de políticas económicas insuficientes? ¿Cuál ha sido el retroceso en el nivel medio de vida? Si hacemos este análisis tendremos una idea más precisa de lo que ha costado al país mantener una política económica que ha dejado de dar los resultados de crecimiento y desarrollo que otros programas lograron en su época y entorno. ¿Cuál sería el producto Interno Bruto si nuestra planta industrial se hubiera aumentado y modernizado al ritmo de hace 20 años? ¿Cuál sería nuestro nivel de vida si la economía funcionara al 100% de su capacidad? ¿Cuántos mexicanos tendrían una fuente de trabajo segura y no laborarían clandestinamente fuera de su patria o emigrarían del campo a la ciudad? Estas preguntas son todas válidas. Las respuestas cuantitativas y la urgencia calendárica son preocupantes.

La vía dolorosa sería vía dolorosa
Muchas personas dentro y fuera del país discuten la “dolarización” de México como posible camino para resolver problemas de inestabilidad cambiaria, pobreza y falta de crecimiento. Pero hay que enfatizar que en México no vivimos en una economía emergente sino sumergente. La estabilidad financiera de que tanto se ufana el gobierno en los foros internacionales quizá sea un requisito previo para el dinamismo económico, pero no lo garantiza. Un crecimiento anual del PIB de 3 a 4%, aun suponiendo que se logre, no basta para resolver nuestros problemas. Tampoco sería suficiente la dolarización, y peligroso caer en la dolarofilia o dolaromanía implícitas en la idea insistentemente propalada por Rudi Dornbusch de crear “Consejo Monetarios” que atarían paridades cambiarias.
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Conviene analizar y definir la “dolarización”. No es sustituir nuestros actuales billetes multicolores y multidimensionales por otros verdes de un solo tamaño. Tampoco consiste en ponerles caras de personajes mexicanos. Para que la dolarización fuera factor de estabilidad y tuviera efectos permanentes, México necesitaría lograr iguales tasas de interés, inflación y ahorro que Estados Unidos, y además que nuestro desarrollo tecnológico fuese a velocidad similar. Más importante aún sería que prevaleciera en los capitalistas de México, Estados Unidos y otros países igual grado de confianza en nuestra moneda. Por todas estas razones una dolarización sería inviable, antipolítica, muy dolorosa y poco benéfica.

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La vida de una nación es una lucha permanente entre lo nuevo y lo viejo, entre el futuro y lo pasado. En el conjunto social hay fuerzas activas que buscan prosperidad y modernización, pero coexisten otras que solo pretenden conservar el estatus  tradicional o su posición política. El progreso requiere una evolución continua difícil de lograr. Los frenos intelectuales, internos y externos, son muchos.

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El rostro humano del desarrollo
En nuestro país no han funcionado adecuadamente muchas de las teorías económicas postuladas por los capitalistas puros, los economistas neoclásicos y nuestros contemporáneos “Chicago, Harvard, MIT y Yale Boys”. México no debe ser prisionero de su propia política económica. El desarrollo por “goteo” de ricos a pobres no ha sido suficiente. Un presupuesto equilibrado tampoco lo será. Para resolver nuestros problemas necesitamos una política económica que podría llamarse “neokeynesianismo mexica”. John Maynard Keynes, uno de los grandes economistas de este siglo, dio más importancia a la ocupación plena y los anticiclos que al desarrollo. Hoy necesitamos en México no sólo un programa keynesiano para combatir la depresión sino otro adicional y simultáneo para la eliminación del subdesarrollo. Este incluiría un presupuesto federal estimulativo, así como un programa de crecimiento enfocado a desmarginar y funcionalizar a las personas rezagadas del progreso. Tener empleo productivo es el eje de la estabilidad política y social. Un programa económico adecuado para el México actual necesita un rostro humano como meta.

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El desarrollo económico sostenido requiere programas especiales
Lograr empleo productivo para todos los mexicanos ocupables; darles movilidad geográfica dentro del territorio nacional, y vertical en la sociedad; tener un idioma oficial común tecnológicamente moderno, además de las lenguas étnicas, locales o familiares, que puedan sobrevivir, mantener un programa de crecimiento enfocado que incluya el mercado como guía, pero complementado por un gobierno desmarginador que construya o cuando menos financie con créditos fiscales deducibles de futuros impuestos la construcción de la infraestructura necesaria. Lo más importante es salir del estancamiento inercial en la política económica.

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Ni los integrantes del gobierno actual ni los probables candidatos a la presidencia han expuesto las metas realistas de crecimiento económico que México necesita. En el desarrollo de los países la confianza, el deseo y las ideas son tan importantes como los recursos. Se habla mucho de controlar la inflación, de un crecimiento orientado a la exportación, pero rara vez se menciona el aumento de ingresos reales como meta urgente. El opio parece ser la droga más usada por nuestros políticos. Les da una visión negativa de los problemas económicos: como no pagar o posponer la deuda externa e impedir que suban los precios. Falta el programa positivo para que la economía tenga una expansión a nivel micro y crezca al necesario 7.5% anual en lo macro. Prevalece una ideología anacrónica que impide activar los multiplicadores y aceleradores de la inversión, de los ingresos y la demanda derivada. Recordemos que la proyección de una imagen correcta o errónea puede ser preludio del cambio, pero la historia económica demuestra que la realidad siempre triunfa.

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México es uno de los muchos PMP: países con marginación persistente. Nos urge salir de nuestra larga noche del subdesarrollo. Este fenómeno tiene una importante cronología. Siempre ha existido en el mundo porque sus causas son políticas, geográficas, geológicas y de clima. Pero en la postrimería de este siglo la necesidad de cambio se urgentiza porque los problemas económicos nacionales se han internacionalizado. La globalización se está imponiendo sin que exista una teoría previa. Hay nuevos factores de presión y los plazos de ajuste se reducen. El contagio nacional e internacional se ha acelerado por la información. Los tiempos de reacción son menores.

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Vivimos en un mundo de transición y es válido preguntar hacia dónde vamos. Hay una brecha creciente entre expectativas y realidades. Para progresar hay que construir la riqueza. Esto sólo se puede lograr si eliminamos la fábrica de hacer pobres. De todos los capitales –el financiero permanente, el monetario volátil y el tecnológico– quizá el más importante sea el social: el conjunto de valores informales que nos permite a todos cooperar en beneficio mutuo.

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