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La maldición del fin de sexenio

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mar 20 septiembre 2011 02:54 PM

En México nos hemos acostumbrado a que cada fin de sexenio haya una crisis política y económica. Por un momento, después del triunfo de un candidato de oposición en las elecciones presidenciales, pareció que este año 2000 sería la excepción.

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Pero las cosas se empezaron a descomponer. Hubo primero algunos errores de estrategia política y de comunicación del equipo del presidente electo. La situación se complicó después con la visita del ex presidente Carlos Salinas, quien presentó un libro e inició una andanada de ataques en contra del presidente Zedillo. Más tarde los comicios en Tabasco llevaron a un complejo conflicto postelectoral.

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La situación política actual no es, por supuesto, tan difícil como la de 1994. En aquel entonces los asesinatos de Luis Donaldo Colosio y de José Francisco Ruiz Massieu generaron unas presiones enormes que finalmente se tradujeron en un desplome de la economía mexicana.

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Hoy las cosas parecen estar más controladas. La visita de Carlos Salinas sólo logró aumentar el rechazo a su persona. El conflicto de Tabasco afectaba sólo a esa entidad. La economía, lejos de inclinarse hacia una crisis, parece estar bastante sólida. Lo anterior no significa que no haya riesgos económicos y políticos. No podemos olvidar la magnitud del cambio político del país. Los últimos 71 años, México ha sido gobernado por un solo partido. Por más cuidadosa que sea, la entrega del poder a un nuevo régimen encabezado por un presidente surgido de un partido de oposición implica la posibilidad de desajustes. Simple y sencillamente, el nuevo equipo no tendrá la misma experiencia que los que han regido el país en el pasado.

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Los inversionistas han estado y estarán particularmente atentos a cualquier error que pueda haber en este fin de sexenio. La simple experiencia de las crisis sexenales del pasado obliga a este cuidado. Las consecuencias de cualquier error se magnifican en el fin de un gobierno.

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El cambio de régimen, sin embargo, también implica nuevas oportunidades. Una de las razones por las que los inversionistas sacaban su dinero de México cada fin de sexenio es porque no le tenían confianza a la estabilidad de un régimen de partido único. Cada protesta electoral, cada problema político, generaba fugas de capitales.

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El hecho de que nuestro país haya demostrado que puede tener elecciones limpias con un triunfo de la oposición es sumamente positivo. Pero las turbulencias de los últimos tiempos nos recuerdan que todavía tenemos que completar el proceso para que realmente podamos decir que ha terminado la maldición de fin de sexenio.

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El autor es investigador del Centro de Estudios Estratégicos Internacionales de Washington

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