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La mexicana alegría

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mar 20 septiembre 2011 02:54 PM

No es fácil aceptarlo, pero la añosa cultura popular de la fiesta y el jolgorio –de la que se enorgullecen tantos mexicanos– no sólo resulta un anacronismo sino una tradición que explica en buena medida el atraso y la pobreza de familias y pueblos.

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Una de las posibles causas de este fenómeno es la extraña mezcla de influencias religiosas y paganas que se hermanan en la concepción del trabajo como antivalor. En el catolicismo a la mexicana, el trabajo se ve como maldición bíblica; en el marxismo se concibe a la plusvalía como una exacción indebida, fruto de la explotación del trabajo ajeno.

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Marx recoge el sentido punitivo del trabajo que aparece en el Génesis: la lucha de clases busca frenar la “explotación del proletariado”. En la tradición dominante del sindicalismo, subyace esta visión. De tal forma que cristianismo y marxismo se transforman, en la sabiduría popular, en la ley del mínimo esfuerzo: “¡que trabajen los pendejos!”

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Junto a la subcultura de la fiesta y el despilfarro, existe otra igualmente dañina. Durante muchos años, el famoso modelo de sustitución de importaciones –con sus fronteras cerradas e industria protegida– propició un empresariado de capelo; la protección excesiva, la ausencia de competencia, llevaron a abandonar nociones como calidad y eficiencia.

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Eran otros tiempos. Hoy México está abierto al mundo y a la competencia y no puede preservar formas culturales que propician innumerables distorsiones en el universo productivo nacional. Resulta absurdo que, cuando el país está urgido de productividad, eficiencia y calidad, sigamos arrastrando esa vieja cultura del valemadrismo: los llamados días económicos y fiestas de guardar, la indolencia en el manejo de los insumos, las cosas mal hechas.

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Por ello, resulta imperativo trastocar ese modelo cultural que privilegia el ocio en detrimento del esfuerzo, la disciplina y la responsabilidad. Sin una reforma de las mentalidades, que ponga el acento en la excelencia, seguiremos acumulando rezagos en un mundo en acelerada transformación que no acepta pretextos culturales.

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* El autor es director de Grupo Consultor Interdisciplinario

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