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Las &#34otras&#34 misiones del ejército

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mar 20 septiembre 2011 02:54 PM

Puede ser que el presidente Ernesto Zedillo sea un hombre de buena voluntad, pero sus intenciones no se han traducido en resultados eficaces. Como muestra, baste mencionar el penoso asunto de la lucha contra el narcotráfico. Al borde de la desesperación, Zedillo ha encargado esta tarea a los militares mexicanos, bajo la dudosa suposición de que el Ejército es una institución inmune al cáncer de la corrupción. Pero parece quedar claro que el narcodinero es un fruto irresistible, incluso para los mismos altos mandos castrenses.

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En México, por desgracia, cuando se habla de corrupción no podemos esgrimir ese argumento facilón de que “se trata de casos aislados”. Los ejemplos de los generales Jesús Gutiérrez Rebollo y Alfredo Navarro Lara, del Instituto Nacional de Combate al Narcotráfico, son lo suficientemente explícitos como para plantearse cuántos oficiales más de igual o menor rango habrán forjado su patrimonio gracias al dinero del narco.

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El Ejército Mexicano, hasta ahora intocable, debería ser merecedor del mismo cuestionamiento del que son objeto los demás estamentos oficiales. Con la corrupción institucionalizada, sustentada en un cinismo generalizado en los círculos gubernamentales, no hay estrellas relucientes ni uniformes impolutos que estén exentos de la sospecha de la podredumbre.

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La cloaca volvió a destaparse cuando el presidente William Clinton y su equipo cabildeaban ante el Congreso estadounidense a favor de la “certificación” para el gobierno mexicano. Sin embargo, la pregunta que aún no encuentra respuesta es: ¿a quién le convenía causar un escándalo con la aprehensión de Gutiérrez Rebollo justamente en ese momento? Por penoso y delicado que pueda resultar, lo cierto es que los directamente involucrados en el asunto, militares y narcos, parecerían ser los más aptos para responder.

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Pero de quien debemos exigir una respuesta es del máximo Comandante de las Fuerzas Armadas, es decir, del presidente Zedillo, quien desde su toma de posesión ha repetido hasta el cansancio su promesa de combatir la impunidad. Mientras pronuncia discursos de buena voluntad, los Arellano Félix, Amado Carrillo, Humberto García Ábrego y demás zares del narcotráfico se pasean por las calles “como Pedro por su casa” y, de paso, hacen algunos negocitos con sus amigos en el poder.

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Arrestar a uno u otro con golpes de efectismo hollywoodense no sirve de mucho si no se replantea la base misma del sistema mexicano de impartición de justicia. Evidentemente, el problema del narcotráfico es complejo y global, y no puede ser resuelto por las acciones aisladas de un solo gobierno. No obstante, la actual administración debe dar señales claras a la sociedad de que está decidida a combatir efectivamente la impunidad. El tema del tráfico de enervantes demuestra que, hasta hoy, los discursos se han quedado donde nacieron: en el papel.

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