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Lecciones de las Américas

A pesar de algunos desencantos, la democracia en al se mantiene firme y la economía, con cierta tir
mar 20 septiembre 2011 02:55 PM

Desde hace tiempo Latinoamérica es conocida por sus ciclos –del auge a la caída, y generalmente este último periodo va acompañado de crisis políticas y políticas económicas autárquicas–. No más. En la caída más reciente, la región absorbió algunos shocks terribles: Argentina es el primer país que viene a la mente, y también Venezuela y los desastres naturales en el Caribe. Pero, a pesar de algunos desencantos, la democracia se mantiene firme y las políticas económicas de la región, si bien con tirantez en algunos casos, aún van en buen camino hacia una mayor apertura y estabilidad.

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Los gobiernos latinoamericanos han implementado reformas difíciles, pero han tenido ayuda de sus vecinos. En la última década, se han aprobado acuerdos hemisféricos que abarcan todos los temas, de la seguridad a la democracia y derechos humanos. Existe una presión permanente sobre todos los gobiernos para seguir avanzando en las reformas políticas y económicas, ya que la reincidencia será censurada desde todo el hemisferio.

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Muchos países de Latinoamérica eran reticentes a avanzar hacia mayores acuerdos de cooperación regional porque los veían como una amenaza para el Estado nacional. En realidad, es justamente lo contrario: necesitamos de Estados fuertes para que funcionen nuestros sistemas internacionales. Sólo los Estados fuertes pueden hacer compromisos internacionales que saben que van a poder cumplir. Sólo ellos pueden mediar entre el rigor de la economía internacional y las necesidades de sus ciudadanos.

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En la actualidad, estos Estados acarrean la confianza y apoyo de sus poblaciones; la represión es un signo de debilidad. Los Estados de Latinoamérica hoy son más fuertes que nunca y no hay manera de volver el tiempo atrás. Los costos son sencillamente muy altos.

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México es un ejemplo notable. Cuando el Nafta (el Acuerdo de Libre Comercio de América del Norte) comenzó, a muchos mexicanos les inquietaba pensar si esto no representaba una recolonización de su país, esta vez por los gringos, mientras que en Canadá y Estados Unidos había preocupación profunda de que la mano de obra barata de México no arrasara con nuestras economías.

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Ahora, después de 11 años, las tres economías crecieron y se hicieron más competitivas en el mercado global. La política mexicana experimentó una transformación democrática tan radical equiparable a la de la Europa del Este. La relación México-Canadá actual, inconcebible 10 años atrás, es una de las más intensas e importantes para nuestro país, no sólo desde la perspectiva bilateral sino también en nuestros numerosos esfuerzos conjuntos en el hemisferio occidental y más allá.

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Hay lecciones de América que pueden funcionar en cualquier lugar del mundo, no sólo a nivel regional, porque todo se resume a lo siguiente: ¿qué tan bien estamos trabajando en colaborar para que los Estados más débiles se hagan más fuertes para que puedan cumplir mejor con sus responsabilidades hacia sus propios pueblos y los otros? Toda la ayuda del mundo tendrá sólo un efecto fugaz si un país no tiene instituciones públicas que funcionen y leyes que se cumplan. El desarrollo depende de la gobernabilidad.

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También demanda la protección de los derechos de los individuos y sus comunidades. Casi todos los conflictos importantes tienen su génesis en los esfuerzos de una comunidad por desacreditar y perseguir a otra, ya sea en los Balcanes, Timor del Este o África Central. Debemos hacer todo lo que esté a nuestro alcance para robustecer las fuerzas de la tolerancia y moderación en aquellos lugres donde los gobiernos necesitan y quieren nuestra ayuda.

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Con muchas dificultades, la comunidad internacional ha establecido algunos puntos de referencia de importancia en lo político, económico y social para saber si los países están acatando sus deberes en forma correcta. Y aún así, cada año, la brecha entre Estados fuertes y débiles se hace más amplia.

El autor es primer ministro de Canadá
The Economist. The World in 2005.

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