En 1971, con una inversión de $300,000 pesos, Mauricio Achar abrió las puertas de su primera librería y cafetería en la calle de Miguel Ángel de Quevedo, en la ciudad de México.
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Unos años después, al convertirse Gandhi en punto de encuentro de escritores, y al ver que “ya no cabía un libro más”, el empresario compró los locales vecinos para expandir su negocio.
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A mediados de los 70 importó libros, sobre todo de arte, que puso a la mano para hacerlos más apetecibles al público, y completó la oferta con una galería y un foro donde sonaron los primeros sones de la nueva trova cubana en México.
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Achar asegura que si bien las librerías son templos que no captan nuevos feligreses, la política de descuento que manejó desde el principio le permitió sumar adeptos –y algunos detractores, que lo han acusado de dumping y de buscar ser un monopolio–.
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“Hay editoriales que quieren liquidar ciertos libros que a $100 pesos no se venden, pero a $20 sí, pues la gente cuida su economía. Parte del secreto de Gandhi es ése. A mis competidores les digo: mejor cópienme, en lugar de criticarme.”
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Pero no todo ha sido éxito en esta aventura. Las librerías El Ágora y Monte Parnaso no dieron frutos: la primera, fundada en 1974, cerró en 1979; la segunda pasó a manos de su primo y competidor Tony Sultán.
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En julio de este año la firma instaló módulos llamados “un Metro de libros”, en donde la oferta va desde $5 hasta $40 pesos. La primera estación donde distribuyó sus productos fue la de Universidad y ahora hay espacios en los que se han vendido más de 200,000 ejemplares. Para 2005 estarán en las 200 estaciones del Metro capitalino.
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Su familia también participa de la empresa. Su mujer administra la librería Colorines y sus hijos manejan las sucursales de Gandhi en la ciudad de México y Guadalajara.
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Achar confiesa que al abrir su primera librería no tenía demasiadas ambiciones, sólo que le diera para vivir. Hoy Gandhi cumple 31 de años de existencia y vende más de un millón de libros al año en un país donde casi no se lee.