Lo que hace falta para atraer inversión extranjera a México no son folletos promocionales, sino programas de desarrollo económico de largo plazo. ¿Por qué?
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Para crear y hacer crecer activos en un país, una empresa extranjera requiere seguridades para su inversión: que a la vuelta del calendario sexenal no se encuentren con un país totalmente distinto al que los invitó; que en lugar de inventarles trámites, se los faciliten; que puedan llegar a hacer estudios de mercado y de consumo, y no pronósticos de estallidos sociales; que sus mercancías y servicios fluyan hacia los consumidores, y no se queden varados en carreteras, puertos y aeropuertos ineficientes; que sus ganancias no se pierdan en un salto cambiario a la vez que se estrellan con los altos muros de las tasas de interés.
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Dar esas seguridades significa hacer trabajo interno, y no recurrir a la salida facilona de promover un mercado que no es el nuestro, cobijados únicamente en el Tratado de Libre Comercio. ¿O será acaso que la invitación está dirigida a hacer de México una gran frontera de la producción maquiladora? Porque la decisión de privatizar sectores estratégicos y altamente atractivos, antes reservados al Estado y de enorme necesidad de capitalización, no puede ser considerada una sesuda política de desarrollo industrial, pues es evidente que responde a la emergencia gubernamental por obtener recursos rápidos.
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Queda claro lo que México necesita: proyectos de inversión de largo plazo, que articulen cadenas productivas de proveedores mexicanos para incrementar el contenido de integración nacional, lo cual repercute en el fortalecimiento del mercado interno y en la competitividad internacional.
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Queda claro lo que no necesita: depender del capital especulativo para financiarse. A fin de cuentas, será difícil que los inversionistas extranjeros estén dispuestos a continuar aumentando el flujo de capital a países emergentes, como México, mientras no existan, también en este caso, evidencias sustanciales de crecimiento y ganancias.
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No hay alternativa.
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