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Misterios corporativos. ¿Cómo rendir c

A veces hay que actuar simplemente en defensa propia.
mar 20 septiembre 2011 02:54 PM

Uno de los más grandes misterios del hondo universo corporativo consiste en la elaboración de reportes que sean efectivos, claros y, al mismo tiempo, satisfagan el peculiar gusto de cada uno de los directores y vicepresidentes a los que van dirigidos. Cualquier ejecutivo familiarizado con el tema sabe que es legítimo sentirse poco más que satisfecho cuando la suerte nos sonríe, pues trabajamos en una empresa donde, bajo un solo formato, es posible rendir cuentas de los resultados obtenidos. Pero ¡ay!, casi siempre la realidad está demasiado alejada de este escenario utópico.

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En mi caso, cada uno de los vicepresidentes a los que debo dar cuenta de mis actos exige que se le envíen reportes de distinta manera: unos los quieren breves, casi telegráficos y que de preferencia quepan en una cuartilla; a otros les gustan las descripciones detalladas, en un estilo que podría ser la envidia de cualquier escritor ruso. En medio, caben todas las variaciones, desde quienes los prefieren en forma de presentación, hasta los que rechazan los documentos impresos y exigen recibirlos vía electrónica.

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Me considero un persona realista y pragmática y, así, no exagero si digo que es humanamente imposible darle gusto a todos. Para mi fortuna, la mayoría de los que reciben mis documentos aceptaron, quizás a regañadientes, el formato y estilo que utilizo. Sin embargo, hay un par de altos directivos que me han devuelto mis reportes de actividades, con notas en las que me piden –en realidad, me exigen– que se los prepare de manera distinta. Me refiero, concretamente, al contralor general y al vicepresidente de comunicación institucional.

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El primero, supongo, vive agobiado por tantos números y (creo) debe tener muy poco que leer y un gusto insaciable por narraciones macarrónicas. Quizá le convendría buscarse algún amigo instruido en libros que, generosamente, le recomiende lecturas del tipo de novelas rosas, pues me ha señalado que mi reporte es “demasiado escueto” y me pide que le describa “con mayor detalle” mis actividades. En cambio, el segundo reclama que me ahorre “tanta palabrería hueca” y que redacte el mismo documento en frases cortas y numeradas; para facilitar su lectura, sugiere que se lo imprima en tarjetas tamaño media carta de color manila (y, atento a los detalles, me envía una como ejemplo).

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¿Qué hacer? Ante la ausencia de un manual corporativo que fije a todos los empleados y ejecutivos de la compañía los formatos “oficiales” para memorandas, cartas, reportes y circulares, cada quien hace lo que le viene en gana. No deja de ser irónico que, quienes impulsan este breve caos sean, precisamente, los jefes. Algunos podrían pensar que, llevados por una insondable ansia de dominio, para cada vicepresidente cualquier tema se vuelve una buena excusa con la que imponer sus puntos de vista. Pero si analizamos el asunto más de cerca, se parece a esos pleitos infantiles, tan frecuentes entre los políticos que impulsan nuestra transición a la democracia. Mientras tanto, yo vivo más confundido que un capitalino con doble horario (el “de verano” y “el del sol azteca”).

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Viejo lobo del mar corporativo, mi ex jefe recomienda que delimite mi fobia tecnológica y aproveche las ventajas del procesador de texto. “Lo de las frases cortas –me dijo, con rostro paternal– es lo más sencillo: sólo quita todos los adjetivos, deja los verbos en infinitivo y ahorra tantos artículos y preposiciones como te sea posible. Al contrario, si lo que quieres es alargar un reporte, agrega adjetivos, utiliza dos verbos en lugar de uno y repite tus ideas. Fácil, ¿o no?” Le respondí que, francamente, sus sugerencias me parecían absurdas, tanto como el problema. “Precisamente –me contestó–, a grandes males, grandes remedios; de otra manera vas a pasarte la vida haciendo reportes sobre la manera como gastas el tiempo haciendo reportes que describen la manera cómo hacer reportes… y así, ad infinitum.”

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Hice exactamente lo que me recomendó. Me dio no sé qué, pero la sensación de vértigo que me provocó la imagen del reporte sobre el reporte sobre el reporte fue más fuerte. Hay momentos en que las cosas ya no se hacen por gusto, sino simplemente en defensa propia.

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