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México-Estados Unidos. Antes beneficio,

La apuesta por ligar el destino económico nacional a la suerte de la mayor potencia mundial se vuel
mar 20 septiembre 2011 02:54 PM

La evolución de las economías de México y Estados Unidos no siempre ha si0do en el mismo sentido. Por ejemplo, en 1991, mientras el vecino del norte reportó una caída de 0.47% en su actividad económica, México creció 4.2%. En 1995, al mismo tiempo que la producción del país mostraba un desplome de 6.2%, en la Unión Americana creció 2.7%. En el tercer trimestre de este año, mientras el PIB de ese país creció también 2.7%, se espera que la economía nacional lo haya hecho en cerca de 7%.

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En general, fue a partir de que México inició su apertura comercial que se estableció una relación más estrecha en la dinámica de los dos países, la cual se hizo más intensa con la negociación del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) y su entrada en vigor el 1 de enero de 1994.

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Esa realidad se confirma si se analiza lo que sucedió luego de que en 1994, la administración saliente hizo un mal manejo de los desequilibrios con el exterior, los cuales desembocaron en una situación insostenible y provocaron el estallido de la crisis más grave de la historia moderna de México porque gracias al TLCAN, la recuperación fue sorprendente.

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Atados a su suerte

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Las estadísticas muestran claramente el aumento de la interrelación entre México y Estados Unidos.

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Así, por ejemplo, si bien de 1990 a 1994 las exportaciones de México crecían a una tasa promedio anual de 10.5%, las que se dirigieron hacia Estados Unidos lo hicieron a un ritmo de 12.5%, y en particular, las de maquiladoras avanzaban a una tasa de 17.3%. De 1994 a 1999 se aceleró el crecimiento de todos los renglones, que alcanzaron incrementos promedio de 17.5%, 18.4% y 19.4%, respectivamente. Entre esos años, la participación del mercado estadounidense en las exportaciones de México, incluidas las de maquiladoras y de petróleo, aumentó progresivamente y pasó de representar 79% en 1990, a 85% en 1994 y 88% en 1999.

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Además, las maquiladoras –gracias a la devaluación de 1995–, y últimamente al petróleo, mantienen un superávit con Estados Unidos, que compensa el déficit con otras regiones.

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La existencia de esa interrelación también se observa en muchas otras variables: Estados Unidos aportó 54% de la inversión extranjera que llegó a México entre 1994 y el primer trimestre de 2000 (que sumó $47,024 millones de dólares); 84.5% de los 10.2 millones de turistas que llegaron a México el año pasado y un alto porcentaje de los 85 millones de personas que cruzaron la frontera para ingresar al país fueron estadounidenses. Asimismo, prácticamente la totalidad de los $6,313 millones de dólares que envían los connacionales que trabajan en el exterior provienen del vecino del norte.

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Por lo que se refiere al tipo de actividad que se beneficia de esa mayor vinculación, sobresale el caso de la industria automotriz, que en el marco del TLCAN ha desarrollado una importante planta integrada regionalmente. Otra, como la textil, gracias al Tratado logró salir de una situación de gran debilidad en que se mantuvo durante la década de los 80 y la primera parte de los 90. También se benefició el desarrollo de la industria de equipo eléctrico y electrónico, en la que se atrajeron importantes inversiones de Estados Unidos, Asia y Europa, bajo el esquema maquilador. Cierto, hubo actividades que resultaron muy afectadas, principalmente la agricultura, como reflejo de la mayor relación entre las dos economías ya que Estados Unidos es un importante proveedor de granos.

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Por eso, cuando el equipo del nuevo gobierno anunció que en 2001 se proponía crecer a una tasa de entre 4 y 4.5%, se aclaró que era inevitable el ajuste con respecto a las promesas de campaña –que ofrecían avanzar a una tasa de 7% anual–, dada la importancia de la economía de Estados Unidos y la expectativa de que crecerá a un menor ritmo en los siguientes años.

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Por otra parte, sería indebido suponer que el aumento del comercio y la inversión de estos años es parte de un fenómeno aislado, que sólo se ha dado entre México y Estados Unidos.

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Tales relaciones están inmersas en el fenómeno más amplio de la globalización, en el que progresivamente se sincronizan las tendencias del comportamiento económico mundial. Esto permitió asimilar rápidamente los efectos del colapso económico que impactó a México a mediados de la década, y también ayudó a aliviar los efectos de las crisis del sureste asiático en 1998, así como las turbulencias que vivió Rusia o Brasil, que tuvo que devaluar a inicios de 1999. Incluso, contribuye a dinamizar a la postrada economía japonesa y a la incipiente Unión Europea.

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¿Hasta cuándo?

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En ese contexto, resulta de gran importancia para México y el mundo lo que sucede en la economía de Estados Unidos. Después de alcanzar su expansión más prolongada de la que se tenga registro desde mediados del siglo XIX, hasta ahora no ha sido posible determinar cuándo comenzará a desacelerarse, y este año se muestra, todavía, sorprendentemente fuerte.

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Cabe recordar que desde diciembre de 1996, el presidente de la Reserva Federal de Estados Unidos, Alan Greenspan, alertaba acerca del riesgo que significaba el “exuberante” crecimiento de la bolsa de valores en ese país. A pesar de ello, en los años siguientes el Índice Dow Jones siguió aumentando sus rendimientos y la economía tuvo tan buen comportamiento que el propio Greenspan no volvió a hacer comentarios tan directos.

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A finales de 1999, el Fondo Monetario Internacional (FMI) apuntaba que “la desaceleración y el ajuste en Estados Unidos son inevitables”. Entre los factores a los que atribuía el crecimiento previo, el Fondo reconocía el efecto positivo generado por los logros en materia de productividad, así como el superávit público alcanzado por la administración Clinton.

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Sin embargo, el organismo consideraba varios factores de riesgo, muchos de los cuales, al compararse con la situación actual, parece que se han agravado. Por ejemplo:

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a) El déficit en cuenta corriente. Hasta agosto de este año fue de $235,528 millones de dólares, 43% superior al de enero-agosto de 1999;

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b) la inflación. A pesar de los incrementos que aplicó la Reserva Federal (Fed) en sus tipos de interés durante este año –que pasaron de 5.5% en diciembre de 1999 a 6.5% en junio–, la inflación de septiembre avanzó 0.5%, con un crecimiento anual de 3.5%, lo que ha creado incertidumbre acerca de la posición que adoptará la Fed en su reunión del 15 de noviembre. Buena parte de esa alza se debe a los energéticos, donde existe el temor de que la escasez y los altos precios vayan más allá de un problema coyuntural;

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c) el tipo de cambio del dólar. En 1999, el FMI decía: “se sitúa muy por encima de los niveles que se estiman coherentes con los parámetros fundamentales a mediano plazo”; a pesar de eso, en el transcurso de este año el dólar se siguió apreciando con respecto al euro y

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d) la posibilidad de un fuerte descenso en las cotizaciones bursátiles. Por lo pronto, hasta el 24 de octubre el Índice Dow Jones estaba 11.65% abajo del registro de diciembre y el Nasdaq ya acumula una caída de 18.6%.

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A lo anterior se podría añadir el aumento de la deuda privada, ya que el crédito es otro factor que también juega un importante papel en la expansión de Estados Unidos.

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Esas cifras no necesariamente conducen a conclusiones negativas. De acuerdo con Juan Carlos Núñez, profesor del Área de Entorno Económico del Instituto Panamericano de Alta Dirección de Empresas (IPADE), “los principales analistas han llegado a considerar que el aterrizaje de la economía estadounidense será suave”. Explica que existe la hipótesis de que dicho aterrizaje se efectuó en el tercer trimestre de 2000, porque el PIB de Estados Unidos pasó de crecer 4.8% en el primero y 5.6% en el segundo, a 2.7% en el tercer cuarto del año, para repuntar y sostenerse con estabilidad alrededor de 4% a partir del cuarto trimestre.

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En parte, esa conclusión coincide con la de investigadores que destacan la situación inédita provocada por el efecto positivo que tiene la nueva economía sobre la actividad productiva estadounidense.

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Análisis de la Fed apuntan que eso permite incrementos de la productividad que compensan los aumentos en los costos salariales. Sostienen que la aplicación en gran escala de todos los avances tecnológicos, como la informática, las telecomunicaciones y su convergencia en la red de internet, así como la biotecnología, tienen gran impacto en el contexto de una economía donde los servicios cuentan con el mayor peso específico.

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Según estima León Bendesky, director del Sistema de Información Regional (Sirem), “la larga expansión de la economía estadounidense también está asociada con la creciente apertura comercial y financiera en el mundo, el papel del dólar como moneda mundial, la expansión de los mercados de capitales y el efecto riqueza que producen entre los inversionistas los procesos de integración económica con el fin de los regímenes comunistas”. Y advierte que “no hay evidencias de que esta fase de expansión constituya un ciclo de larga duración y, en cambio, puede agotarse y poner a esa economía en un escalón más bajo de crecimiento (o provocar una crisis) con los efectos sobre el resto de las economías”.

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Los temores

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Una conclusión común es que la Unión Americana no podrá mantener el ritmo de crecimiento superior a 5% del primer semestre.

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Por otra parte, Bendesky aclara que hasta ahora las estimaciones acerca del efecto de la desaceleración se basan en el comportamiento demostrado de la elasticidad –medida de aumentos o disminuciones en una variable, frente a modificaciones en otra– de las exportaciones ante un crecimiento fuerte de Estados Unidos. Advierte que “no se puede descartar que la elasticidad a la baja, por el efecto de una desaceleración, sea mayor”, esto es, que esa reducción en el ritmo de crecimiento provoque una desaceleración más pronunciada en México.

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Y no es imposible; la globalización acelera la competencia, misma que no se frenará ante una disminución en el ritmo de crecimiento de los mercados. Al contrario, se volverá más intensa. El problema reside en qué sucederá en momentos en que el peso muestra una gran sobrevaluación con respecto al dólar –que es mucho más fuerte con relación al euro– y cuando las ventajas obtenidas en el TLCAN ya sufren un desgaste, dado que Estados Unidos continúa abriendo su economía, además de que China se incorpora de lleno a la Organización Mundial de Comercio.

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Los efectos previsibles

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Dada la importancia que tiene la interrelación de México con Estados Unidos, es evidente que su desaceleración impactará a muchos sectores. Núñez, del IPADE, pone énfasis en que afectaría el ritmo de creación de empleos en la industria maquiladora, la que más plazas ha creado en los últimos años; disminuiría la captación de divisas por exportaciones y habría posibilidades de que no se alcanzara la meta de captar inversión extranjera por $14,000 millones de dólares en 2001.

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Las metas del nuevo gobierno ya toman en cuenta que México chocará con un entorno que frenará su ritmo de crecimiento. Al respecto, Jorge Mariscal, de Goldman Sachs, estimó que “es bastante factible que si la economía de Estados Unidos se desacelera a una tasa de 2.5% o 3%, que es un pronóstico relativamente pesimista, la economía mexicana podría crecer a una tasa de 4.0 a 4.5%”. En la misma línea, Mauricio González, director de Grupo Economistas Asociados (GEA), cree que “si la economía de Estados Unidos se desacelera de 5% hasta 3%, México podría crecer sin problemas a una tasa de entre 4 y 4.5%”.

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Independientemente de su magnitud la desaceleración de Estados Unidos repercutirá en una disminución de los ingresos por exportaciones en México; en general, las perspectivas de una menor actividad obligarán a adoptar medidas para mantener los equilibrios económicos en los que se han afanado los últimos gobiernos, así como el que está por tomar posesión. Es todavía más importante ahora que, aparentemente, ya inició el declive económico en Estados Unidos. En esa preocupación se inserta la decisión que adoptó el Banco de México el 17 de octubre, de aumentar el corto monetario de $280 millones a $310 millones de pesos; pero no es suficiente. El costo de la dependencia con respecto a Estados Unidos se verá, seguramente, en la aplicación de medidas adicionales que permitan sortear la menor captación de ingresos.

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Mariscal advirtió que hasta ahora la economía no ha respondido a la estrategia restrictiva del banco central, por lo que hace falta un mayor apretón fiscal. En su opinión, los cortos impulsan la apreciación del peso y facilitan bajar la inflación, pero no frenan la economía. De mantenerse el crecimiento cercano a 7%, puede repercutir en mayores desequilibrios en las variables que se buscan corregir.

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