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Reinventarse o tirar la toalla

China es un rival formidable al que sólo se le podrá enfrentar con armas novedosas.
mar 20 septiembre 2011 02:54 PM

Raúl Awad, un empresario chileno de 55 años, hizo lo que él llama “el mejor negocio de mi vida”: tras pasar un mes en China regresó a su país a desmembrar su empresa, Fundición Manchester, una compañía radicada en Santiago que desde hace 40 años fabrica llaves y conexiones de bronce para cañerías. La firma ha pasado de tener 65 empleados a sólo cinco y ha renunciado a la producción para dedicarse a la distribución de los mismos productos que fabricaba. “En ese campo no se puede competir contra ellos”, me cuenta el hombre de negocios a su vuelta del país asiático.

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No sólo volvió impresionado por la capacidad de producción y los bajos salarios que se pagan en China, sino que lo que más le llamó la atención fue la actitud de sus empresarios.

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Para muestra, una anécdota: en Shangai le propusieron visitar una fundición de cobre “al lado de allí” –tradúzcase: 400 kilómetros de distancia– propiedad de una familia llamada Lu. Tras recorrer la fábrica, que el chileno describe como “impresionante por ver a 1,200 personas trabajar sin descanso”, el dueño, parco en palabras, le preguntó si había algo en los procesos que inspeccionó que estuviera mal. Awad, en honor a la cortesía, respondió que todo estaba muy bien. El directivo no acepto el comentario y le volvió a preguntar qué fallos había detectado.

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Tras resistirse un poco, el sudamericano finalmente le comentó que había visto dos pequeños problemas: falta de un muro que separara los aserrines con contenido de aluminio y que, en el control de calidad, la agrupación no contara con espectrógrafos, unas máquinas que se consiguen en Estados Unidos por $10,000 dólares cada una. El empresario chino se limitó a responder: “Ahora mi hijo le llevará a comer”, y el chileno infirió que Lu no había apreciado sus críticas.

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A su regreso del almuerzo, Awad fue conducido de nuevo a las instalaciones y, para su sorpresa, el muro para separar el aserrín ya estaba construido. En las oficinas, Lu le mostró tres páginas impresas de internet en las que aparecía el espectrógrafo aludido. Tras confirmar que se trataba de esa máquina, el chino encargó tres en ese mismo momento. Cuando regresó a su hotel, el chileno se encontró con que, en señal de agradecimiento, el oriental había pagado su cuenta. “Se consiguió un servicio de consultoría por el precio de una comida y un cuarto de hotel”, bromea.

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El caso de Awad no es aislado. Frente a una potencia que, por sus bajos sueldos, su gigantesca capacidad de producción y su enorme productividad, convierte en commodity cualquier cosa que fabrique –y ya no se trata sólo de productos poco sofisticados–, los empresarios latinoamericanos tienen ante sí dos opciones: reinventarse para fabricar productos innovadores y más especializados o tirar la toalla. La competencia de China será una auténtica pesadilla a partir de 2004, cuando desaparezcan los aranceles que ahora los países occidentales imponen a las exportaciones de ese país.

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La pregunta se impone: ¿qué estamos haciendo por la fuerza laboral en México para dotarla de una verdadera ventaja competitiva –no, los sueldos ya no sirven– que nos permita plantar cara a esta creciente amenaza?

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