Repunte inflacionario
Después del abrupto cambio que sufrió la paridad del peso frente al dólar a finales de 1994, se aplicó una política monetaria restrictiva que tuvo mucho éxito para frenar el crecimiento de la inflación. Mientras que la devaluación fue de casi 100%, en 1995 la inflación tuvo un crecimiento de 52%. Para 1996 se aplicó una estrategia similar, con el propósito de reducir la inflación anual a sólo 20.5%. Sin embargo, el comportamiento reciente de los precios y el resultado de la inflación al final de 1996, cercano a 28%, demuestra que aún existen fuertes resistencias para reducir el ritmo de crecimiento de precios.
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Aunque la inflación terminó 1996 con una desviación mínima respecto de la meta original, lo cierto es que sólo fue poco más de la mitad de la registrada en 1995. El avance no se puede negar.
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Sin embargo, la meta original no se logró, a pesar de que los propósitos del Banco de México contaron con el mejor escenario posible:
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- La base monetaria se mantuvo dentro de, los límites determinados DOT esa institución;
- El poder adquisitivo disminuyó en términos reales, esto es, no hubo presiones vía demanda de consumidores;
- La cartera crediticia vigente de la banca cayó 6.7% a precios constantes;
- A pesar de que hubo una baja en los ingresos fiscales, al cierre del tercer trimestre el balance público era superavitario en $19,644 millones de pesos;
- La existencia de enormes recursos en los circuitos financieros, los cuales, ante las bajas tasas que se pagan en otros mercados, ingresaron al país atraídos por los elevados rendimientos que ofrece Banxico, lo que permitió mantener relativamente estable el tipo de cambio, que se devaluó menos de 4% entre diciembre de 1995 y el último día de 1996.
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En resumen, existían las condiciones para alcanzar la meta de una inflación de 20.5%.
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En los últimos años se ha buscado eliminar la inflación mediante la combinación de las políticas fiscal, monetaria y cambiaria. La reducción del déficit fiscal que prevaleció hasta fines de los 80, la disciplina en la emisión de moneda y la búsqueda de la estabilidad cambiaria son medidas que se han aplicado en forma conjunta para lograr la estabilidad de precios.
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Las dos primeras influyen sobre la demanda, no permitiendo que rebase los niveles de la oferta. Son medidas que, si bien implican el riesgo de restringir el crecimiento, en teoría Brindan la posibilidad de crecer sólo en la medida en que la sociedad va generando la capacidad para ello. Pero la forma en que se aplica en México consiste en reprimir la demanda para frenar los precios.
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La tercera medida aplicada –la estabilidad cambiaria– es un factor con varias aristas. Cuando se logra de la misma forma en que se ha pretendido buscar la salud fiscal y monetaria –sólo sobre la base de lo que el país es capaz de compensar en su intercambio con el exterior–, es una estabilidad sana. Pero cuando se apoya en flujos financieros altamente especulativos, repercute en un aumento artificial de la oferta, vía importación subsidiada de bienes. El subsidio, que es real, se refleja en las elevadas tasas de interés que se ofrecen a esos capitales y que, tarde o temprano, como sucedió al término del salinismo, las paga la sociedad en su conjunto provocando una nueva inestabilidad. Mientras es posible aplicarla, esta medida contribuye a reprimir los precios internos mediante la competencia foránea. De esa manera, han logrado reprimir los precios, pero no eliminar la inflación.
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Lo cierto es que en la estructura económica prevalecen factores que obedecen a situaciones objetivas que ninguna de las políticas puestas en práctica han combatido a fondo. Esos factores se refieren a las condiciones en que se fabrican, transportan, almacenan y venden los productos en México.
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Sólo en la medida en que se impulse la modernización de esas operaciones, se podrá eliminar la inflación. Y, casualmente, el objetivo de aumentar la eficiencia y modernización de la actividad productiva, no choca con la necesidad de crecer y atender las urgentes demandas de educación Y salud.