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Roberto González Barrera

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mar 20 septiembre 2011 02:54 PM

Si el lector busca en el diccionario la palabra “sobreviviente”, acaso se encuentre con el nombre de Roberto “don Maseco” González Barrera... por cierto, tal vez junto al de su consuegro Carlos Hank González. No hay tormenta política que lo derribe, ni político en desgracia que lo arrastre.

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“Don Roberto”, como era conocido en el seno de la familia -Salinas de Gortari, ha mostrado ser inmune hasta a los avionazos. Hace años, cuando volaba en su primer avión privado, éste se desplomó. Según cuenta ahora, el -multimillonario de clase mundial no sólo resultó ileso, sino que incluso salvó al piloto de morir.

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La historia del “zar de la tortilla”, ahora convertido en mago de las finanzas, puede mirarse desde varios lados. Uno de ellos es la historia épica del niño originario de Cerralvo, Nuevo León, que trabajó desde los cinco años para ayudar al sustento de sus 15 hermanos y primos, mientras sus padres y tíos se iban de braceros en tiempos en que la -Border Patrol no se excedía con los macanazos (o no abundaban las videocámaras). Aquí se habla de un pequeño Roberto que nació para vender todo lo que tuviera a la mano, que ganaba más de lo que su padre le daba de domingo y que terminó asociándose con él en diversos negocios para —por ahí de los 18 años— operar un molino de maíz, casi casi el motivo de su vida. Los años que vendrían serían de lucha para imponer en el mercado lo que -González juzgaba sería el negocio del futuro: las tortillas de harina de maíz, y su marca Maseca.

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Desde otro ángulo, también es absolutamente cierto que este mismo joven resultó ser un genio de los contactos personales, mismos que lo ayudaron a llegar a las alturas. Su primer socio fue “un señor importante” en Veracruz, quien lo introdujo al negocio del aceite de coco. Posteriormente, y por muchos años, crecería bajo la sombra de un nuevo padrino, el general Bonifacio Salinas Leal, ex gobernador de Nuevo León y de Baja California. Los grandes nombres se fueron encadenando con los años... Hank González y su hijo Carlos (quien terminó desposándose con la heredera de González), presidentes como Luis Echeverría, la clase empresarial de Monterrey y —¿quién lo hubiera dicho?— Raúl Salinas Lozano.

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Viéndolo por otro lado, puede entenderse la vida de Gonzá­lez como la de un visionario que apostó todo por expandir el consumo de harina de maíz en México, Centroamérica y el sur de Estados Unidos. Pero también se puede hablar del gran impulso que le dio Echeverría al mandarlo a hacer negocios a Costa Rica con su amigo el presidente José Figueres y, así, convencer a los “ticos” de comer maíz en lugar de trigo.

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El otro espaldarazo histórico llegó mucho después, cuando el agradecido presidente Salinas —dicen— prácticamente detuvo los suministros de maíz a los tradicionales nixtamaleros en favor de los productos de don Roberto. Según se documenta ahora, con Raúl Salinas en Conasupo y Hank González en la Secretaría de Agricultura y Recursos Hidráulicos, el control del maíz quedó en manos de un reducidísimo grupo: Maseca, Agroinsa (de Policarpo Elizondo, otro de los cuates mutuos), Hamasa (presuntamente de la familia Hank) y Minsa, la -paraestatal que fue cediendo mercado (o “territorios”) a la empresa de González Barrera.

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“Don Maseco” terminó el sexenio de Salinas dentro de la lista de los hombres más ricos del mundo, con una fortuna valuada entonces en por lo menos $1,100 millones de dólares. Y si esto fuera poco, a mediados de 1992 se convirtió en banquero. Por un estrechísimo margen hizo a un lado a -Humberto Lobo Morales en la compra de Banorte. Si como industrial figura entre los buenos, parece ser mejor como financiero: su banco es ahora una de las joyas del sistema en lo que a utilidades se refiere. Tan ducho resultó, que no tuvo problema en absorber Bancen en 1996.

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Lo único cuestionable que se le ha podido comprobar a este empresario-banquero de 66 años, con seis hijos y más de una docena de nietos, es la de ser priísta “hasta el cuello” y fiel con sus poderosos amigos. Sabido es que no tuvo problemas en prestarle su avión a Carlos Salinas, cuando a éste le dio por hacer huelga de hambre. Tampoco para contribuir millonariamente a la campaña del presidente Ernesto Zedillo. Lo que no acepta es haber participado en el “fideicomiso de inversión” del encarcelado Raúl Salinas, aunque así lo afirmara el indiscreto Carlos Peralta.

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Hoy, González Barrera añade dos nombres a su jugosa lista de contactos: el de Dwayne O. Andreas, propietario del monstruo del sector alimenticio Archer Daniels Midland y ahora dispuesto a comprarle 20% de Maseca, y el de Nicholas Brady, el célebre ex funcionario estadounidense que participa por medio de su fondo de 2.5% de Banorte.

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Eso es don de gentes.

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