Si habla el jefe, dile que...
Hay dos cosas que de veras me molestan: una es la Navidad y su caudal tan - mexicano de excesos a finales de año, cocteles y comidas incluidos (como si - nos sobrara el dinero); mentir es la otra. Pero lo que de verdad puede - reventarme es tener que mentir por otros y caer en ese juego que empieza con un - “Oye, ¿te pido un favor? Si habla mi mujer, dile que...”, y acaba con la - poca credibilidad de los incautos que ofrecemos este tipo de protecciones.
- Me gusta pensar que soy pragmático y desde hace años acepté que no hay - cómo evitar la euforia de la Navidad y el Año Nuevo (ya sé que estas - líneas serán leídas a principios de febrero, pero las escribo en enero y - todavía me dura el berrinche). Mal que bien, uno puede ir capoteando los - festejos, dar evasivas a los compromisos, abandonar las reuniones temprano. - Pero no hay poder sobre la tierra que pueda salvarte de cumplir con el alto - deber corporativo de tener que inventar excusas, mentir y (como dicen los más - jóvenes) “poner cara de paleta” por el jefe.
- Debo aclarar que si no me gusta mentir, no es por prurito moral, ni por - aquello del sexto mandamiento (¿o es el séptimo?). No soy un puritano o algo - que se le parezca. Para mí, la mentira es un arte y una ciencia, se confunde - con la literatura y con el diseño de mecanismos exactos, como los relojes. La - mentira no puede sino ser perfecta, es una maquinaria fatal que atrapa a quien - la escucha. Mentir significa crear situaciones, hechos y hasta personas - ficticias, es una fabulación y yo carezco de ese talento. Si elijo no mentir, - no es por ser “bueno” sino porque sé que soy torpe para inventar y que - vivo como pegado a las cosas.
- ¿Cómo explicarle a mi jefe este accidente metafísico... sobre todo cuando - tenemos pendiente lo de mi “evaluación” y mi aumento de sueldo? El día - antes de Navidad, cuando me informó que había decidido salir de vacaciones, - le recordé que teníamos el cierre de año y que, si él abandonaba la - oficina, el tiempo no nos alcanzaría (nótese la sutil manera de “hacer - equipo”) para tener el reporte en la primera semana de enero, tal como el - vicepresidente de finanzas nos lo había solicitado (en realidad, se lo había - exigido).
- Mi jefe manoteó, como diciéndome: “Sí, ya lo sé”. La pinza se cerró - al día siguiente. Desde el aeropuerto, me llamó para darme los números de - teléfono en donde podía localizarlo (todos comenzaban con clave lada). Antes - de colgar, vino la estocada: “Oye, Clip, ¿te pido un favor enoooorme? Si me - llaman de la vicepresidencia, diles que estoy en las bodegas y luego-luego me - llamas para comunicarme con ellos.” ¿Cómo podía decirle que no, que la - literatura, que los relojes?
- Pero, como dije, la mentira debe ser perfecta y el problema fue que, cuando - hablaron de finanzas, la secretaria de mi jefe dio un argumento levemente - distinto: “El director no se encuentra, tuvo que salir a Houston de - emergencia, su mamá se puso muy grave...” Sobra decir que no me puso sobre - aviso: ni quién hablaba ni nada (después de todo, no es mi secretaria). Por - supuesto, cuando recibí la llamada lo primero que la voz del VP me preguntó - fue: “¿Y cómo sigue la mamá de Pérez?” Enmudecí. Me repitió la - pregunta. Tartamudee: “N-n-no sé, ¿le pasó algo?” Justo cuando comenzaba - a entender lo que estaba pasando, la voz me pidió unos datos y recibí la - orden tajante de que le comunicara a mi jefe que era urgente que le llamara al - VP. Colgaron.
- Rápidamente, verifiqué con la secretaria lo que ella había dicho, apunté - lo que yo dije, le llamé a mi jefe y le informé de la situación. Ya no - recuerdo su respuesta. Siguieron noches espantosas, pesadillas donde mi bono - anual y mi aumento se desvanecían en el aire, donde me veía desempleado, el - Aviso Oportuno bajo el brazo.
- Por supuesto, la cosa no pasó a mayores. Desveladas de por medio, el - reporte salió a tiempo y mi jefe está de lo más feliz. Yo me siento fatal: - aún no me dice nada de mi aumento.