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Si yo fuera celebridad

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mar 20 septiembre 2011 02:55 PM

Es un sábado por la noche. Tras la presentación del Ballet Bolshoi en el auditorio del recinto de congresos de Davos, los grandes líderes mundiales se arremolinan en los pasillos. Políticos, empresarios y periodistas, casi todos de nombre reconocible, se confunden en el hall, decidiendo si se adentran hacia la Noche Rusa, el Salón Francés o el Banquete Egipcio. Es la Gala Soirée del Foro Económico Mundial, donde todos son iguales...

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¿Son iguales? Aparecen por ahí Richard Gere, Sharon Stone, Lionel Richie y Angelina Jolie y la revolución comienza: todos quieren acercarse, tomarse una foto, pedir un autógrafo. Qué más da que Bill Gates, Carly Fiorina, John Chambers, Charles Prince y centenas más de chairmans y CEOS encumbrados desfilen por el salón. Ni siquiera Bill Clinton o Al Gore reciben el acoso de los demás, como sí ocurre a la pequeña pero contundente constelación hollywoodiana, que firma autógrafos y se toma fotos, una tras otra, con varios de los dueños del mundo. Increíble.

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El poder cede ante la fama. La afirmación parece atrevida, pero hay que verlo con los propios ojos para cerciorarse de ello. Las celebridades están en la punta de la pirámide. Y ni siquiera es un asunto de talento, sino de saber manejarse a sí mismas como los productos más valiosos del mercado. La muestra más viva pudo apreciarse en la reciente visita de Paris Hilton a México. Fue como un huracán de unos cuantos días y no deja de ser sorprendente que tantas personas se hayan arremolinado en hoteles y tiendas departamentales para mirar de cerca a una mujer que no tiene otro talento que ser una rica y guapa heredera. Es lo mismo que la Kournikova, más trascendente como modelo que como tenista. La noche de los Óscares es más una pasarela de estrellas que una entrega de premios a lo mejor del cine. Centenas de revistas y programas de radio y TV viven de relatos y fotos de celebridades.

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El mundo es una casita de muñecas donde los cuentos de hadas se vuelven creíbles. Es la magia de las celebridades creadas, estimuladas y desarrolladas por una industria que es, quizá, la mejor fábrica de dinero. Las celebridades marcan pautas y tendencias. Son las grandes marketeers de lo hot, lo in, lo cool. Ellas nos dicen qué comprar, a dónde ir, qué vestir, qué colgarnos, qué calzar, por dónde viajar, qué beber. ¿De qué otra manera sería entendible que las grandes firmas inviertan millones y millones de dólares para que los famosos promuevan sus productos? El círculo está muy bien trazado y el capitalismo moderno se sustenta en actos de fe: todos queremos ser celebridades. Ciertos bolsos, autos, pulseras, zapatos y vestidos nos acercan a ellas. Y hay que estar muy atentos, porque todo cambia a la velocidad de la luz. Son las grandes trampas de la ilusión y la vana aspiración a transformarnos en quienes no somos. Algo humano, demasiado humano. Y un gran, gran negocio.

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El autor es director editorial de Grupo Expansión y, siempre que puede, se toma fotos con celebridades para acentuar sus propias ilusiones.
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jstaines@expansion.com.mx

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