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Sigue siendo la economía, estúpido

El lema que derrotó a su padre pende ahora sobre la cabeza de George W. Bush, que no da visos de sa
mar 20 septiembre 2011 02:54 PM

Decir una cosa y hacer otra: ese es el pan cotidiano de los políticos. Pero en el caso del inefable George Bush, parece ser plato único. Desde que salió elegido, el mandatario ha basado gran parte de su política económica en llevar la contraria a Bill Clinton y, claro, ha obtenido resultados opuestos a los de su predecesor: tras el periodo más prolongado de expansión económica en Estados Unidos, ahora la Bolsa vive su peor momento en más de 25 años.

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Para alejarse del fantasma del padre –quien soltó aquel célebre “Lean mis labios: no más impuestos”, para llegar al gobierno, subirlos y perder la reelección–, Bush debutó como Presidente cumpliendo su palabra populista y recortó las contribuciones. Al final, sólo benefició a las grandes corporaciones y al 1% más rico de la población. La decisión, si bien apuntaló efímeramente el consumo, ha provocado un déficit presupuestal de $200,000 millones de dólares para un año en el que se preveía un superávit.

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Luego, a contrapelo de sus alegatos en favor del libre comercio, impuso un arancel de 30% a las importaciones de acero. Como suele pasar con toda iniciativa proteccionista, surtió el efecto opuesto: se han perdido más empleos que los salvados.

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Enfrentado a la crisis argentina, quiso cumplir su promesa electoral: al contrario de Clinton, advirtió que Estados Unidos y su lacayo, el FMI, no se harían cargo de la mala gestión de otros gobiernos. ¿Resultado? Desplome inmediato del real en Brasil y, a punto de repetirse una crisis como la asiática en 1997, el gobernante se tragó sus palabras y otorgó la necesaria ayuda.

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En la microeconomía prometió “más mano libre y menos controles” para las corporaciones. Después llegarían los escándalos y, como Bush no puede contradecir del todo a los que financiaron su campaña, sigue sin concretarse un mejor dominio sobre los abusos, ni regenerarse la credibilidad en el sistema.

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Las pérdidas en la Bolsa rozan ya los $3 billones de dólares y la divisa estadounidense se ha cotizado por primera vez en dos años por debajo del euro, como reflejo de la creciente desconfianza de los inversionistas. El desempleo no cede y, a la luz del aletargado índice de confianza del consumidor, la recuperación no llegará en lo que resta de año.

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Sólo un dato parece coherente: cada vez que un Bush llega a la Presidencia, el vecino país del norte cae en recesión y declara una guerra. Al igual que su padre, el actual mandatario mantiene un alto nivel de popularidad gracias a lemas patrioteros y discursos mesiánicos. Pero es la economía la que dirige el voto. Desde 1900, ningún Presidente de la unión americana ha sido reelegido con una Bolsa a la baja. Eso lo entendió muy bien Clinton, quien llegó al poder con el lema “Es la economía, estúpido” y, en ocho años, nunca olvidó aplicarlo.

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De seguir las cosas como están, Bush bien podría convertirse en una interpretación contemporánea de Hamlet. Y luego dirán que Shakespeare no entendía de economía.

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