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Un tranvía llamado deseo

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mar 20 septiembre 2011 02:54 PM

Con éste que pasa hoy por el Teatro Helénico, son ya tres los tranvías de Tennessee Williams que han circulado a lo largo de un escenario mexicano. Todos, sin excepción, han tenido temporadas más o menos exitosas. Todos, también, han dejado huellas más o menos profundas en la memoria de muchos espectadores.

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En diciembre de 1948 —un año después de su estreno en Estados Unidos— se estrenaba en el teatro de Bellas -Artes Un Tranvía Llamado Deseo, bajo la batuta de Seki Sano (mítico director de la historia del teatro mexicano). En aquella ocasión, Stanley Kowalsky fue Wolf Ruvinsky, mientras Blanche Dubois se dejaba caer, lánguida, sobre los hombros de María Douglas quien —dicen los que la vieron— “estaba espléndida” en los ropajes de ese personaje derrotado que busca refugio en la prostitución, el alcoholismo y las fantasías, para sucumbir finalmente víctima de la locura. A pesar de que el propio Williams se mostró totalmente sorprendido por aquella puesta, nadie recibió reconocimiento alguno de la crítica porque tanto la obra, como sus intérpretes, fueron tachados de inmorales.

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En una época más liberal, la reposición de la obra en el Teatro Ofelia, no tuvo la misma resonancia, aunque se le otorgó a Beatriz Sheridan el premio a la mejor actriz del año 1970. En 1983, con una actriz de telenovelas en el reparto, el tercer tranvía tuvo éxito, más por la popularidad de Jacqueline Andere (Blanche), que por la calidad de la representación (en ese sentido, quizá la menos afortunada de las tres). En la puesta apareció Diana Bracho en el papel de Stella (la hermana de Blanche).

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Hoy, en el cuarto tranvía Diana se sube a él como Blanche Dubois, mujer que sueña con representar casi toda actriz, pero a la que pocas le hacen justicia en escena. La dirección está a cargo de un hombre que viene del cine y del video, Francisco Franco, quien aporta una nueva mirada a un drama que parece no perder actualidad. La nueva mezcla es prometedora. Como clásico, atraerá a muchos. A unos, por aquello de las comparaciones. A otros, por ver si Williams era de verdad un autor tan bueno como dicen los libros.

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