Convertir plátanos en vacunas, incorporar al arroz vitamina A y hierro, o utilizar tubérculos como productores de sustancias terapéuticas, son algunas de las aplicaciones de la ingeniería genética que con gran seguridad veremos en breve.
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Salvar la desconfianza que despiertan los alimentos transgénicos y contar con la financiación adecuada para los proyectos en marcha serán los obstáculos a superar. No obstante, existen algunas compañías e institutos de investigación que respaldan esta impredecible industria de diversas aplicaciones. Una de ellas consiste en alterar los frutos comestibles autóctonos para ofrecer una vacuna fácil de penetrar en el organismo humano, sin agujas ni jeringuillas.
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Millones de niños podrían beneficiarse de ello y quedar inmunizados contra cólera, difteria, tosferina, poliomielitis, sarampión, tétanos, tuberculosis y hepatitis B, entre otros padecimientos.
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