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Xcaret: si los mayas vivieran...

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mar 20 septiembre 2011 02:54 PM

Turismo ecoarqueológico. Esa es la premisa de fin de siglo en un mundo pavimentado, plagado de grandes resorts y comodidades al alcance exclusivo de muchos billetes de dólar.

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Ciertamente Xcaret, ese rinconcito caribeño situado en el corredor turístico Cancún-Tulum, no es un ejemplo ortodoxo de “paraíso sagrado de la naturaleza”, como se le promueve dentro y fuera de México. En términos muy honestos, el sitio cuenta con instalaciones donde es notable la mano del hombre (principalmente la del arquitecto Miguel Quintana Pali): restaurantes, caballerizas, cenotes adaptados como ríos subterráneos, auditorio al aire libre, un “pueblo” maya y acuario, entre muchas otras atracciones.

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No obstante, Xcaret —que en maya significa “pequeña caleta”— es un lugar de magia y enigmas milenarios. Baste con documentar que fue habitado por los mayas entre los años 1200 y 1500 dC, correspondientes al periodo posclásico tardío de esta cultura. Entonces era el puerto prehispánico de Ppolé, cuya importancia se debió a su ubicación privilegiada frente a la isla de Cozumel, a la que gran cantidad de peregrinos viajaban continuamente a venerar a Ix-Chel, diosa de la fertilidad. Los resquicios precolombinos de Xcaret son claramente apreciables en 60 construcciones y más de 500 plataformas y estructuras residenciales, que varían en tamaño y distribución.

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Al ingresar al parque ecoarqueológico uno cruza por una réplica del Arco de Labná, estupenda muestra de la arquitectura posclásica maya. De inmediato aparece una sobria construcción piramidal que alberga al Museo Xcaret, con maquetas bien elaboradas de los asentamientos mayas más importantes: Uxmal, Palenque, Cobá, Tulum, Chichén-Itzá, etcétera. El museo cuenta, además, con un magnífico mirador, desde donde puede observarse el incansable azul turquesa del mar Caribe y la silueta de Cozumel en el horizonte.

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Por lo menos hay que pasar el día entero en Xcaret. La tarifa de $30 dólares (moneda oficial del sureste mexicano) incluye prácticamente todo, a excepción de los alimentos, bebidas y el nado con los delfines en la escollera. El principal atractivo, sin duda, es un río subterráneo de 530 metros de largo, que atraviesa el célebre Cenote Sagrado y continúa por cavernas en las que es posible observar, gracias a la iluminación natural, la típica topografía cárstica de caprichosas formas de conchas y corales milenarios. La experiencia es refrescante y, de verdad, inolvidable. Además, ésta puede repetirse en el río del Pueblo Maya, también de medio kilómetro de longitud, que recorre túneles coralíferos y espacios abiertos enmarcados por frondosos jardines colgantes (no hay que olvidar que este paraíso se encuentra en el último recoveco de la selva mexicana). El Pueblo Maya, enclavado en las faldas de un cerrillo, alberga palapas edificadas con sistemas de construcción auténticos de la zona.

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En el criadero de aves silvestres se exhiben especies de aves exóticas y ornitofauna local. En el jardín botánico, ubicado en una exuberante hondonada, es posible apreciar una porción protegida de selva con su propio microclima, más húmedo, que permite la subsistencia en estado virgen de plantas y árboles nativos. El acuario tropical muestra los hábitats marinos donde se reproducen los principales ecosistemas del mar Caribe, enfatizando especialmente los arrecifes de coral. En las pozas de contacto se experimenta la sensación de tocar estrellas de mar, rayas, pepinos marinos, pulpos, erizos y arañas de mar.

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El criadero de tortugas marinas y el “valle de las mariposas” -(el mariposario más grande del mundo), son otra aportación de los concesionarios de este parque a la conservación natural. No se retire del parque al caer la noche. Si bien la transformación nocturna de Xcaret está más dirigida a los visitantes extranjeros, la combinación de la naturaleza con luces, sonido y rituales prehispánicos es un espectáculo que vale la pena disfrutar.

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