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¿Chuparse el dedo?

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mar 20 septiembre 2011 02:54 PM

No tiene remedio el PRI. Como en la historia de la rana y el alacrán, hay algo que no puede resistir “porque está en su naturaleza”. No sorprende, pues, su incapacidad para acompasar el nuevo tiempo mexicano, sino la candidez de los consejeros presidenciales de suponer que esta fórmula para la elección de sus dirigentes  nunca explorada en 70 años– disfrazaría el dedazo.

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Las primeras dos fases del diseño silvestre: renuncia sorpresiva y presentación de reglas para la elección “democrática”, hicieron creer que una tímida brisa renovadora penetraba el Consejo Político Nacional... Pero conforme se conocieron noticias sobre una cargada por los rumbos del Ajusco, se desvaneció el soplo.

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La certeza de los decisión makers de que su fórmula no enfrentaría oposición alguna era tal, que José Antonio González ni siquiera vaciló en renunciar a la Secretaría del Trabajo. No hacía falta un plan de contingencia; el presidente Zedillo había constatado unas semanas atrás la pasta de la que está hecha la cultura política priísta. ¿No se ganó el más nutrido aplauso cuando anunció al priísmo que retomaría los hilos de la sucesión? No había lugar a dudas: podía hacer con el PRI lo que le viniera en gana.

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Dicen que no hay quinto malo. Le toca a José Antonio González Fernández recoger los saldos –las malas cuentas, para hablar en cristiano– de sus cuatro antecesores en el sexenio (María de los Ángeles Moreno, Santiago Oñate, Humberto Roque, Mariano Palacios): persistencia de los viejos usos, incapacidad de autocrítica, fugas por goteo, rebelión de la militancia, candados excluyentes, y su corolario: derrotas por todos lados, en el DF y en varias entidades, en ciudades importantes, en congresos locales...

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Llega al PRI un hombre con vocación de poder. Para González Fernández este es también su quinto (en)cargo en cuatro años, si se descuenta su participación en otra parodia: la disputa por la candidatura del PRI para el gobierno capitalino. Un galopar incesante lo ha llevado a ser representante en la ALDF, procurador general de Justicia del DF, director general del ISSSTE, secretario del Trabajo y, ahora, virtual presidente del CEN del PRI.

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El tránsito efímero de un cargo a otro –no acaba de acomodarse en el sillón cuando ya está estrenando uno nuevo– ha impedido conocer a ciencia cierta su capacidad resolutiva. En la STPS deja pendiente la reforma a la Ley Federal del Trabajo. Otros expedientes han quedado abiertos tras su paso presuroso por distintas responsabilidades (el esclarecimiento del asesinato de Abraham Polo Uscanga, por ejemplo). Existen, pues, razones para la duda y para la censura: ¿tiene más habilidad para diferir problemas que para resolverlos? No habrá forma de acometer políticas públicas de largo aliento para atender seriamente los enormes rezagos del país, mientras prevalezca el síndrome del cortoplacismo.

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Muy cercano a José Francisco Ruiz Massieu, a Fernando Solana y a Sergio García Ramírez (a quienes debe el impulso inicial en su carrera), González Fernández se beneficiará hoy, para conducir al PRI, de la amistad, los consejos y las redes de Fernando Ortiz Arana... y para disciplinarlo, de su cercanía con el secretario del presidente, Liébano Sáenz.

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