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¿Cómo se vende a un perdedor?

Nada más ajeno al temperamento de Labastida que la confrontación en la plaza pública
mar 20 septiembre 2011 02:54 PM

El Gordo Basurto dice que Clotilde se equivoca de palmo a palmo: es imposible equiparar al mítico Pepe el Toro, héroe de los humildes, luchador incansable, con don Francisco Labastida.

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“Que Clotilde le busque por otro lado. Es difícil encontrar dos personajes más disímiles: el entrañable carpintero víctima de 1,000 desgracias a quien el amor levanta de la derrota, con el burócrata encumbrado, rodeado de cortesanos, timorato, que esquiva la lucha, que teme la confrontación”.

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Todo esto viene a cuento porque Clotilde, fascinada por la magia propagandística, creyó posible equiparar el precandidato del PRI con Pepe el Toro. Craso error.

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Ello motivó la reacción airada del Gordo: “todavía no se inventa método eficaz para vender a un perdedor”.

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Clotilde y el Gordo se enredaron en una discusión bizantina acerca de si el personaje Pepe el Toro puede considerarse o no un perdedor. El Gordo ganó. Pepe el Toro NO es un perdedor, es un personaje trágico que nunca deja de luchar. Don Panchito parece sentir una aversión hacia la lucha o la confrontación.

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No lo digo yo, advirtió el Gordo, lo dice un brillante intelectual orgánico del priísmo: “Los primeros encuentros con el público demostraron que no tenía madera de político (...) Esto obligó a cambiar el tono y no sólo el tono sino la estrategia: había que evitar el encuentro con lo imprevisto, encerrarlo en grupos elegidos y amaestrados, dispuestos al aplauso y al halago. Pero ni por ésas.”

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“Los pseudo debates de altura, la confrontación de ideas, en boca de Francisco Labastida quiere decir: evito la confrontación porque en ella estoy perdido, no sé cómo contestar un balón que me llega de bote pronto ni una impertinencia que sale del fondo de la sala” (Rafael Segovia, periódico Reforma , 30 de julio de 1999).

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Clotilde admitió que salvo la pinta de galán y el origen sinaloense, nada tienen en común Pepe el Toro y Labastida.

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Pero lo interesante no es la discusión entre Clotilde y el Gordo, sino el trasfondo: la paradoja de quien se lanza a la contienda con la intención de rehuir el combate; la singularidad de un precandidato que da muestras de incomodidad ante el escrutinio público.

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Hay, al menos, dos explicaciones de esta conducta. Por un lado, el señor Labastida tiene una larga carrera en la burocracia y en la política, pero no ha destacado a la luz de los reflectores o en la plaza pública, sino en la penumbra de las oficinas y de los acuerdos palaciegos. En su biografía política sólo una vez se confrontó con las urnas.

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Compitió, es un decir, por el gobierno de Sinaloa frente al combativo Manuel Clouthier (Maquío). La estadística y la historia oficiales le dieron el triunfo; los panistas de Maquío alegaron entonces fraude. También en aquella ocasión, según los memoriosos, el aparato político le hizo la tarea a Labastida: no hay registro de palabras, proyectos, obras memorables. No hay madera de político, mucho menos de estadista. Gris, es la valoración más reiterada por los observadores.

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Por otro lado, Labastida es mero punto de confluencia de los intereses de una clase política que se aferra al poder y sus prebendas. Le rodean, le guardan, como séquito que parece tenerlo secuestrado, los de siempre, unidos por un solo afán: volver al reparto del pastel y detener la marcha de la historia.

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Nada más ajeno al temperamento, talentos y circunstancia de Labastida y su grupo que la confrontación en la plaza pública, que la contienda abierta. Prefieren el acuerdo secreto, las leyes no escritas, la penumbra. En una mexicanísima palabra: tenebra.

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¿Convencer? Ni pensarlo, si quien debe estar convencido ya lo está. El público no cuenta. ¿Persuadir a las multitudes?, ¿cómo?, si ni siquiera se conocen los miles de rostros de esa multitud, ¿para qué?, si el voto que se busca y el voto que cuenta ya se obtuvo en antesalas y pasillos, en soliloquio secreto de facción.

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En fin, tiene razón el Gordo. Vender al público un arreglo privado y tal vez inconfesable no es sencillo. Vender como ganador a quien no está hecho para la contienda, eso sí que es imposible.

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