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¿Crisis de deuda?

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mar 20 septiembre 2011 02:54 PM

Mucha gente está convencida de que el desplome económico que estamos viviendo en México en estos momentos constituye una nueva crisis de deuda.

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La opinión no sorprende, Después de todo, el gran desplome de la economía mexicana en los años 80 fue en buena medida consecuencia de una deuda a la que ya no se podía dar servicio. Tanto se nos dijo entonces que había una crisis de deuda, que es lógico que pensemos que la misma situación prevalece ahora.

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La crisis de 1982 se inició, cuando menos en su parte aparente, con una fuerte devaluación del peso frente al dólar, seguida de gran explosión inflacionaria. Lo mismo ha acontecido con la actual crisis.

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Las similitudes, sin embargo, terminan ahí. El hecho es que, si se estudian a fondo ambas crisis, se encuentran diferencias importantes. El problema de los años 80 tuvo claramente su origen en una deuda pública creciente a la que el gobierno no pudo ya dar servicio. El de 1994-1995 es un problema de liquidez. Su raíz no está en el servicio de la deuda, sino en el rápido retiro de inversiones que se habían hecho en el país.

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Lo anterior no quiere decir que esta crisis sea menos seria que la de 1982. Simplemente nos dice que es diferente y que la forma de enfrentarla es distinta a la que se aplicó para la de los 80.

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La deuda total del sector público era, en 1988, de 68% del Producto Interno Bruto (PIB). Para 1994 este monto había disminuido hasta 32%. La baja es muy importante y nos señala una de las principales diferencias entre ambas.

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La medicina que había que aplicar entonces era la eliminación del déficit de gasto público. A casi todo lo largo de los 80 el sector público mexicano mantuvo un fuerte déficit de gasto, el cual era financiado a través de emisiones de deuda. En los 90 el déficit disminuyó de manera radical, al grado que primero desapareció y luego se convirtió en superávit. Esto detuvo el crecimiento de la deuda, en tanto que los ingresos obtenidos por el gobierno gracias a la privatización de empresas públicas permitieron una disminución significativa de la deuda publica.

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Para 1994 la deuda gubernamental mexicana se encontraba por debajo de la que tiene la enorme mayoría de las administraciones públicas en el mundo. Era también la menor que el sector público mexicano había tenido desde mediados de los 70.

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La devaluación, por lo tanto, no fue consecuencia de un problema de endeudamiento; falló la confianza de los inversionistas, quienes sacaron cerca de $30,000 millones de dólares del país, por una reacción de temor ante los asesinatos y problemas políticos internos. Esto fue lo que agotó las reservas y provocó el desplome del peso. El servicio de la deuda desempeñó un papel muy menor en el fenómeno.

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Este hecho podría parecer poco importante a quienes están sufriendo las consecuencias de la crisis. El deterioro del poder adquisitivo, las dificultades para cubrir el pago de intereses y el aumento del desempleo resultan iguales, sin importar si son consecuencia de un problema de deuda o de liquidez. Pero el tratamiento para estos males sí cambia de manera radical según su origen. De nada nos sirve darle a la economía medicina para un problema de deuda cuando el mal surge de un retiro de inversiones.

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Algunos grupos políticos están interesados en demostrar que la crisis financiera constituye una simple continuación del problema de deuda de los años 80; esto les permite argumentar que el saneamiento de las finanzas públicas no tuvo ningún beneficio. Así, buscan la aplicación de medidas como la suspensión de pagos de la deuda o la imposición de un control de cambios que responden a una ideología pero no a un deseo real de combatir el problema al que se enfrenta el país.

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Si nuestra crisis surgió de un retiro de capitales producto de falta de confianza, la suspensión de pagos o los controles de cambios serían exactamente las medidas contrarias requeridas para resolver el problema. La medicina más útil sería, por el contrario, la continuación de las reformas económicas y políticas, con el fin de garantizar a los inversionistas la existencia de un sistema de mercado, con instituciones democráticas, cada vez más avanzado. Sólo así se les aseguraría la estabilidad que buscan en el largo plazo.

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El autor es columnista del diario Reforma y vicepresidente de Noticias de Televisión Azteca.

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