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¿De quién son estos huesitos?

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mar 20 septiembre 2011 02:54 PM

–A ver, mi vida, dime ¿de quién son estos huesitos?
-– “Tuyitos”, mi vida, “tuyitos”.
-– No me refiero a “esos” huesitos, y no se dice “tuyitos”, los pronombres no tienen diminutivo.
-– Ton’s ¿cuáles?
-– Los del Encanto.
-– Pos del consuegro de la Paca...
-– ¿Y si no?
-– ¿Cómo que si no?, ya les hicieron las pruebas del DNA, del Carbono 14 y del añejo; además, la Paca ya confesó.
-– Pero pudo decir mentiras, no sería nada raro en una bruja.
-– Bueno, suponiendo que sí son, ¿quién le dijo que los pusiera ahí?, ¿Chapa Bezanilla?, ¿Raúl?, y ¿a cambio de qué?
-– No, pos quién sabe, mi vida, pero en el fondo ¿qué importancia tiene?, ¿cuál es la diferencia? Lo único que sé es que ya nos tomaron el pelo una vez y a lo mejor nos lo siguen tomando.
-– Pos eso es lo gacho del asunto...
-– Ay, gordito, pos ya sabes que eso de la política es un enredo. El otro día me dijeron que la Paca se entendía con el fiscal...
-– No, con Raúl.
-– ¿A poco?, si esta requete fea la señora esa...
-– No, que se entendían en el otro sentido, que eran cómplices.
-– ¿Raúl y la Paca? o ¿la Paca y Chapa Bezanilla?, o ¿Chapa Bezanilla y Raúl?

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El diálogo y los enredos pueden prolongarse hasta el infinito, o casi. Es una tragicomedia de equivocaciones, cuya premisa fundamental es el desprecio a la verdad.

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En el casi infinito jardín de los senderos que se bifurcan, el sistema político mexicano llegó a un inopinado destino: el del descrédito absoluto. El punto de partida fue cuando alguien decidió que la verdad era irrelevante, que lo que contaba era la utilidad. Si las percepciones son deformadas no importa: lo esencial es que sean creíbles y que permitan obtener un beneficio.

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No importa si Fulano en realidad mató o robó, lo que importa es que ese monstruo de casi infinitas cabezas que llamamos “opinión pública” ya lo declaró culpable y ahora hay que acomodar las cosas para “demostrar” que efectivamente teníamos razón: es culpable. Si no hay pruebas y evidencias que justifiquen mi percepción, pues no hay problema: las fabrico. Hasta el ridículo de desenterrar un cadáver y transplantarlo, “a ver si se da” en otro pedazo de tierra. O tal vez las cosas son aún más enrevesadas: Zutano está tan obsesionado con encontrarme culpable, que lo que hago es tenderle una trampa para desacreditarlo.

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Al final del día (yuppies dixit), ya no creemos en nada ni en nadie. Todos somos víctimas de una alucinación colectiva, de una conspiración que se ramifica hasta el infinito, o casi.

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Empezamos por jugar a las mentirillas, a las apariencias o percepciones y ahora ya no sabemos cuál es la verdad. La verdad se cobra caro nuestro desprecio y nos arroja, al final del camino, en el vértigo de la incredulidad infinita, o casi.

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Entonces regresamos a la filosofía, y si Dehesa cita a Heissenberg, ¿por qué no citar a Heidegger?, con su pregunta clave y perturbadora: ¿por qué es en general el ser y no más bien la nada?

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Es una pregunta más importante que la trivial inquietud: ¿de quién son estos huesitos?

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El autor es colaborador de TV Azteca y de - El Economista.

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