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¿Evitará el enfrentamiento?

La intención de armonizar a todos los factores productivos -buen anzuelo para elevar la competitivi
mar 20 septiembre 2011 02:54 PM

“Señoras y señores: la lucha de clases ha llegado a su fin”. Con esta declaración solemne, capaz de encrespar las barbas filosóficas de Carlos Marx y de agitar en sus sepulcros a los líderes históricos de la clase obrera en todo el mundo, Fidel Velázquez y Carlos Abascal se estrecharon las manos y firmaron un pacto que puede darle un vuelco de 180 grados a las relaciones laborales en México antes de que agonice el siglo.

- Atrás quedaron los meses interminables de forcejeos en torno a la Ley Federal del Trabajo, las acusaciones recíprocas y la defensa lobuna de los intereses de clase. Atrás quedaron los años de sindicalismo militante y pendenciero, donde los patrones eran vistos como un puñado de apátridas que se cobijaban en ideologías reaccionarias mientras se llevaban sus ahorros al extranjero. Atrás quedaron, finalmente, las décadas incandescentes que animaban a los revolucionarios de todo el orbe a organizar políticamente a los obreros para derrocar al gobierno de la burguesía. Si la lucha de clases fue —como lo dijo Marx— el motor de la historia, los últimos acuerdos indican que en México el vehículo ha cambiado de maquinaria.

- La patria es primero
La historia que llevó a los acuerdos conocidos como los Principios de la Nueva Cultura Laboral es breve y muy reciente. Se inició cuando Fidel Velázquez sorprendió a propios y extraños haciendo una visita de cortesía a las instalaciones de la Confederación Patronal de la República Mexicana (Coparmex), el 25 de julio del año pasado, y se fue puliendo a lo largo de nueve meses de gestación, cuando diversas representaciones obreras y empresariales se pusieron a discutir por iniciativa propia los aspectos nodales de la ética laboral, el empleo, las remuneraciones, la capacitación, la productividad y calidad, el papel de la empresa en la sociedad, los derechos y obligaciones de los factores productivos, los conflictos, la justicia laboral y las condiciones de trabajo en el campo.

- El 15 de diciembre culminaron las pláticas, se entregaron las conclusiones a un Comité Técnico —conformado por cuatro representantes obreros, cuatro empresarios y los dos subsecretarios de la Secretaría del Trabajo—, y después de otros ocho meses de arduas negociaciones se llegó al documento final, que fue firmado en Los Pinos el pasado 13 de agosto de 1996.

- “El gobierno está convencido de que una nueva cultura laboral favorece no sólo la armonía entre empresarios y trabajadores, sino mejores rendimientos para unos y otros”, dijo entonces el presidente Ernesto Zedillo, y los representantes del Consejo Coordinador Empresarial (CCE) y del Congreso del Trabajo (CT) coincidieron en que la productividad y los salarios se incrementarán en beneficio de ambas partes. Juan S. Millán —secretario de educación y comunicación de la CTM y secretario general del PRI—, quien fungió como un pivote fundamental en las negociaciones, resumió posteriormente el sentir general de los involucrados con una declaración patriótica: “En las negociaciones de la nueva cultura laboral el sector obrero no sacrificó nada porque consideró que éste es un resultado en el que, más allá del beneficio para una y otra parte, el que sale ganando es el país entero”.

- Seguramente el dirigente obrero sabía lo que decía: en Japón el país entero salió adelante cuando al final de la Segunda Guerra Mundial los factores de la producción se dieron a la tarea de integrarse de manera absoluta a la empresa, eliminando deliberadamente los conflictos laborales y entregándose de lleno al incremento de la producti­vidad y la calidad de los productos, hasta convertir a sus compañías en las firmas más competitivas en todo el mundo.

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- ¿Significa esto que la nueva cultura laboral pondrá a las empresas mexica­nas en la vía seguida por los japoneses? “Pues sí y no —dice a EXPANSIÓN Raúl Vázquez Osorio, asesor del presidente de la Coparmex y uno de los hombres que han seguido de cerca las negociaciones del proceso—, porque lo que se pretende es fincar el crecimiento en las bases del diálogo y la colaboración entre los factores productivos, pensando en que el incremento de la productividad y las mejores remuneraciones van a beneficiar a una empresa donde lo que prevalece son los principios éticos, y no solamente las leyes económicas”. En esto aprecia cierta semejanza con las empresas japonesas que, según él, han logrado una integración muy sólida entre todos los trabajadores que laboran en ellas. Pero añade que lo que aquí se busca es afianzar los valores mexicanos. “El japonés es un hombre que vive para trabajar, y el mexicano es un hombre que trabaja para vivir” y, por lo tanto, piensa que la nueva cultura laboral es un instrumento propio de los mexicanos, que busca fortalecer sus valores —la familia, la solidaridad—, y que si bien coincide con varios elementos de las empresas japonesas, europeas y estadounidenses, no pretende reproducir sus defectos.

- Uno para todos, todos para uno
En esencia, los principios de la nueva cultura laboral están orientados hacia la cooperación entre los factores de la producción mediante el diálogo y la creación de consensos, con el fin de revalorar el trabajo humano, elevar las remuneraciones, impulsar la capacitación, proteger la salud, estimular la creación de empleos, resolver las controversias en el marco de la ley y generar una cultura nacional de productividad y calidad en los procesos productivos. La clave de la nueva cultura laboral es fomentar la colaboración y evitar el enfrentamiento.

- “El cambio debe ser mucho más profundo —señala el asesor de Abascal—, porque lo que buscamos es una nueva cultura. Partimos de un marco jurídico, por supuesto, pero la cultura es algo que se refiere a los valores, a la forma de ser, a la forma de percibir el mundo, al estilo de vida y a la manera de relacionarnos con los demás; por eso se habla por primera vez de principios éticos en las relaciones laborales”.

- Informa que se pretende, por ejemplo, un cambio de concepción en el interior de las empresas. Sostiene que, tradicionalmente, se ha visto a la empresa como una entidad que debe ser apta para competir en el mercado y generar utilidades, y al trabajo como una mercancía que se vende al mejor postor; “en esas condiciones, la em­presa resulta el mejor escenario para la lucha de clases. Pero ahora se pretende lograr el respeto por la dig­nidad de los trabajadores, y la preeminencia del trabajo sobre el capital; en adelante, debemos acostumbrarnos a pensar que el verdadero capital de las empresas es el trabajo”.

- Para lograr un cambio cultural, los principios señalan un conjunto de obligaciones para los trabajadores, patrones, organizaciones y autoridades.

- A los trabajadores se les recomienda asumir sus responsabilidades en el trabajo, capacitarse para elevar la productividad, respetar a sus compañeros y directivos, así como abstenerse de obstaculizar los procesos laborales. A los empresarios se les conmina a privilegiar el respeto, el buen trato y la dignidad de los trabajadores; a retribuirlos con un salario justo y remunerador; a otorgarles la capacitación adecuada; a cumplir sus obligaciones en materia de seguridad social, vivienda y salud de los trabajadores y a privilegiar el empleo aún en el caso de reestructuración de la empresa. A las organizaciones obreras y patronales se les recomienda apegarse siempre al derecho, mantener una actitud de diálogo y armonía con la contraparte y a llevar a cabo elecciones democráticas. Finalmente, a las autoridades laborales se les recomienda promover la armonía entre los factores productivos, ser un elemento de confluencia entre las partes y capacitarse de manera permanente para el mejor desempeño de sus funciones.

- Este reparto equitativo de obligaciones y derechos fue subrayado por Héctor Larios Santillán, presidente del CCE, cuando durante la firma del documento básico en Los Pinos señaló que “la nueva cultura laboral no sólo está dirigida al trabajador, sino también al propio empresario, para lo cual se van a crear 32 centros de competitividad, donde los industriales podrán capacitarse”.

- Según algunos representantes empresariales, esta nueva cultura no es un ideal utópico que surgió de las cabezas de ciertos hombres providenciales, sino una realidad que ya se practica en varias empresas, entre las que destacan Bimbo, Cemex y Vitro. De hecho, según dicen algunos, el éxito económico de tales firmas no radica en sus tecnologías ni en la mentalidad de administrar mejor los recursos para obtener mayores ganancias, sino en sus estrategias de integración de los trabajadores a la empresa desde el punto de vista humanista.

- ¿Sólo buenas intenciones?
Aunque muchas de las críticas que ha recibido el documento sobre la nueva cultura laboral obedecen a posturas ideológicas añejadas en los manuales del socialismo o a enemistades históricas entre los líderes de agrupaciones distintas, sin duda el principal reto que deberá enfrentar estriba en el rezago de los salarios y el crecimiento del desempleo.

- Según el CT —uno de los organismos firmantes—, el salario mínimo actual equivale a la cuarta parte del que existía hace dos décadas, y su participación en el producto nacional ha descendido, de casi la mitad, a poco más de la cuarta parte. El Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) reporta, a su vez, que 55.5% de sus asegurados ganan menos de dos salarios mínimos. En ese contexto, algunas voces se han levantado para reclamar que todos los esfuerzos para lograr una mayor productividad se harán a costa del sacrificio salarial acostumbrado en los últimos años.

- Otros críticos, convencidos de las bondades de los principios, afirman que no se establecieron los mecanismos adecuados para llevarlos a la práctica. Entrevistado por EXPANSIÓN, Francisco Hernández Juárez, líder del Sindicato de Telefonistas, dice que los acuerdos para elevar la productividad no son nuevos en Teléfonos de México: “Desde junio de 1993 tenemos una serie de disposiciones para elevar la productividad en la empresa, desde composturas en 90% de los teléfonos averiados en menos de tres días hasta el servicio de operadoras de larga distancia en menos de 10 segundos en casi todas las llamadas”. Añade que allí existe una serie de metas de calidad con las cuales el trabajador obtiene beneficios inmediatos, en caso de ser cumplidas. “Fuimos invitados por la Secretaría del Trabajo, y no por el Congreso del Trabajo, a las mesas de discusión de la nueva cultura laboral. Allí expusimos nuestra experiencia y nuestros planteamientos. Sin embargo, en el documento final no se recogió nada de esto, ni siquiera como un anexo. Y si no hay incentivos claros para los trabajadores, ellos no van a querer hacer un esfuerzo adicional. A estas alturas, los trabajadores están cansados de que les digan que primero hay que crear la riqueza para después repartirla. En ese sentido, lo que veo son muchas buenas intenciones, pero no la voluntad de llevar a efecto las propuestas.”

- Pero hay otros cuestionamientos. Néstor de Buen, conocido abogado laboral, sugiere que el documento se aproxima a las buenas intenciones de la doctrina cristiana: “Sólo falta —afirma con ironía— que en algunos de los puntos se agregue que los trabajadores deberán leer en latín, todas las mañanas, la Rerum Novarum, la famosa encíclica de León XIII, de 1881, cuyo contenido parece inspirar los 11 puntos de partida de la ya famosa cultura laboral. Obviamente, con la obligación ética de oír misa antes de iniciar las tareas (ya se prepararán las empresas para facilitar las cosas, lo que seguramente propiciará el mayor empleo... de curas) y de no recurrir a las malvadas demandas por despidos injustificados. Pura ética.”

- Al final, casi todos los críticos coinciden en que el acuerdo no es más que un cúmulo de buenas intenciones, pero sin la capacidad de obligar a nadie ni de convertirse en prácticas cotidianas.

- “Esto no es más que el principio de un largo proceso —puntualiza Váz­quez—, porque todos los procesos de culturización llevan tiempo. Lo que sigue es una etapa de estas características en las empresas que, de llegar a su fin, tardará entre 20 ó 30 años. A corto plazo, lo que tenemos por delante es una inmensa tarea de difusión, y por eso Abascal va a estar en la Organización Internacional del Trabajo para difundir nuestro esfuerzo”. Para el asesor de Coparmex, también es necesario darlo a conocer en todo el país, y buscar que los principios tengan una serie de réplicas a escala estatal y local. “Cuantas veces haya que discutir, lo discutiremos, hay que tener paciencia; después de todo, se trata de un proceso que forma parte de la transformación nacional que en la actualidad vive México.”

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