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¿Proyecto o garantía?

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mar 20 septiembre 2011 02:54 PM

Si los bancos funcionaran bien, automáticamente serían banca de desarrollo. ¿Qué hace un banco, después de todo? Se supone que un banco mueve recursos de un lugar a otro, buscando llevarlo a donde más cosas valiosas se pueden generar con ellos. Por ejemplo: un banco toma el dinero que tiene depositado una rica viuda que no sabe muy bien que hacer con él, y se lo presta a un industrioso joven que hace las más deliciosas tortas europeas y sólo le falta una cantidad relativamente modesta de dinero para poner un local y establecerse.

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Con el éxito de su negocio, el joven empresario obtendrá recursos para pagar al banco y gradualmente quedarse con su restaurante (de otro modo, no tendría sentido prestarle) Con este préstamo, se habría permitido al joven producir riqueza con su talento. Así, ganarían los consumidores, dispuestos voluntariamente a cambiar su dinero por las ricas tortas; ganaría el joven, quien tendría ahora un próspero negocio; ganaría el banco (al cobrar un interés por el dinero prestado); y ganaría la viudita, quien recibiría también su interés por prestar su dinero (aunque jamás se enterara que sus ahorros fueron a dar a las hábiles manos del joven chef). En suma, se habría generado desarrollo.

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El negocio de la banca comercial
Dejando a un lado los préstamos al consumo, el negocio del banco es prestar dinero a quien va a desarrollar un proyecto exitoso y redituable. Si no fuera así, el banco estaría tomando dinero bueno de los ahorradores y lo estaría tirando por el caño al financiar malos negocios, de los cuales no se puede obtener un interés ni recuperar todo el principal. Un banco sólo es negocio en la medida que logre que sus deudores sean capaces de producir riqueza y desarrollo.

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Para que esto suceda, por simple que parezca, basta financiar buenos proyectos. Suena obvio. Pero en México, por lo general, no se presta dinero con base en la rentabilidad de los proyectos, sino en las garantías que se ofrecen. En cierto sentido, la banca comercial presta dinero a quien ya lo tiene; o dicho de otro modo, para intentar volverse rico en México, ¡hay que ser rico primero! El único problema es que lo que genera desarrollo son los buenos proyectos, no las buenas garantías.

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¿De qué están llenas las subastas del Fobaproa? De garantías otorgadas para respaldar malos negocios. Si lo que se analiza al hacer préstamos no es el mérito de los proyectos, sino el valor de las garantías, difícilmente se puede evitar que las iniciativas financiadas fracasen. Que no nos extrañe, entonces, que después haya que rescatar una banca quebrada, llena de deudores sin capacidad de pago, y de depositantes cuyos ahorros deben ser protegidos. Al operar así, la banca comercial no promueve el desarrollo. De hecho, a duras penas subsiste como banca.

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La asfixia por falta de liquidez
Tan devastadores han sido los efectos de este tipo de prácticas en el sistema financiero, que en nuestro país ya ni crédito bancario se otorga. De hecho, según la Encuesta de la Evolución Trimestral del Financiamiento de las Empresas, en el segundo trimestre de 2000, 64.5% de las empresas no utilizó créditos bancarios. ¿De dónde se financian entonces las empresas? De sus proveedores. Es decir, "ya que el banco no me presta, me cuelgo en los plazos de pago". Para las empresas chicas esta fuente de financiamiento constituye más de 60%. Las empresas medianas se recargan 50.4% de su financiamiento en los proveedores.

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Resulta, entonces, que nuestras empresas, además de producir los bienes y servicios propios de su giro, tienen que sustituir a los bancos como fuentes de financiamiento para sus clientes. Si tres cuartas partes de las empresas chicas no acceden a créditos bancarios, pero además tienen que financiar sus ventas, que no nos sorprenda que vivan al borde de la asfixia por falta de liquidez.

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Lo curioso es que, de las empresas que no recibieron crédito bancario, en menos de 8% de los casos el motivo fue por problemas en la demanda de sus productos o por dificultades para competir en el mercado. La mayoría no lo obtuvo por negativa de la banca, altas tasas de interés, rechazo de solicitudes, incertidumbre sobre la situación económica, problemas de cartera vencida, etcétera. Es decir, razones ajenas a los méritos del proyecto que se quería financiar.

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Frente a esta realidad, se abre un nicho importantísimo para todo banquero de veras, dispuesto a apostar a los proyectos más que a las garantías. Eso sí: tendría que retomar la ya desusada costumbre en México de realizar una concienzuda evaluación de proyectos de inversión. Mientras más proyectos con capacidad de éxito se financien (aunque no se tengan todas las garantías prendarias de antemano), mayor será el crecimiento de la actividad económica (y mayor también la emoción de ser banquero).

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Al parecer, la mayoría de los administradores de la banca comercial se sienten más cómodos prestando contra garantías. Están en su derecho, pues son negocios privados. (Siempre y cuando no vuelvan a endosar a la sociedad el costo de los proyectos inviables que apoyaron y que fueron a dar al IPAB).

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La banca de desarrollo empresarial
Como sociedad, los mexicanos podemos pensar que las cosas se pueden hacer de otra forma. Al margen de la banca comercial y sus muy respetables políticas de crédito, pueden existir otras formas para canalizar recursos a la pequeña y mediana empresa, apostando más al talento de los mexicanos reflejado en proyectos, que a su riqueza, expresada en garantías (que rara vez se tienen). Este es el verdadero espíritu de la banca de desarrollo. Es importante que se recupere.

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El hecho de que la banca de desarrollo se haya convertido en un tema visto con cierto recelo en México no es gratuito. Cualquiera que conoce, de veras, cómo operaron por décadas bancos de fomento a la actividad económica, como Banrural y Banpesca, está consciente de los enormes fraudes que se cometían con el dinero de los contribuyentes. Constantemente había que inyectar dinero fresco a los bancos, pues la revolvencia de los recursos simplemente no sucedía. Los que saben afirman que se prestaba a proyectos inviables a cambio de una buena comisión al margen de la ley; se inventaban siniestros para que los recursos prestados no tuvieran que ser devueltos; se tenían gastos administrativos exorbitantes que había que subsidiar, entre otras terribles prácticas. No es raro que la banca de desarrollo se haya desprestigiado.

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Para corregir estos excesos, se aplicó medicina fuerte. Se empezó a buscar que la banca de desarrollo operara con mayor eficiencia, y a evaluar su desempeño con parámetros de mayor rentabilidad. Poco a poco, la banca de desarrollo se fue pareciendo más a la banca comercial, hasta perder su personalidad y sentido original.

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Hoy, el papel de la banca de desarrollo en México es totalmente marginal. Mientras países como Estados Unidos, Alemania y Japón dedican, literalmente, miles de millones de dólares para financiar proyectos para la micro, pequeña y mediana industria a través de instituciones de fomento (como el Small Business Administration americano), en México sólo 2.8% del crédito que reciben las empresas proviene de la banca de desarrollo. Paradójicamente, en el caso de las empresas chicas (que deberían ser los clientes naturales de la banca de desarrollo), esta cifra no rebasa el 1.7%.

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México requiere una nueva banca de desarrollo empresarial, que coadyuve, de manera decisiva, a equipar a nuestras pequeñas y medianas empresas para enfrentar la competencia global. Al propugnar por la revitalización de este tipo de instituciones, no se pretende regresar a esquemas que ya fueron probados en el pasado, y que ya demostraron su ineficacia. Se trata de construir intermediarios financieros modernos, especializados en este sector empresarial, que operen con parámetros de eficiencia acordes con su misión.

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Una banca de desarrollo para nuestro país y nuestro tiempo no necesariamente tiene que subsidiar tasas de interés. Tampoco tiene que prestar a fondo perdido. Mucho menos tiene que orientar sus recursos a financiar proyectos que nadie quiere financiar por ser inviables. ¡Nada de eso! Pero tampoco tiene por qué ser un clon de la banca comercial.

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1. La banca de desarrollo empresarial debe prestar dinero con base en la rentabilidad de los proyectos, y no a partir del valor de las garantías. Esto implica que las instituciones deben tener más (y mejores) evaluadores de proyectos, que valuadores hipotecarios.

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2. Debe contar con especialistas sectoriales y regionales, que estén en condiciones de apoyar a sus clientes a planear y ejecutar sus proyectos con éxito. Un buen banquero de desarrollo entiende que son distintos los instrumentos de apoyo que requieren los micro productores de piloncillo en San Luis Potosí, que los que necesitan los pequeños proveedores de la industria automotriz en Sonora.

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3. Debe acompañar a sus clientes a lo largo del proyecto, enseñándoles fórmulas para administrar mejor sus iniciativas. Esta asistencia técnica y administrativa redituaría con creces al incrementar la probabilidad de éxito en proyectos futuros de clientes repetitivos.

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4. Debe ser capaz de prestar a tasas competitivas. Es bien cierto que, cuando se da crédito a pequeños productores, los costos administrativos por peso prestado tienden a ser altos. Sin embargo, también es cierto que, al otorgar los créditos contra una rentabilidad bien evaluada, el riesgo disminuye. A menor riesgo, menor costo financiero.

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5. Debe ser autosostenible. Si bien la búsqueda de utilidades no ha de ser su misión, tampoco puede depender estructuralmente de subsidios. Si por razones de estrategia nacional se opta por canalizar subsidios a través de este tipo de instituciones, éstos deben ser muy selectivos y tener un carácter estrictamente temporal, que permita a las empresas ponerse en condiciones de competir por sí solas una vez que el estímulo sea retirado.

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6. Debe formar parte de un plan integral de política industrial o de desarrollo empresarial. Los créditos que otorgue la banca de desarrollo deben ser uno de los elementos para la evolución integral de las empresas, pero no el único. De poco sirve apoyar con capital de trabajo a una pequeña empresa que requiere actualización tecnológica, cuando el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología no mueve un dedo para ayudarla (como sucede en la abrumadora mayoría de los casos). De igual modo, es de esperarse que se obtengan escasos resultados, si se da crédito para adquirir maquinaria moderna, y después de comprarla el sindicato se opone a su operación porque reduce la necesidad de mano de obra.

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La lista, por supuesto, no termina ahí; pero si tan sólo se contara con algunos de estos elementos, la diferencia en el desarrollo empresarial sería considerable. El pretender que la micro, pequeña y mediana industria crezcan sin crédito, por falta de garantías, constituye un ejemplo más del surrealismo mexicano. No se puede continuar pensando que es más importante la garantía para el fracaso que el proyecto para el éxito. Si en la banca comercial ha sido más importante lo que el mexicano tiene, en la banca de desarrollo debe imperar lo que el mexicano es capaz de hacer.

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Cuauhtémoc Sánchez Osio tiene una maestría en Administración Pública y otra en Administración de Negocios de la Universidad de Harvard.
cuauhtemoc@psi.net.mx

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