Es una pregunta ancestral hecha por religiosos y gente no muy afecta a celebrar puros horrores. Yo la repetí con una variación: ¿quién inventó que en México se debía de celebrar halloween? Además de los nacionalistas, nos lo preguntamos las madres agobiadas con las fiestas, los disfraces, los dulces; la reiteran incautos que olvidaron comprar golosinas y encontraron al día siguiente, después de hacerse sordos toda la noche a los gritos de “queremos halloween”, la reja pintarrajeada con el lema “codos”.
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La hice yo por primera vez una mañana que me dirigía a dejar a mis enanos al kínder e iba pensando en una reunión importante. Era uno de esos días en que había planeado muy bien mi imagen. Al llegar al colegio me encontré con orgullosas mamás de la mano de variados dráculas, brujas y fantasmas, mientras yo traía un par de estudiantes en uniforme de diario. –Mami...– comenzaba a decir uno de ellos con los ojos llenos de lágrimas. Ante tal crisis, yo ya había estacionado el coche, saltado al asiento trasero, sacado todo mi arsenal de belleza y con delineador, labial y sombras pinté, embarré, despeiné. En minutos tenía un vampiro que lucía mi saco negro de capa y una novia de Chuky, con mi pañoleta y un uniforme que a ver si después lo podía despintar. Un par de niños felices de pertenecer a esa raza de espantos y una madre orgullosa que se repetía: ¿Quién demonios inventó el halloween?