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¿Y ahora hacia dónde?

Las empresas, así como las políticas económicas de los países, deben tener abundante carga de in
mar 20 septiembre 2011 02:54 PM

Trabajar en equipo, abrir la toma de decisiones, eliminar el autoritarismo, propiciar el libre flujo de información, reconocer el esfuerzo, actuar con justicia, lograr la transparencia institucional, ver a la empresa como centro de inversión y/o utilidades –no como núcleo de costos–, rendir cuentas y valorar el capital intelectual de todos los trabajadores son algunas de las prácticas que elevan la competitividad de empresas y organizaciones, y conducen, de hecho, a la práctica del management social.

- En ese sentido, resulta fundamental impulsar las reformas estructurales hacia el interior de las compañías, dado el proceso de transición por el que está pasando México. Cambiar el sentido efectista por el mediático de la dirección de empresas y organizaciones implica reconocer que hoy –más que nunca– se requiere una administración orientada hacia la persona.

- Según algunos analistas, las empresas más atractivas en el mercado de valores de Estados Unidos son aquellas que vigilan su capital humano y su responsabilidad social. Son las firmas que se han preocupado por la educación, más que por la capacitación; las que han reconocido a los trabajadores como centro, motor y pivote de sus organizaciones y no como simples instrumentos para la producción; son esas organizaciones donde la dirección tiene claro que rendir cuentas al capital, a los empleados y a la sociedad no demerita su autoridad, por el contrario, la engrandece y la legitima hacia los fines propios de toda empresa: la rentabilidad.

- En nuestro país existen corporaciones que operan bajo la supervisión y las auditorías sociales que realizan sus clientes estadounidenses. Éstos evalúan que el empleado mexicano no sea explotado, pues el consumidor final no quiere, ni desea, productos que hayan sido trabajados por medios no legítimos (en el cumplimiento de los derechos humanos).

- Pero el management social no sólo es una necesidad en la dirección de empresas privadas, también lo requieren el sector público y las llamadas organizaciones no gubernamentales (ONGS). En cuanto al primero, es necesario cambiar el paradigma de gasto por el de inversión social, así como presuponer un rendimiento de la erogación económica. No es posible competir con criterios de subsidio, hay que transitar a la cultura del riesgo. En tanto, las ONGS deben aprender a vivir con criterios de rentabilidad y de eficacia por el bien de todo el sistema. Resulta  inconveniente que persista la idea del donativo para sobrevivir mientras no sean hábiles para manejar sus gastos de operación. La iniciativa privada y los sectores público y social tienen que coincidir en que la llamada transición a la democracia es posible gracias a un cambio cultural.

- En el ámbito estrictamente político se nos ha hecho creer –en forma errónea– que la llamada transición a la democracia se circunscribe al suceso electoral del 2 de julio, cuando en realidad lo importante para ese paso es el cambio institucional que, de llevarse a cabo, redundará en buen término cuando inicie el periodo legislativo siguiente. Es importante que los actores políticos configuren el nuevo marco institucional que requiere la sociedad. Necesitamos vivir bajo otro régimen, uno más democrático y con más demócratas.

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- El cambio será de largo plazo, sin duda, pero estará sólidamente estructurado para lograr una transformación social y no el trueque político que exige el calendario electoral. La conversión puede ser necesaria –hasta deseable–, pero no hay que confundirse. Ni la democracia es, necesariamente, alternancia (aunque sí es, entre otras cosas, la posibilidad real de la alternancia) ni un cambio político implica –tampoco– una muda social.

- En el tiradero de la historia de México se encuentran agravios acumulados, resentimientos endémicos, irresolución de identidades, desconfianzas profundas y, sobre todo, paradigmas autoritarios. Si no limpiamos el pasado y nos reconocemos como sociedad (con todas sus diferencias, aceptando con tolerancia y respeto mutuo que como nación contamos con posibilidades para construir un futuro mejor) es imposible imaginar un modelo a seguir –más competitivo– en términos económicos, políticos y sociales.

- La gran reforma que México necesita tiene que resolver las ofensas y los recelos; cerrar todas las heridas. La curación de nuestro país comienza con la democracia y cumpliendo con el Estado de derecho. Mientras tal situación no suceda, sólo observaremos protagonismos estériles hablando de la transición, cuando lo urgente es un cambio de régimen.

- Durante 70 años hemos vivimos en un sistema funcional, injusto y prácticamente cerrado. Funcional porque sus partes –los modelos económico, político y la sociedad– se ajustan al todo, pero no por ello logran una mejor distribución del ingreso. (Con base en economías desarrolladas, el índice de Gini muestra que el llamado “desarrollo estabilizador”, el periodo del “milagro mexicano”, es una de las etapas de la historia reciente de este país con mayor inequidad en la distribución del ingreso).

- Respiramos en un sistema que Octavio Paz llamó el “ogro filantrópico” porque reprimía selectivamente,  pero de igual forma otorgaba incentivos y premios. También, con prudencia, prevenía conflictos por medio de la infiltración y permitía la crítica  mediatizada por las relaciones con el poder y los beneficios que traía aparejada esa condición. Un sistema que se autofinanciaba con deuda interna o externa y que imponía restricciones a cualquier tipo de apertura; un sistema atípicamente autoritario y funcionalmente cerrado.

- La reforma del Estado –que se emprendió en el sexenio anterior en materia económica– no fue suficiente para liberar a todo el sistema de su pasado. La privatización de más de 1,000 empresas, y la apertura comercial impactaron estructuralmente. Se forzó al sector productivo a elevar sus niveles de competitividad, pero se olvidó que cualquier reforma económica, si no trae aparejada una reforma política y social, no logra su consolidación y los posibles avances resultan efímeros. La urgencia de una transformación de fondo no es un capricho sexenal, sino una necesidad apremiante.

- Las reformas políticas o sociales no vendrán desde las cúpulas del poder. Sería irracional –políticamente hablando– pensar que quienes hoy gozan de los privilegios quieran o intenten dejarlos. Por ello, existen dos frentes desde los cuales podrían comenzar a darse tales transformaciones:

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  • A través de una sociedad mejor organizada, más autónoma y más participativa (no me refiero al infantilismo democrático tipo EZLN o los paristas de la UNAM, sino al respeto en el ejercicio de la representación política de las instituciones vigentes).
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  • Desde las organizaciones de cualquier tipo (públicas o privadas), pues son proveedoras de educación para la sociedad y tienen la responsabilidad de formar a sus miembros.

- Ser incluyentes puede ayudar a esa gran reforma de Estado en materia política y social que tanto urge al sistema. Si el objetivo estratégico es la consolidación de la apertura económica, habría que liberar a la sociedad, reformar el marco institucional y ejercer, en todos los ámbitos, un management social.

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