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Zapatos <br>De los pies a la cabeza

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mar 20 septiembre 2011 02:54 PM

Si Romario abordara el terreno de juego con zapatos de tacón y Madame Chirac acudiera a una cena de gala con tenis color amarillo, medio mundo se quedaría helado.

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Si el jardinero, en lugar de sus botas de goma, calzara unas delicadas zapatillas de punta, seguro se vería en serios problemas para realizar su trabajo. Para escalar el Everest, es preferible quitarse las chanclas. ¿Será falso eso de que el hábito no hace al monje?

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Parece obvio que la función principal del calzado es la de proteger los pies del frío, la lluvia y las piedritas. Pero también lo cotidiano tiene una historia detrás. El primer par de zapatos no se conoce, pero sí se sabe que en sus orígenes el calzado era el símbolo por excelencia del prestigio social. Junto a la tumba del faraón egipcio Tutankamón aparecieron unas lujosísimas botas engarzadas con piedras preciosas; y cuenta la leyenda que las sandalias de Julio César y Nerón estaban adornadas con oro y plata. Durante el reinado del francés Luis XIV, los zapatos de tacón rojo eran un privilegio reservado a la corte.

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La producción industrial permitió que en el siglo XIX se extendiera la utilización del calzado; los grandes diseñadores y la obsesión por la moda lo convirtieron en el siglo XX en accesorio indispensable y objeto de belleza por excelencia.

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HABLAMOS POR LOS PIES
Hoy en día resulta indiscutible que de nuestros pies depende en gran parte nuestra imagen. Un par de zapatos puede contener un sinfín de información acerca de su dueño: profesión u oficio, hobby, preocupaciones estéticas, grado de higiene, e incluso nacionalidad y clase social.

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El calzado, por insignificante que parezca, es objeto de numerosos estudios a lo largo y ancho del planeta. En el campo del deporte, por ejemplo, cada vez se aplican nuevas técnicas y materiales que suavizan el esfuerzo del atleta. Firmas como Nike recurren a la experiencia de deportistas famosos para diseñar modelos cada vez más acordes con sus necesidades... La burbujita que se mueve en la planta de sus tenis no está ahí por casualidad.

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“Aunque algunos piensen que las zapatillas de deporte han existido desde siempre, la verdad es que surgieron en 1868 y eran un lujo al que sólo los pudientes podían acceder. Durante el siglo XX se crean un sinnúmero de zapatos especiales para todo tipo de deportes”, se puede leer en La Historia del Calzado, editado por Bata Limited (1994). Otro dato curioso: las encuestas revelan que a pesar de los esfuerzos de los laboratorios de alta tecnología, 90% de los consumidores de tenis los usan para... vestir.

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Pero aunque la comodidad y la salud ganen terreno, existen zapatos que, lejos de beneficiar a sus usuarios, les perjudican sobremanera. Es el caso del “amado” zapato de tacón, cuyo uso extendidísimo no puede ser entendido sino como parte integrante de la cultura occidental. “El tacón alto produce importantes deformaciones en la columna vertebral y en la cadera, y a pesar de esto goza de una aceptación sin igual. Existe por razones puramente estéticas”, explica Philip Desmaret, profesor de Antropología Social de la Universidad Libre de Bruselas. Así como en ciertos países del continente africano las mujeres se deforman de manera intencional los senos, o los indios del Amazonas deforman sus labios, las mujeres occidentales, gracias al tacón, caminan con un artificial movimiento de caderas que les hace sentirse sexys y que gusta a muchos hombres.

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Los zapatos se llevan en los pies pero también en la cabeza. El imaginario de occidente está lleno de ellos: la historia del Mago de Oz no tendría ningún sentido sin los zapatos rojo-rubí de su protagonista; el gato con botas, de no ser por éstas, sería un vulgar felino. De no haber sido por la zapatilla de cristal, Cenicienta nunca hubiera encontrado a su príncipe azul. Y ni hablar de Imelda Marcos.Si Romario abordara el terreno de juego con zapatos de tacón y Madame Chirac acudiera a una cena de gala con tenis color amarillo, medio mundo se quedaría helado.

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Si el jardinero, en lugar de sus botas de goma, calzara unas delicadas zapatillas de punta, seguro se vería en serios problemas para realizar su trabajo. Para escalar el Everest, es preferible quitarse las chanclas. ¿Será falso eso de que el hábito no hace al monje?

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Parece obvio que la función principal del calzado es la de proteger los pies del frío, la lluvia y las piedritas. Pero también lo cotidiano tiene una historia detrás. El primer par de zapatos no se conoce, pero sí se sabe que en sus orígenes el calzado era el símbolo por excelencia del prestigio social. Junto a la tumba del faraón egipcio Tutankamón aparecieron unas lujosísimas botas engarzadas con piedras preciosas; y cuenta la leyenda que las sandalias de Julio César y Nerón estaban adornadas con oro y plata. Durante el reinado del francés Luis XIV, los zapatos de tacón rojo eran un privilegio reservado a la corte.

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La producción industrial permitió que en el siglo XIX se extendiera la utilización del calzado; los grandes diseñadores y la obsesión por la moda lo convirtieron en el siglo XX en accesorio indispensable y objeto de belleza por excelencia.

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HABLAMOS POR LOS PIES
Hoy en día resulta indiscutible que de nuestros pies depende en gran parte nuestra imagen. Un par de zapatos puede contener un sinfín de información acerca de su dueño: profesión u oficio, hobby, preocupaciones estéticas, grado de higiene, e incluso nacionalidad y clase social.

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El calzado, por insignificante que parezca, es objeto de numerosos estudios a lo largo y ancho del planeta. En el campo del deporte, por ejemplo, cada vez se aplican nuevas técnicas y materiales que suavizan el esfuerzo del atleta. Firmas como Nike recurren a la experiencia de deportistas famosos para diseñar modelos cada vez más acordes con sus necesidades... La burbujita que se mueve en la planta de sus tenis no está ahí por casualidad.

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“Aunque algunos piensen que las zapatillas de deporte han existido desde siempre, la verdad es que surgieron en 1868 y eran un lujo al que sólo los pudientes podían acceder. Durante el siglo XX se crean un sinnúmero de zapatos especiales para todo tipo de deportes”, se puede leer en La Historia del Calzado, editado por Bata Limited (1994). Otro dato curioso: las encuestas revelan que a pesar de los esfuerzos de los laboratorios de alta tecnología, 90% de los consumidores de tenis los usan para... vestir.

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Pero aunque la comodidad y la salud ganen terreno, existen zapatos que, lejos de beneficiar a sus usuarios, les perjudican sobremanera. Es el caso del “amado” zapato de tacón, cuyo uso extendidísimo no puede ser entendido sino como parte integrante de la cultura occidental. “El tacón alto produce importantes deformaciones en la columna vertebral y en la cadera, y a pesar de esto goza de una aceptación sin igual. Existe por razones puramente estéticas”, explica Philip Desmaret, profesor de Antropología Social de la Universidad Libre de Bruselas. Así como en ciertos países del continente africano las mujeres se deforman de manera intencional los senos, o los indios del Amazonas deforman sus labios, las mujeres occidentales, gracias al tacón, caminan con un artificial movimiento de caderas que les hace sentirse sexys y que gusta a muchos hombres.

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Los zapatos se llevan en los pies pero también en la cabeza. El imaginario de occidente está lleno de ellos: la historia del Mago de Oz no tendría ningún sentido sin los zapatos rojo-rubí de su protagonista; el gato con botas, de no ser por éstas, sería un vulgar felino. De no haber sido por la zapatilla de cristal, Cenicienta nunca hubiera encontrado a su príncipe azul. Y ni hablar de Imelda Marcos.

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