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Más allá de la ayuda

Los países en desarrollo han avanzado mucho en temas de equidad e innovación. Sin embargo, todavía se tiene el reto de decidir qué futuro es el que quieren.
lun 10 octubre 2011 12:21 PM

En una aldea montañosa de la provincia de Guizhou, en China -como en otros poblados de África, América Central o India-, la gente se reúne para conversar sobre el futuro. No quieren que les regalen nada, no quieren saber de políticas prescriptivas y, sin duda, tampoco quieren escuchar sermones de los dignatarios que van de visita. Lo que quieren es una oportunidad. Están dispuestos a dejar atrás el pasado. ¿Y nosotros?

La arquitectura multilateral de 1944 se ha mantenido por casi 70 años. Se ha remecido con las crisis monetarias y del petróleo de los años 70, las  crisis de la deuda de los países en desarrollo en los años 80, las expansiones y contracciones de los 90, pero, en general, el sistema se ha mantenido intacto.

Con todas sus deficiencias, críticas y ajustes, el sistema de Bretton Woods constituyó un marco propicio para la era de mayor crecimiento y la más importante y exitosa transformación económica en el menor tiempo de toda la historia. Algunas naciones duplicaron su PIB per cápita en un periodo de 10 años en lugar de los 25 años que demoraron en conseguirlo en el siglo XIX las naciones actualmente industrializadas.

En los últimos 10 años, los países en desarrollo han crecido a un ritmo casi cuatro veces más rápido que el de los países desarrollados, y se prevé que esa trayectoria se mantendrá.

Según algunos pronósticos, en 2025 seis grandes economías emergentes -Brasil, China, República de Corea, India, Indonesia y Federación de Rusia- representarán, en conjunto, más de la mitad del crecimiento mundial.

Actualmente, en China se consume más de la mitad del cemento que se produce en todo el mundo, casi la mitad de la producción mundial de mineral de hierro, acero y cerdos, y un tercio de la producción mundial de huevos. Hoy en día, China es el mayor consumidor mundial de minerales tales como cobre, aluminio y níquel. Actualmente, el influjo de inversión extranjera directa a China asciende a alrededor de 180,000 millones de dólares (MDD), es decir, unos 40,000 millones más que hace apenas 10 años.

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Yo no creo mucho en las predicciones de una declinación inevitable de las economías avanzadas. Estados Unidos, los países europeos, Japón y otras naciones del mundo desarrollado cumplen una función de vital importancia en materia de innovación, inversión, tecnología, seguridad y, ciertamente, desarrollo. Sus  aportes siguen constituyendo los pilares del actual sistema internacional. Por el interés de los propios principales Estados desarrollados -y de todo el mundo-, ellos deben ser, junto con otros, los arquitectos del futuro.

Está ocurriendo algo fundamental, pero la enseñanza es que debemos modernizar, no abandonar, el multilateralismo. Debemos democratizar el desarrollo, y no replegarnos tras las fronteras ni aferrarnos a la falsa calidez de las verdades del pasado.

Señales de cambio

En todo el mundo, los países en desarrollo ya no procuran emular los modelos europeos, japoneses o estadounidenses. Los sistemas de transferencias monetarias condicionadas de México y Brasil captan la atención por su innovación para mantener a los niños en la escuela, reducir las tasas de mortalidad infantil y materna, y superar la pobreza sin agotar los presupuestos.

El programa de reformas de Turquía de los últimos 10 años sirve de inspiración para las reformas en el norte de África y en Oriente Medio.

El sistema de transporte colectivo de Colombia ha sido reconocido internacionalmente como práctica óptima y se ha aplicado en otras capitales de la región, como la Ciudad de México, Santiago y Lima. Las relaciones entre los países en desarrollo están transformando el mundo del desarrollo que conocíamos.

En la década de los 90, los países en desarrollo importaban 15% de sus mercaderías de otros países en desarrollo. En la actualidad, ese porcentaje se ha triplicado.

En 2008, la inversión extranjera directa Sur-Sur representaba un tercio del total de dicha inversión con destino a países en desarrollo, y esa proporción está aumentando: hoy en día, probablemente se acerca a 40%.

Sin lugar a dudas, los países en desarrollo también tienen muchos problemas. Alrededor del 75% de la población pobre que subsiste con 2 dólares al día o menos se encuentra en naciones de ‘ingreso mediano'. Es comprensible que a los países en desarrollo les preocupen las nuevas responsabilidades que deben asumir.

¿Cuáles son las consecuencias de este nuevo mundo para el desarrollo? Durante los últimos 25 años, se ha reducido a la mitad la proporción de pobres en los países en desarrollo. Hemos visto el potencial que encierra el crecimiento impulsado por el sector privado en la explosión de inversiones de países en desarrollo en manufacturas e infraestructura.

Lo hemos visto en el rápido aumento del número de fondos de inversión y otros inversionistas interesados en poner sus capitales a trabajar en países en desarrollo. Lo que quiero decir es muy simple: actualmente, vemos una interdependencia económica, comercial y financiera que era imposible de entender en 1944.

Hoy en día vemos innovaciones, logros científicos y avances en las comunicaciones imposibles de entender en 1944. Vemos cadenas de suministros y sistemas logísticos que abarcan continentes y océanos. Vemos múltiples polos de crecimiento con nuevos centros de poder económico y un modelo de desarrollo Sur-Sur.

¿Se pueden combinar ahora esos cambios con un multilateralismo modernizado, de modo de proclamar una nueva economía mundial, más allá de la dependencia, más allá de la división simplista entre donantes y receptores?

Una nueva mentalidad

Antes de que se creara el sistema de Bretton Woods, la ayuda extranjera se destinaba principalmente a crisis humanitarias: hambrunas, inundaciones, terremotos o personas que huían de conflictos. Ese mundo de 1944 ha cambiado radicalmente. Es hora de pensar en la ayuda de manera distinta. El hecho de que se hayan producido cambios no implica que ya no haya lugar para la ayuda, ni que los países desarrollados no deban cumplir con sus compromisos en materia de asistencia, ni que debamos ignorar lo que se ha  logrado con esa ayuda.

Durante el último decenio, el Grupo del Banco Mundial ha trabajado con los 79 países más pobres a través de la Asociación Internacional de Fomento, su fondo para los más pobres, con el objetivo de brindar acceso a servicios básicos de salud, nutrición y población a más de 47 millones de personas, mejorar la  nutrición de 98 millones de niños, ofrecer acceso a mejores fuentes de agua a más de 113 millones de personas y vacunar a 310 millones de niños.

Para millones de personas en todo el mundo, la ayuda sigue siendo una cuestión de vida o muerte. Aún constituye un valioso impulso que permite a los países avanzar en el camino del crecimiento.

Lo vemos en la región del Cuerno de África, donde se necesita de la asistencia para ayudar a más de 12 millones de personas que son víctimas no sólo de la sequía, sino también de hombres brutales que luchan sin medir las consecuencias.

Aún queda mucho por hacer para llegar a los casi 1,500 millones de personas que en la actualidad viven en condiciones menos favorables en naciones afectadas por fragilidad, conflictos y violencia. Ninguno de esos países ha logrado aún siquiera uno de los objetivos de desarrollo del milenio.

Pero la asistencia no es algo que dure de por vida. Tampoco debería ser aquello que los países desarrollados dan con una mano mientras, con la otra, excluyen a las naciones en desarrollo de los mercados agrícolas u otros mercados comerciales, o les restringen el acceso a fuentes sostenibles de energía.

En un mundo que avance más allá de la ayuda, la asistencia estará integrada y conectada con las estrategias mundiales de crecimiento, impulsada fundamentalmente por la inversión y las empresas privadas. El objetivo no será la caridad, sino un interés mutuo en generar más polos de crecimiento.

La solidez de las políticas económicas del G-7 será tan importante como el porcentaje de la ayuda respecto del PIB. Los acuerdos del G-20 sobre desequilibrios, reformas estructurales, subsidios a los combustibles fósiles o seguridad alimentaria serán tan importantes como el porcentaje de la ayuda respecto del PIB.

En un mundo que avance más allá de la ayuda, los mercados emergentes avanzados asistirán a los más rezagados con su experiencia, con mercados abiertos, con inversiones y nuevos tipos de asistencia. Los nuevos instrumentos financieros permitirán que los pequeños agricultores se aseguren contra los riesgos de sequía, o los países, contra huracanes; se crearán mercados de bonos en moneda local se movilizarán nuevas inversiones en capital accionario y se generarán nuevos intercambios de productos básicos locales, o instrumentos de cobertura para los países en desarrollo.

En un mundo que avance más allá de la ayuda, el apoyo para las innovaciones y los avances científicos permitirá desarrollar cultivos resistentes a las sequías, más nutritivos y con mejores rendimientos, crear fuentes energéticas eficientes y que no generen carbono, y elaborar nuevas vacunas que salven vidas.

La solución del 50%

Las mujeres representan 50% de la población mundial y 40% de la fuerza de trabajo en todo el mundo. En África, las mujeres son el eje de sus comunidades: constituyen la mayoría de los agricultores y producen 80% de los alimentos del continente.

Sin embargo, sólo poseen 1% de la riqueza mundial. Las mujeres y las niñas de los países en desarrollo tienen menos probabilidades que los hombres de sobrevivir a la primera infancia, a la infancia y a la edad reproductiva.

Las mujeres tienen menos probabilidades de recibir pago por su labor, de trabajar en cultivos rentables o de poseer activos como tierras. Tienen menos probabilidades de influir en las decisiones familiares o de controlar los recursos dentro de sus hogares. Y sin embargo, las pruebas del potencial humano, social y económico de las mujeres son abrumadoras.

Sabemos que promover la igualdad de género es una medida económica inteligente y que los países con más igualdad de género tienden a exhibir tasas más bajas de pobreza, que las probabilidades de que un niño sobreviva son mucho mayores si es la madre la que maneja los ingresos del hogar. Que si simplemente se da a las mujeres mayor control sobre los insumos agrícolas, la productividad del  sector puede aumentar hasta un 20% en algunos países.

Pero no se trata tan sólo del potencial económico. Considero que la igualdad de género es un derecho, no sólo un recurso.

Algunos preguntarán qué tiene esto que ver con un mundo que vaya más allá de la ayuda. Para decirlo con sencillez, la cuestión central es cambiar políticas, potenciar a cada persona, hombre o mujer, y no simplemente ofrecerle paquetes de ayuda. Podrán aducir que este enfoque es demasiado radical. Que de algún modo permitirá a los países desarrollados liberarse de sus compromisos de asistencia. No tiene por qué ser así. Podrán aducir que este enfoque es demasiado riesgoso, que dará preponderancia a nuevos mercados e instrumentos  financieros que podrían generar problemas para los países en desarrollo. No tiene por qué ser así.

Algunos podrán aducir que este enfoque es demasiado prematuro, que las naciones en desarrollo aún no están preparadas para desempeñarse como actores responsables.

¿Acaso están menos preparados que los países desarrollados? Hoy en día, los flujos de capital privado son muy superiores a los montos de la asistencia oficial para el desarrollo. Ciertas contribuciones filantrópicas son ya muy superiores a la ayuda gubernamental bilateral. Y han surgido nuevos actores y nuevos donantes que ya están transformando el mundo de la asistencia.

Debemos "pensar a través del tiempo": debemos buscar inspiración en aquellos intrépidos multilateralistas de Bretton Woods, debemos formular preguntas para discernir las circunstancias propias del tiempo que nos toca vivir, y debemos actuar con el objetivo de prepararnos para los tiempos que vendrán.

Es hora de ponernos a tono, hora de asumir nuestras responsabilidades, hora de crear para el futuro, no de añorar el pasado.

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