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Bienvenidos a Soyalandia

Tras años dominando, EU pierde la hegemonía agrícola frente a la soya brasileña.
vie 29 febrero 2008 12:31 PM

FORTUNE

Phil Corzine no abandonará Illinois. Dueño durante mucho tiempo de una granja de soya en Assumption, una pequeña ciudad al este de Springfield, Corzine es fiel a su estado. Ahí, alguna vez encabezó la Junta de Supervisión de la Soya, un programa con el que los granjeros de Illinois promueven su producción.

Sin embargo, las 520 hectáreas que Corzine plantó en 2007 no están en ese estado, ni en el medio oeste de EU. Están en Brasil, en el estado de Tocantins, que es parte de una gran extensión de tierras productoras de soya que se extiende entre los Andes y los bosques del Atlántico y entre el norte de Argentina y el sur de la cuenca del Amazonas.

Soyalandia, como podría llamarse esta inmensa región, es prácticamente desconocida para los estadounidenses, pero aquí podría estar el futuro de una de las industrias más importantes del mundo, la agricultura de granos.

Corzine fue a Brasil, por curiosidad, en 1998. Como muchos productores de soya de EU, se dio cuenta del rápido crecimiento de Brasil en este negocio: de amateur a potencia mundial en apenas dos décadas. Lo que más le asombró fue la escala de producción. Una granja grande de Illinois puede abarcar 1,215 hectáreas; en Soyalandia pueden ser 10 veces más grandes.

Las condiciones que vio eran muy básicas, pero concluyó que Soyalandia podría crecer de una manera en que ya no era posible hacerlo en EU. Con tres socios reunió 1.3 millones de dólares de 90 inversionistas, la mayoría granjeros del medio oeste. En Illinois, dice, “eso no compra equipo, menos tierra”. En Brasil el grupo adquirió 1,416 hectáreas en 2004. Desde entonces, la tierra ha duplicado su valor mientras otros inversionistas de EU intentan entrar al negocio de la soya brasileña. Este año, Corzine, de 49 años, reunió 400,000 dólares más. “Confiamos en que lo que está pasando sea positivo a largo plazo”, dice con la modestia que caracteriza a sus coterráneos.

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Veinte años antes hubiera parecido absurdo para un granjero estadounidense mudarse a América del Sur. Los agricultores de EU todavía no se van en masa, el consorcio de Corzine es uno de 300 grupos de EU que invirtieron en la zona, pero la idea ya no parece ridícula. Hoy en día, Soyalandia, con 60% del mercado mundial, domina el comercio mundial de la soya. Y Brasil es una potencia agrícola. No sólo es el principal exportador de soya, título que arrebató a EU en 2006, sino que también tiene el mayor excedente agrícola del mundo, 27,500 millones de dólares el año pasado. (El excedente de EU fue de 4,600 millones de dólares.)

Y la demanda crece. Asia siempre ha comido soya: tofu, leche, miso. Y la soya ya es importante en la dieta de EU, aunque en ocasiones se esconde bajo el nombre de ‘proteína vegetal hidrolizada’. Además, el uso de la soya para alimento animal crece enormemente. China la quiere para sus industrias de pollo, cerdo y pescado. Europa la pide porque el ganado que la consume no sufre el síndrome de la vaca loca.

Sin embargo, la mayor demanda es industrial. Como la soya no es tóxica, ni contamina y es biodegradable, es la mejor opción para fabricar pinturas, solventes, textiles, lubricantes, diversos plásticos y muchos otros productos. De la soya se obtiene aceite para motores de sierra eléctricas en Montana, pegamento para gabinetes de Michigan, espuma aislante para oficinas en Massachusetts, y base para el pasto artificial en campos de golf y estadios en el medio oeste de EU. Y lo más importante, el combustible también puede ser de biodiesel de soya. Con el precio del barril de petróleo en casi 100 dólares, Brasil podría convertirse en la Arabia Saudita de los biocombustibles.

No llores por mí, soya mía
Normalmente, el auge de la soya representaría una gran oportunidad para EU. Desde la Segunda Guerra Mundial, sus granjeros habían sido líderes en tres cosechas básicas: trigo, maíz y soya. Las cosechas del medio oeste han crecido todo este tiempo. En gran parte debido a la destreza de los estadounidenses con las innovaciones de laboratorio (mejores semillas y nuevos métodos de fertilización) y su aplicación en el campo y su introducción al mercado global. Con el tiempo, la agricultura se había convertido en la ‘joya de la corona’ de las exportaciones de EU.

Pero eso ha cambiado. Como se ve ahora en Soyalandia, las cosechas de zonas templadas pueden convertirse en productos tropicales. La producción de soya latinoamericana es equivalente a la de Iowa e Illinois. De hecho, puede ser mejor: la producción de frijol de soya en Brasil ha rebasado a la de EU en tres de los últimos seis años. El costo promedio del bushel (35.2 dm3) en EU es de 6.70 dólares, incluyendo la transportación nacional y marítima, mientras que en Brasil es de 5.05.

En EU, la producción de soya no tiene ya mucho margen de crecimiento. Y, peor aún, los subsidios al etanol han aumentado tanto el precio del maíz que los productores de soya están cambiando de cosecha. A pesar del aumento global en la demanda de soya y el casi récord en los precios, en julio de 2007 los plantíos de soya de EU se redujeron en casi 15%, a 26 millones de hectáreas; la menor superficie en 12 años. Mientras tanto, la ONU reporta que los principales cuatro integrantes de Soyalandia –Brasil. Argentina, Paraguay y Bolivia– estaban cultivando 40.5 millones de hectáreas en 2005.

La mano de obra y la tierra son baratos en Soyalandia, pero esto no es lo que está cambiando el mundo agrícola. En realidad, las ventajas se deben al clima y a la tecnología desarrollada localmente. Debido a que Soyalandia está en el trópico, la temporada de cultivo dura casi todo el año. Dos cosechas al año, o tres con riego, es la norma. Además, la zona es menos propensa a los extremos climáticos que las regiones sur y occidental del medio oeste, en donde constantemente existen riesgos de sequía e inundación, riesgo que podría empezar a darse en las zonas templadas a causa del calentamiento global.

América del Sur “tiene una clara ventaja comparativa”, dice Peter Goldsmith, director del Centro Nacional de Investigación de la Soya, de la Universidad de Illinois. “A la larga. No hay manera de que los agricultores estadounidenses logren alcanzarlos. La soya sudamericana es un tipo de competencia que los estadounidenses no habían enfrentado antes”.

Pura proteína vegetal
En Brasil casi nadie come soya. Es un país eminentemente carnívoro y la sola idea del tofu puede provocar escalofríos. Pero ya desde los años 60 algunos brasileños se dieron cuenta de que la vaina asiática (glicina max para los biólogos) ofrecía una gran oportunidad de negocios y una solución potencial para un problema que no podía resolverse.

El dilema era qué hacer con el vasto medio oeste de Brasil, localizado en el estado de Mato Grosso, una vez y media más grande que Texas. “Se sabe menos del interior de Mato Grosso que de cualquier otro lugar habitado del mismo tamaño en el mundo”, escribió el periodista y viajero Peter Fleming en 1933. Ni siquiera en los 60 existían caminos decentes o ferrocarriles que lo conectaran al resto del mundo. Su derruida capital, Cuiabá, era entonces un pedestre pueblo de vaqueros y cazadores de cocodrilos.

En la actualidad, Mato Grosso, con casi seis millones de hectáreas cultivadas, encabeza la producción de soya en Brasil y Cuiabá es el corazón de Soyalandia.

La prosperidad del estado, y la razón de ésta, habrían asombrado a Fleming. La mayor parte de Mato Grosso está cubierta por el ecosistema El Cerrado, una gran extensión arbolada que abarca 181 millones de hectáreas cuadradas de Brasil, incluyendo una gran parte de la cuenca del sur del Amazonas. Tiempo después de los escritos de Fleming, los investigadores pensaban que la glicina max no prosperaría allí. La planta, que trabajadores japoneses llevaron a Brasil en el siglo XIX, necesita una prolongada exposición a la luz solar; los días de 12 horas resultan simplemente demasiado cortos. En contraste, en Iowa los días de verano duran 15 horas.

Además la soya, como cualquier legumbre, utiliza la bacteria rizobium en sus raíces para ‘fijar’ el nitrógeno al suelo, lo cual disminuye la necesidad de utilizar fertilizante. Pero como estas bacterias no pueden sobrevivir en los ácidos suelos, ricos en aluminio de El Cerrado, las tierras tendrían que fertilizarse con limo, lo cual aumentaría los costos. Aun cuando los agricultores hubieran podido sacar una cosecha, no hubieran podido exportarla, los caminos de terracería de Soyalandia eran intransitables la mayor parte del año.

En los 60, los generales que gobernaban Brasil vieron con disgusto en sus mapas que 60% del país estaba vacío (en realidad, estaba habitado por indígenas, descendientes de esclavos, granjeros y otros pobladores de la selva, pero el gobierno no los tomaba en cuenta). De acuerdo con el criterio de estos generales, llenar estos vacíos era un asunto de seguridad nacional.

Con un programa que luego provocaría las protestas del mundo entero, los generales conectaron la nueva capital ultra moderna, Brasilia, a una red de caminos que cruzaban el interior hacia los puertos de la selva tropical del Amazonas. Mucho del sistema de caminos atravesó El Cerrado y la selva tropical. No sólo era más fácil de limpiar, sino que no estaba en la mira de los ambientalistas aunque los bosques secos comprendan tanta biodiversidad como las selvas.

Una de las carreteras, la BR364 iba de Sao Paulo a Cuiabá y hasta el oeste del Amazonas. En los 70 y 80, cientos de miles de inmigrantes del centro y sur de Brasil atestaron la BR364 confiados en las promesas de los generales de que empezarían nuevas vidas en asentamientos agrícolas. Sin embargo, el gobierno perdió el control de la situación, lo que propició violentas batallas entre los invasores, especuladores y rancheros por los títulos de propiedad. Muchos pequeños propietarios abandonaron sus granjas poco después de limpiarlas, pocos cultivos logran darse en el suelo de El Cerrado. Los grandes ranchos tampoco corrieron con mejor suerte, aunque muchos de ellos recibieran subsidios del gobierno.

A pesar del golpe, los generales nunca consideraron que el programa hubiera fracasado: se abrió El Cerrado en Mato Grosso, se avanzó al norte hacia la selva tropical y se abrieron rutas a todo lo largo del Amazonas. Para 1990, más de la mitad de El Cerrado se había quemado y eliminado para convertirlo en pasturas o tierra de cultivo.

“Fue un ataque mucho mayor que el que se estaba dando en la selva tropical”, dice Donald Sawyer, del Instituto de Población, Sociedad y Naturaleza, una organización brasileña sin fines de lucro. El Cerrado desapareció a un ritmo “de casi el doble que el de la selva tropical”, agrega. “Pero no hubo muchas quejas de los grandes grupos ambientalistas porque El Cerrado, aunque hermoso, no sale en los calendarios”. Según Sawyer, la conversión de El Cerrado fue probablemente la más grande y la más rápida en la historia de la humanidad, alrededor de 117 millones de hectáreas cuadradas, una superficie mayor que Texas y Oklahoma juntos, todo en menos de una generación.

Soya en todas partes
No tenía ningún caso desmontar si los brasileños no sabían qué hacer. Ésa era la meta de una segunda etapa del programa de los generales: enviar a los brasileños más brillantes a universidades extranjeras, la mayoría en los EU.

En los 60 y 70, las escuelas estatales en el medio oeste y California se inundaron de brasileños que estudiaban la cruza de ganado, investigación con granos, ciencia del suelo y planeación regional.

Muchos de los nuevos doctores regresaron a la Empresa Brasileña de Investigación Agropecuaria (Embrapa), una red de agencias estatales de investigación y educación en agricultura.

En una serie de logros, los equipos científicos de Embrapa reprodujeron variedades de soya que podían alcanzar su plenitud en menos días y cepas de bacterias fijadoras del nitrógeno que podían tolerar las tierras de El Cerrado. Luego se las ingeniaron para inocular masivamente las nuevas semillas de soya con los nuevos microbios.

Entre 1985 y 1995, las cosechas de soya en Mato Grosso se quintuplicaron, pasando de un millón de toneladas métricas anuales a 5.2 millones. En el proceso, se quemó tal superficie para sembrar que la soya se convirtió en uno de los objetivos favoritos para las campañas ambientalistas.

Sin embargo, la mayoría de los economistas, emprendedores y políticos brasileños tenían un punto de vista diferente. En gran parte debido a las exportaciones agrícolas, Brasil dejó de ser una nación deudora y la soya sudamericana, su nueva maravilla biotecnológica, se convirtió en una presencia relevante en la Bolsa de Chicago.

“Estos tipos tienen la mejor tecnología agrícola en el sur del planeta para la soya y otras cosechas, como el algodón”, comenta Goldsmith, del Centro Nacional para la Investigación de la Soya. “Es muy interesante cuando EU o Europa no son el centro del universo”, dice Goldsmith secamente. “Y será más interesante si nos comenzamos a rezagar”.

El sur va arriba
Cuando Kory Melby le quiere demostrar a los estadounidenses lo que él llama la competencia de América del Sur, los lleva a una ciudad llamada Lucas do Rio Verde. Melby, un granjero de Minnesota, visitó Brasil por primera vez en 1994. Pero no fue sino hasta 2001 cuando viajó a Mato Grosso con otros agricultores, que entendió lo que estaba pasando. Fueron al norte desde Cuiabá por la BR163, otra nueva carretera de Mato Grosso.

Durante la primera hora subieron por una meseta. No había mucho que ver: pasturas de madera con mesetas boscosas y pasos de agua. Luego llegaron a la cima, recuerda Melby, y desde allí vieron “un océano de verde, soya, por lo que podía distinguirse”.

Hora tras hora, los granjeros viajaron por bajas colinas sinuosas cubiertas de lo que se conoce como el ‘complejo de la soya’: glicina max y el maíz, girasol, y otras cosechas que se cultivan para la rotación. “Todos quedamos pasmados”, Melby recuerda. Y pensaban “¿Realizan dos cosechas al año? ¿Obtienen soya por 2.80 dólares el bushel? ¿Esto puede ser cierto? Si es así, estamos perdidos”.

Melby, de 38 años, decidió mudarse a Brasil, en donde asesora a inversionistas de EU que quieren entrar a Soyalandia. Al igual que él, la mayoría quedan sorprendidos cuando llegan a Lucas do Rio Verde. Con sus calles pavimentadas, iluminadas y sus plazas llenas de flores, la ciudad está muy lejos de parecerse a los lupanares que se asocian con asentamientos de nuevas regiones exploradas.

Hay clínicas gratuitas frente a las nuevas escuelas; los niños nadan en albercas municipales; los trabajadores construyen cientos de bungalows para los recién llegados, y hay autobuses que esperan para llevarlos a sus trabajos. Por otro lado, las madres trabajan medio tiempo en la planta incubadora de pollos. Hoy en día, el área de Lucas do Rio Verde, con un área un poco mayor a la del Parque Nacional de Yosemite, produce 1% de la soya de Brasil, 10% del maíz y 4% del algodón.

Lucas no siempre fue un escaparate. El alcalde, Marino José Franz, llegó a Mato Grosso con nada más que una valija a principios de los 80. Al igual que su hermano, se sorprendió al ver los malos caminos de la región, las epidemias y la violencia rampante. Era como Deadwood con malaria.

A diferencia de la mayoría de sus contrapartes, los hermanos tenían grados en agronomía. Los Franz, dos de los primeros migrantes que decidieron quedarse, tienen ahora una proveedora agrícola llamada Fiagril. Esta empresa tuvo un papel importante en los nuevos logros de Lucas: el megacomplejo de la soya y su creciente clamor por grúas y polvo rojo en el lado este de la ciudad. Al centro aparecerá una planta procesadora que pertenece al Grupo Maggi, uno de los productores de soya más grandes del mundo y cuyo dueño es Blairo Maggi, el actual gobernador de Mato Grosso. Hasta 3,000 toneladas diarias de semillas se transportarán diariamente hasta un extremo de las instalaciones. Después de triturarlas, las semillas de soya saldrán por otro extremo hacia dos enormes tuberías. Una de ellas llegará a una refinería de biodiesel con valor de casi 15 millones de dólares que controla el Grupo Flagril del alcalde Franz; todo esto con la idea de asegurar la autosuficiencia de combustible para abastecer a sus tractores, trilladoras y camiones con el producto local.

El resto de la soya se convertirá en alimento para pollos y cerdos, para proveer de ‘raciones de carne’ a un rastro de 400 millones de dólares que está construyendo Sadia, una empacadora brasileña de carne que se cuenta entre las más grandes del mundo.

El complejo Lucas, dice Melby, “es algo que no ves en ninguna otra parte”. En ningún otro lugar “tienen los productores de maíz o soya los molinos de alimentos o las plantas procesadoras esperando para comprar toda su producción para alimentar a los animales”.

A causa de la historia reciente del Amazonas de anarquía y brutalidad y de desastre ecológico, uno esperaría que Sting o Leonardo Di Caprio enviaran aviones llenos de ecoactivistas a la puerta del alcalde Franz para manifestarse en contra de Lucas do Rio Verde. Pero Soyalandia aumenta la producción y se viste de verde, o es menos café de lo que era. Según la agencia espacial de Brasil, la deforestación anual del Amazonas se redujo en 64% entre 2004 y 2007. Gran parte de esto se da en Mato Grosso.

“Por supuesto que todo se debe a mis políticas”, bromea Maggi. De hecho, aclara, parte de esta reducción se debe a que “nadie tiene dinero”. Un dólar débil hace que productos brasileños sean más caros, por lo que se ha reducido la exportación agrícola y, con esto, el impulso para limpiar la tierra. Lo que es más importante es que tanto los productores como el gobierno han cambiado su enfoque. Las cuestiones ambientales, dice claramente, “se han integrado en todo lo que hacemos, en toda la cadena de los proveedores”. En lugar de erradicar El Cerrado, dice, la idea es ahora intensificar la producción en donde la tierra ya está limpia.

No todo es miel
Soyalandia tiene que vencer algunos obstáculos. El más grande, el que todos ven cuando toman la ruta que tanto impresionó a Melby, es el de los caminos. La infraestructura del Amazonas está al borde del colapso. Algunas de las espectaculares carreteras que construyeron los generales en los 70 han sido tragadas por la selva; otras se convierten en pantanos lodosos en la temporada de lluvias y en nubes de polvo en la temporada seca. Transportar una tonelada de soya de Lucas do Rio Verde a Shanghai costaría 202 dólares en promedio, mientras que, según un reporte del gobierno de EU, transportarlo desde Iowa costaría 77 dólares.

Nada, dice Maggi, compensará la falta de caminos; es como si el cinturón agrícola de EU tuviera sólo tres carreteras. Por 20 años, los activistas han argumentado que los caminos, que por definición aceleran la deforestación, no pueden construirse a través del Amazonas hasta que las áreas sensibles del bosque no se encuentren aseguradas en reservas, al igual que los indígenas que las habitan.

Aun si se construyen los caminos, los granjeros de EU todavía podrán vender su soya, asegura Richard Brock, presidente de la consultora agrícola Brock Associates. Este año, la cosecha de soya será de 73.5 millones de toneladas, de las cuales 54 millones se consumirán internamente. Se espera que China importe 48.5 millones de toneladas de soya. “América del Sur provee para los huecos que nosotros no podemos llenar”, asegura Brock.

Soyalandia tiene su molino de alta tecnología agroindustrial y de pronta respuesta, tiene su parte en el mercado global y su creciente uso de biocombustibles. Todo esto da lugar a una sensación de siglo XXI, un aura de progreso. Para fortalecer esta imagen, dice el alcalde Franz, está la población de “jóvenes emprendedores rurales hijos de los primeros colonizadores y los capitalistas de todo Brasil que tienen alrededor de 40 años y que tratan de hacer fortuna”.

Pocos estadounidenses, como Corzine y Melby, tratan de aprovechar las oportunidades de Soyalandia. Aprenden el idioma, se acostumbran a la cocina local, y aprenden a vivir con el aislamiento característico de la vida de los rancheros. La mayoría de ellos no se quedan mucho tiempo, cuenta Franz. “Llegan aquí y extrañan la TV por cable y su internet, y ya no regresan”. “Los estadounidenses son bienvenidos”. Agrega. “Pero construiremos este lugar sin ellos”.

© 2007. Time Inc. Todos los derechos reservados.
Traducido de la revista Fortune y publicado con el permiso de Time Inc.
La reproducción en cualquier manera en cualquier lenguaje total o parcial sin permiso escrito está prohibida.

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