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Con el agua al cuello

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mié 18 octubre 2006 12:00 AM

Habían pasado más de 35 días desde que las lluvias del 27 de julio sepultaron con lodo su vivienda de tres habitaciones y su automóvil, el único vehículo particular en toda la calle Arenque, en la colonia Puerto de Anapra. Pero Jorge Manuel Silva, un obrero de la maquila de 46 años, se mantenía expectante, como el resto de los vecinos. Esperaba recuperar una parte de su patrimonio que, tras semanas en el lodo, parecía petrificado.

“Llevo todo este tiempo perdido, pero ni modo de quedarme con nada”, dice mientras en torno suyo maniobraba una cuadrilla con maquinaria pesada, para nivelar los caminos de tierra y desenterrar muebles y animales muertos que irán a la basura.

Operador durante seis años en la planta ensambladora ODI de México, Silva ha podido vigilar sus bienes gracias a una concesión que nunca antes habían extendido los empresarios locales: permitieron que al menos 4,000 trabajadores que sufrieron la pérdida total de su patrimonio, se ausentaran de las líneas de producción, así fuera parcialmente, y sin temor a perder su salario o su posición en el trabajo.

“Lo que vimos estos meses fue una solidaridad absoluta de la industria maquiladora y del sector empresarial en su conjunto con el gobierno municipal, pero sobre todo con los trabajadores”, presume Gabriel Flores Viramontes, presidente local de la Cámara Nacional de la Industria de la Transformación (Canacintra) y cabeza de las acciones de rescate emprendidas por el Consejo Coordinador Empresarial (CCE).

Que los industriales hayan tendido la mano a obreros como Silva, es casi natural: resultaron damnificadas justo las personas que hacen funcionar a sus empresas. En los días más críticos hubo plantas desiertas, a donde sólo llegó 40% del personal.

Una tromba registrada el 6 de julio, que destruyó cuatro colonias y dejó cuatro muertos y dos desaparecidos, inauguró una temporada de lluvias inédita en la región. En cinco semanas cayeron más de 300 milímetros de agua; es decir, tres veces más que la media para todo el año. El saldo final fue de 20,000 damnificados y destrozos urbanos por más de 3,000 millones de pesos.

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La falta de infraestructura y de planes de contingencia en este vigoroso corredor industrial, desquiciaron transacciones estimadas en unos 100 millones de dólares diarios. Las lluvias impidieron cruces de mercancías por los puentes internacionales, causaron desperfectos mecánicos, retraso en el arribo de insumos, pero sobre todo, ausencia laboral en este centro que, según el CCE, aporta algo así como 2.7% al PIB nacional.

De acuerdo con la Canacintra, 2,123 empresas perdieron el equivalente a ocho días hábiles de producción (unos 800 millones de dólares). Entre ellas, unas 360 maquiladoras e industrias con capacidad de exportación y 223 que se cuentan entre las más importantes por su rentabilidad y por su número de trabajadores, apunta Flores Viramontes.

Por eso, la estrategia del sector consistió en dar respaldo a sus trabajadores. Eso garantizó que cuando el cielo se despejó a finales de agosto, la respuesta de los trabajadores fuera incondicional, opina el dirigente empresarial. En menos de cuatro semanas el daño fue subsanado mediante jornadas extraordinarias que se pagaron como días normales.

“La preocupación en los días de mayor crisis fue una sola: que los empleados pudieran llegar a sus casas y rescatar a sus familias”, comenta Xóchitl Díaz, vocera en México de Delphi, unas de las principales proveedoras de partes automotrices en el mundo. “Los días posteriores se difundieron anuncios por radio y televisión en los que se les dijo a los más afectados que no fueran a trabajar, pues sabíamos de las devastaciones que dejaron las lluvias”.

No todas las empresas reaccionaron de esta manera, documentó el Consejo Ciudadano, la red más grande de organizaciones de la sociedad civil en esa ciudad, y una que ha sido muy crítica de la industria maquiladora y sus impactos en Juárez. “Ninguna instancia empresarial ha sido congruente en su respuesta para una ciudad que les ha dado mucho dinero. Todo lo que se les ha visto hacer es lo mínimo que podía esperarse”, menciona Verónica Corchado, integrante del Consejo. “Hay que hacer notar, también, que mucha de esa ayuda fue deducible de impuestos, es decir, nada fue gratis”.

Un censo levantado por el organismo indica que otras 450 familias, la mayoría dependientes de la maquiladora, sufrieron daños parciales en sus viviendas y no han recibido ayuda. Muchos de ellos debieron abandonar sus puestos de trabajo de manera definitiva ante tal desamparo. “En verdad hay una gran deshumanización”, opina Corchado. “Pero, en el fondo, los empresarios deberían proveerles de desarrollo urbano, antes que cualquier otra cosa. No necesitamos que sean buena onda, sino que sean responsables”.

Delphi opera en la ciudad 15 plantas con cerca de 20,000 trabajadores. En cuatro de ellas, situadas en el parque industrial Antonio J. Bermúdez, registraron una ausencia laboral superior a 40%. Aplicando criterios distintos, algunos trabajadores recibieron 100% de su salario y otros únicamente los bonos de despensa, informa la vocera. Ese programa especial duró unos días.

La compañía utilizó también los vehículos de transporte de personal, para llevarles despensas y agua potable, y, sobre todo, certidumbre: “Las unidades sirvieron como módulos en los que se les dijo que tenían sus trabajos asegurados y que volvieran a sus plantas cuando pudieran regresar”, relata Xóchitl Díaz.

Además, Delphi ayudó a diversas organizaciones como Fondo Unido y la Asociación de Maquiladoras, que sirvieron como puente para hacer llegar capital líquido a los programas emprendidos por los gobiernos del estado y el municipio. Delphi operó un fondo total de 25,000 dólares de apoyo directo a sus trabajadores perjudicados por las lluvias.

Llovió sobre mojado
Más que una afectación directa en las empresas, lo que sufrió la ciudad fue una devastación social.

Hasta 1970, Ciudad Juárez contaba con una población ligeramente superior a los 360,000 habitantes. Pero el arribo de la industria maquiladora produjo una explosión demográfica que, en 35 años, congregó a 1.5 millones de personas. Las colonias más afectadas por los aguaceros de julio y agosto, fueron en realidad asentamientos de toda esa clase obrera que llegó en las décadas de 1970 y 1980 a las colinas del poniente, donde centenares de arroyos descargan las aguas de lluvia en el río Bravo.

Desde 1954 no se tenía registro de precipitaciones similares. Como sea, en aquellos años los cerros estaban despoblados y se les dotó de lo que entonces era una novedad de ingeniería: una cadena de diques y represas para contener las aguas de lluvia que pudieran inundar el centro de la ciudad. Con los años, sin embargo, no solamente 600,000 personas se afincaron sobre zonas de alto riesgo, sino que los diques comenzaron a debilitarse.

La infraestructura es un problema toral en la estela de desgracias, señala Teresa Almada, una doctora en sociología que dirige el Centro de Asesoría y Promoción Juvenil, organismo que trabaja para mejorar la calidad de vida en la zona poniente, justo donde las lluvias dejaron los más graves desastres. Y el problema, agrega, se ciñe a intereses privados.

“Desde el Plan de Desarrollo de 1984 se estableció que el poniente era una zona no urbanizable”, señala. “Eso generó efectos como el encarecimiento de la vivienda popular e hizo factible el crecimiento hacia el oriente y el sur de la ciudad. Pero todo ello siempre ha estado regido para el beneficio de unos cuantos”. El crecimiento desordenado que describe Almada provocó que las lluvias tuvieran un impacto mayor.

Óscar Nieto Burciaga, director de Ecología y Protección Civil, dice haber recibido reportes en los que el ausentismo alcanzó 60% en los días en que llovió con más fuerza. “Eso es más de lo que puede soportar una ciudad industrial como Juárez”.

La reacción de la Iniciativa Privada
Nieto relata que los altos ejecutivos del sector se presentaron ante él y con el alcalde Héctor Murguía, para ayudar en la reconstrucción de las zonas dañadas. Se creó un fondo para construir viviendas y tienen previsto establecer más adelante una bolsa con capital público y privado para adquirir un par de radares de lluvias, cuyo valor alcanza los 750,000 dólares.

“Ciudad Juárez ya no puede soportar una descarga de aguas como las que tuvimos entre julio y agosto, y mucho menos puede darse el lujo de estar desprevenida”, advierte el funcionario.

La colaboración de empresarios con el municipio obedece también a la falta de capacidad de respuesta que tiene el gobierno federal ante desastres como éste, aseguran autoridades locales y empresarios.

Hasta fines de agosto, el ayuntamiento había recibido sólo 9 millones de pesos enviados por el Fondo de Desastres Naturales (Fonden), cuando sufrió daños estimados en 3,000 millones de pesos. Por eso, la iniciativa privada reunió 300 millones de pesos, que se sumaron a los 200 aportados por el gobierno del estado y el municipio.

“Aquí los empresarios nos dimos a la tarea de ayudarle al gobierno”, dice Gabriel Flores Viramontes, de la Canacintra. “Sabemos que no hay presupuesto que alcance en estas circunstancias, y más con la lentitud con la que avanzan los recursos federales y estatales”.

Los empresarios aportaron capital para construir y comprar pies de casa para 4,000 damnificados. Con el dinero también se adquirió menaje y despensas para unas 20,000 familias, casi todas de obreros, y se iniciaron trabajos para resanar la carpeta asfáltica, dañada en 60%.

Trabajadores que perdieron todo, como Jorge Manuel Silva, recibieron un apoyo adicional: una tarjeta con fotografía, con la que obtendrán descuentos, de entre 10 y 80%, en mueblerías, tiendas departamentales y de autoservicio, hasta marzo de 2007.

“Había que reaccionar y no podía ser de manera distinta”, asegura Flores Viramontes. “El problema aquí en Juárez, y eso lo he dicho otras veces, es que no se registraron fatalidades. Si se hubieran registrado, por cuestiones políticas, los recursos federales hubieran fluido, como en Cancún, que se reconstruyó en un año. Pero aquí no ocurrió eso, por fortuna, pero los empresarios debimos solidarizarnos con las autoridades locales en la reconstrucción de Juárez. No había alternativas”.

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