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Desde abajo

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sáb 04 enero 1000 11:23 PM

Por décadas, todos en el país (obreros, sindicatos, patrones, legisladores, partidos políticos, gobierno, pueblo y opinión pública) han reconocido que el sistema sindical no funciona, que el pacto social está roto, que una reforma laboral es urgente y que esta situación, como un choque en la carretera, bloquea toda posibilidad de progreso económico y social. Lo indica la economía estancada, el desempleo, la pobreza, el creciente sector informal y la migración de millones a EU.

¿Quién podrá abrir el paso? ¿Habrá cambios en el sindicalismo con Felipe Calderón? ¿Sería posible una reforma laboral? ¿Habrá un nuevo pacto social? Es posible. Pero la historia reciente, sobre todo del sexenio de Vicente Fox, dice que el cambio será a pesar de Calderón y el PAN, pues una serie de compromisos oportunistas los han amarrado a los peores elementos del viejo sistema. Una verdadera reforma laboral y un nuevo pacto social sólo surgirán de las bases de la sociedad. México sabe de esto: cuando no llega el rescate, los vecinos salen a ayudar. Como en el terremoto de 1985, el auxilio llegará de los mexicanos comunes, no del gobierno.

Control desde arriba
La historia del corporativismo, del control estatal y de partidos sobre los sindicatos y los obreros, es larga. Desde el famoso charrazo en el sindicato ferrocarrilero en 1948, el sindicalismo ha sido autoritario, corrupto y violento. También se ha dado el sindicalismo blanco. En los últimos años apareció en las maquiladoras el de bajo perfil. En cualquiera, los obreros carecen del control: los sindicatos son aparatos impuestos desde arriba por el Estado, el patrón o por arreglos entre empresas, gobiernos y líderes sindicales.

Aunque existen sindicatos independientes, lo dominante ha sido el corporativista de la CTM y del Congreso del Trabajo. Su sostén han sido el PRI, la Secretaría del Trabajo y las Juntas de Conciliación y Arbitraje. Los patrones aceptaron el sistema con gruñidos aunque por años les convino: las mordidas a los secretarios generales garantizaban paz laboral y explotación a todo vapor. Antes de abrir una planta, los patrones compraban lo que quisieran de los secretarios generales y abogados sindicales: sindicatos fantasma, protección y supresión de la más mínima actividad obrera. El resultado fue el salario bajo, el recurso más importante del país.

Además de engranaje electoral, el ‘sector obrero’ sirvió al PRI como hilo conductor desde Los Pinos hasta la base de la sociedad mexicana en la fábrica y el campo. Pero, por fin, en los 80 el sistema que funcionó por años como parte de la maquinaria política y eje de las relaciones industriales, empezó a desmoronarse ante la fuerza de la economía global y los acontecimientos políticos locales.

Las dos propuestas de Reforma Laboral
El cambio se comenzó a gestar con las reformas de los tecnócratas del PRI y culminó con la victoria de Fox y el PAN. A nivel más alto, México firmó el Acuerdo General sobre Tarifas y Comercio en 1986, el Tratado de Libre Comercio arrancó en 1994, año en que México se unió a la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos, tres acuerdos que cambiaron las relaciones comerciales internacionales. También había cambios internos. El cierre de plantas viejas, como Fundidora de Monterrey, la expansión de la maquila, la privatización de las paraestatales, la dispersión de la industria y el crecimiento del sector de servicios debilitaron tanto al sector paraestatal como a los sindicatos corporativos. Al mismo tiempo, se implantaron nuevos procesos continuos y formas de organización de trabajo en la planta –el post-Fordismo o la dirección japonesa–. Esto socavó las bases de los sindicatos en el mismo lugar de trabajo. El viejo sistema corporativo fue perdiendo su poder y resultó obvio que era necesaria una reforma laboral y un nuevo pacto social.

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Hubo dos propuestas de reforma laboral a finales de los 80. Por un lado, Carlos Abascal Carranza, entonces al frente de la Confederación Patronal de la República Mexicana, propuso reforzar la productividad por medio de la flexibilidad; es decir, aumentar el poder de los patrones sobre los obreros desmantelando al sindicalismo histórico. Por otro lado, los sindicatos independientes (como el Frente Auténtico del Trabajo) enfatizaban el derecho a la libre afiliación. La primera propuesta intentó liberar el poder de los patrones y la segunda, el de los obreros. En el nuevo milenio llegaron al Congreso dos propuestas, una de Coparmex, patrocinada por el PAN, y otra redactada por la Unión Nacional de Trabajadores (UNT) e introducida por el PRD. En el sexenio de Fox chocaron las reformas en la legislatura, bloqueando el paso adelante.

Fox y la desilusión
¿Por qué no llegaron las unidades de rescate para quitar este choque de la carretera? Lo único que llegó fueron el oportunismo político y la corrupción de siempre.

La victoria de Fox en 2000 trajo la esperanza de un cambio democrático, no sólo político y parlamentario, sino también social. Muchos creyeron que con la derrota del PRI, el sistema político, incluyendo el sistema sindical corporativista, iba a caer como una casa de barajas. Y así hubiera sido. Fox tuvo la oportunidad de terminar al viejo charrismo cetemista. Pero Abascal, como secretario del Trabajo, tendió la mano al ahora extinto jefe de la CTM, Leonardo Rodríguez Alcaine. Las momias fidelvelazquistas, como zombis de una película de terror, salieron a escena. Fox y Abascal dieron nueva vida a los peores elementos del sindicalismo mexicano, tal como el notorio Víctor Flores Morales, jefe del sindicato ferrocarrilero. La importancia de la relación PAN-sindicatos se descaró con la lideresa del sindicato magisterial, Elba Esther Gordillo, al meter a su gente al IFE, con resultados efectivos –y polémicos– en la elección presidencial.

Ahora, un sindicalismo estatal, autoritario y corrupto se convirtió en otro casi igual, controlado por el PAN y los patrones. La reforma laboral propuesta por el PAN, Fox y la Coparmex confirma esa transformación. En el futuro que prevén, el patrón (ayudado por sindicatos corruptos, mansos y bendecidos por el gobierno) torcerá a los obreros a placer.

Si el gobierno facilita la creación de esta clase de sindicalismo patronal, Calderón ya podrá despedirse de ser el presidente del empleo. Los salarios seguirán bajos, el mercado interno continuará estancado y, en contraparte, el de lujo crecerá, pero sin poder elevar la economía al nivel necesario para absorber la mano de obra disponible. Por ese camino, Calderón será conocido como el presidente del desempleo, de la miseria y, tal vez, del desastre.

Al mismo tiempo, el sindicalismo independiente, como el de la UNT, sigue trabajando con el PRD en la propuesta de una reforma laboral que recupere el derecho obrero de libre afiliación.

Aunque figura en la Constitución, en la Ley Federal de Trabajo, y es reconocido por la Organización Internacional de Trabajo, este derecho se ha negado en casi toda la historia del México moderno. Implica el derecho de los obreros de formar sindicatos independientes que luchen por mejores salarios. Si el país tuviera tales sindicatos habría un crecimiento económico generalizado y más empleo. Millones de trabajadores podrían participar en el desarrollo de un México mejor para todos. Este proceso crearía al interlocutor necesario para que México pudiera escribir un pacto social más amplio.

El autor ha escrito libros sobre el sindicalismo mexicano. Edita Mexican Labor News and Analysis ( www.ueinternational.org ) y es profesor visitante de Historia y Estudios Latinoamericanos en la Universidad de Miami en Oxford, Ohio.

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