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Pedí a Dios que me salvara o me llevara: sobreviviente en Bangladesh

Reshma, la última sobreviviente del edificio colapsado, vivió escuchando sollozos y tuvo que cortar su cabello para liberarse y buscar ayuda
mié 15 mayo 2013 03:39 PM

Nota del editor: Este es un fragmento de la entrevista que concedió Reshma a CNN. Puedes leer la nota completa en el siguiente enlace:  The seamstress in the rubble

DACA, Bangladesh (CNN) — “¡Sálvenme!”, grita un hombre en la oscuridad. “¡Por favor, sálvenme!”

“No te puedo ver”, responde ella. “No sé dónde estás”.

“¡Sálvenme! ¡Por favor, sálvenme!”, ruega el hombre una vez más.

“Quiero salvarte”, dice ella, “”Pero tampoco puedo moverme”.

Ella queda inconsciente. Cuando vuelve en sí, la voz ha desaparecido.

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Ella está totalmente sola, en esa estrecha y oscura tumba, debajo de 700 toneladas de concreto y acero.

El concepto de purgatorio es desconocido para la mayoría de los habitantes de Bangladesh, pero el relato de Reshma acerca de los 17 angustiantes días que pasó sepultada bajo tierra, en total oscuridad , mientras las voces que escuchaba a su alrededor se desvanecían, conforme los sofocantes días se volvían húmedas noches y se preguntaba si seguía en este mundo, cumple con los requisitos.

“Me arrastraba, me cansaba y me quedaba dormida. Despertaba y me arrastraba de nuevo”, relata Reshma con voz apenas audible durante su entrevista con CNN. Fue una de las primeras entrevistas que concedió desde que los rescatistas la sacaron con vida la semana pasada de entre los escombros de un edificio que se derrumbó.

“Le dije a Dios: 'Llévame, si esa es tu voluntad. Si no, sálvame, pero no me dejes aquí así'”, recuerda. 

Reshma, la quinta hija de su madre de nombre Zubaida, siempre mostró un carácter independiente.

Cuando era pequeña, prefería rodar un neumático por la calle con los niños que vestir muñecas con las niñas. Durante su adolescencia, sorprendió a su familia al casarse con un hombre varios años mayor que ella.

Estaba enamorada, les dijo, y el amor no tiene límites. “Lo aceptamos”, dijo Zubaida. “Pero no era bueno con ella”. Él le dijo que su familia no le había dado una dote adecuada. La amenazaba con tomar otra esposa. Su madre dijo que “la torturaba”.

“Le dimos todo lo que pudimos”, dijo. “Pero no era suficiente”. En junio de 2010, la pareja se mudó de Dinjapur a Dacca, el lugar al que los desposeídos se dirigían para cambiar su suerte.

Su esposo, que era trabajador textil, persuadió a Reshma de incorporarse a la fabricación de ropa. La paga era buena. Él se burlaba y decía a Reshma que con su sueldo compensaría lo que sus padres no le habían dado, dijo Zubaida. En enero, él desapareció.

Incapaz de pagar la renta por sí sola, Reshma se mudó a una pequeña habitación en una casa aledaña a la parada de autobuses del bazar Savar, que alguna vez fue un trozo de tierra agrícola subdesarrollada a las afueras de Dacca; había crecido hasta volverse un barrio caótico y lleno de baches, en donde se ubica un desproporcionado porcentaje de las 4,500 fábricas de ropa del país.

Reshma pronto encontró empleo en el Rana Plaza, un colosal edificio de nueve pisos que abarcaba toda una manzana y que albergaba tiendas, un banco y cinco fábricas de ropa.

Los 60 dólares que ganaba al mes representaban el doble de lo que el trabajador textil promedio gana en Bangladesh . No obstante, la pérdida del ingreso adicional de su esposo implicaba que apenas podía sobrevivir.

“Tengo que hallar la forma de cortar esto”, piensa Reshma.

Su largo cabello negro está atrapado debajo de una losa de concreto. Cada vez que trata de moverse, se arranca grandes mechones de cabello.

A tientas, busca alguna herramienta en la oscuridad. Unas tijeras. Toma un trozo de cabello y corta. Ahora está libre para explorar a gatas en este capullo lleno de polvo.

Cuando surgieron las primeras grietas en los muros exteriores del Rana Plaza, la noticia se esparció entre los trabajadores en un rumor veloz.

El edificio se construyó sin los permisos adecuados en un terreno que solía ser un estanque, dicen los funcionarios. Los débiles cimientos se vieron aún más amenazados cuando el dueño agregó cuatro pisos más a la que alguna vez fue una estructura de cinco niveles.

Los generadores rugían en el cuarto piso, a veces tan ruidosamente, que los trabajadores decían que podían sentir la vibración en la estructura.

Sin embargo todo esto se dio a conocer después del que el Rana Plaza colapsara el 24 de abril. Luego de que cobrara la vida de más de 1,100 personas.

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