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El exilio español en México: una "excursión" que lleva más de 75 años

Miles de españoles llegaron en México refugiándose de la Guerra Civil y dejaron un país que ya no volvió a ser la república que conocieron
jue 10 julio 2014 06:30 AM

Hace más de 75 años dejaron atrás la vida que conocían. Algunos pensaron que era por unos meses, que regresarían al país que nacieron, con sus seres queridos, pero no sucedió. Se quedaron en una nueva nación, que los acogió en los momentos más complicados. Ellos son los exiliados españoles en México.

Miles de hombres, mujeres y niños llegaron desde 1937 y los siguientes años a México refugiándose de la Guerra Civil española (1936-1939) y la posterior dictadura del general Francisco Franco y las fuerzas fascistas.

Los primeros 18 españoles llegaron a Veracruz a bordo del barco Leerdan; 42 más en el Iberiak, 994 en el Ipanema y 1,599 en el Sinaia, uno de los desembarcos más emblemáticos. Los primeros 20 barcos trajeron a más de 9,000 personas —que llegaron a Veracruz y Tamaulipas— que buscaban dejar atrás una cruenta Guerra Civil.

“Nunca se me olvidará la llegada, miles de gentes con pancartas: ‘Bienvenidos, hermanos republicanos. Viva España, Viva México’. Un recibimiento apoteósico. Fue algo motivante, de abrazos, muchachas, y besos, y gente, y sonrisas, y lágrimas. Eso es indescriptible”, dijo Manuel Gaya, quien llegó en el barco Mexique con otros 2,066 españoles.

Las palabras de Gaya, un catalán que falleció en México el año pasado enmarcan una exposición inaugurada el 2 de julio en el Museo de la Ciudad de México con motivo de los 75 años del exilio español en la capital mexicana

Aunque muchos ya han fallecido, los que llegaron más pequeños ahora sobrepasan los 80 años, y un suceso tan determinante para sus vidas, como huir de su patria, lo tienen bien grabado. Tres de ellos contaron su historia a CNNMéxico.

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Una excursión… de décadas

La historia de Juan Llop es una similar a la que vivieron en 1937 los 456 niños españoles que llegaron en el barco Mexique, cuando tuvieron que aprender a adaptarse a todo.

Él vivía en Barcelona, ciudad que ya estaba bajo los bombardeos y el fuego entre republicanos y el bando del general Franco. Ya era difícil salir de casa, no había escuela y se escuchaban los estruendos. “Se asustaba uno, pero no sabíamos qué hacer. Me agarraban los hermanos y, órale, a los refugios, donde la metralla no llegara”, recuerda Llop, en entrevista telefónica.

Su padre, quien trabajaba en una imprenta lejos de casa y tenía que dejar a sus hijos, decidió que era mejor enviarlos a México, tras la creación de un comité que se creó para ayudar a los niños del conflicto.

Partieron del puerto francés de Burdeos hacia La Habana, y después a Veracruz. Un viaje de 14 días que en ese momento creyeron que era una excursión “de algunos meses”, hasta divertida para lo que vivían entonces en España.

“Muchos de los muchachos lo tomaban como vacaciones, era una novedad, nos daban bastante bien de comer en el barco, cosa que en España era un poco difícil, ya había muchas restricciones”, recuerda Llop, quien ya tiene 80 años.

“Quizás los mayorcitos ya tenían idea de lo que estaba pasando. Pero (para) la mayor parte simplemente era como vacaciones. Jugar en el barco, correr, tratar de esconderse, meterse a los barcos salvavidas donde había galletas y había leche condensada.”

Ya en México fueron recibidos por el presidente Lázaro Cárdenas, quien promovía entonces la protección a los exiliados que salían de España hacia varios países de Europa y América.

Llop y los demás niños viajaron a Morelia, ciudad en la que adoptarían el nombre “los niños de Morelia”. Llegaron a un viejo convento habilitado como internado en el que hombres y mujeres, separados, seguían en lo que para ellos era una excursión.

“Era una estancia normal, con los hermanos cerca y los amigos, y uno viviendo como un internado cualquiera. Yo creo que todo el mundo se acomoda a un internado. Estábamos bien, comíamos, íbamos a clase”, recuerda.

Algunos niños extrañaban la comida, como “las tortillas de patata y el chorizo y cosas que en el internado no nos daban”, pero los más pequeños se adaptaban a esos días, que se convirtieron en semanas, luego en meses, en que poco sabían de sus padres.

“Llegaban algunas cartas, tachadas, porque estaban censuradas. Las abrían (en España) todas y les tachaban lo que creían ellos que era perjudicial. Tardaban mucho en llegar, ya estaba la Guerra Civil, y era un problema”, explica.

En ese momento fue cuando esa aventura infantil se tornó complicada, pues muchos de los que pensaban que venían un verano ya no sabían qué hacer. Y Llop se quedó solo en Morelia, pues el hermano mayor con el que llegó se fue a Estados Unidos, lo que hizo todo “muy difícil”.

“Cuando yo escribía a España, diciéndoles a mis hermanos que yo me iba para allá, ellos me dijeron que no, que definitivamente me quedara aquí porque la situación estaba bastante peor. Yo quedándome aquí solo, ¿qué hacía?”, explica Llop.

Desde entonces tuvo que hacerse su propio futuro, apoyado por las personas “que siempre le echan la mano a uno”. Españoles y mexicanos con los que estudió y siguió el oficio de la imprenta, como su padre.

Los Ruiz-Funes

El destacado penalista Mariano Ruiz-Funes fue ministro de Justicia y de Agricultura en la Segunda República española. También fue embajador en Polonia y Bélgica.

Vivía con su esposa y sus tres hijas en la embajada en Amberes cuando estalló la Guerra Civil, lo cual cambió la vida de él, de su esposa y de sus dos hijas. Una de ellas era Carmen Ruiz-Funes, quien entonces tenía 13 años.

Con sus ahorros, pudo conseguir un viaje hacia Nueva York y después a México, donde pasaron a “una vida más modesta” de la que nunca se quejaron, recuerda a sus 87 años, pues sus padres eran idealistas de la Segunda República, algo a lo que el exilio no les hizo declinar nunca.

“Nuestros padres siempre fueron muy positivos en relación con nosotros. Nunca nos amargaron la vida. Trataron de que fuera muy positiva, nos inculcaron ideas muy positivas. Fuimos muy felices”, recuerda Carmen Ruiz-Funes, quien tuvo que trabajar y estudiar al mismo tiempo.

Su padre rehizo su vida en la academia, pues en México no tenía forma de comprobar que era un abogado muy reconocido en Europa, como le ocurrió a muchos españoles. Instituciones como el Colegio de México se enriquecieron con la experiencia de decenas de ellos.

Luego de estudiar, obtener un trabajo, casarse y formar una familia, Carmen regresó en 1969 por primera vez a una España que ya le era un lugar extraño. “Le dije a mis hijos: ‘acuérdense que nosotros somos mexicanos, nosotros no somos españoles’. Porque yo quería mantener cierta distancia con la España que iba a encontrarme”, recuerda.

“Tenía guardado lo horrible que fue la Guerra Civil, la gente que mataba Franco, la dictadura que había en España. Y la España que podía haber sido si en verdad hubiera seguido la República”, explica.

Hoy su familia en México alcanza los 60 integrantes, y lo que fue un exilio que le hizo perder cierta comodidad a su familia, nunca lo ha considerado como un suceso negativo.

“Cerrar el círculo”

“Extrañábamos a México. Ese era el fondo de la cuestión. Estando en ‘ese, nuestro país’, extrañábamos al que nos habían dicho que no era más que un país de paso, y en el cual habíamos hecho toda la vida.”

Esas son las palabras que Ramiro Ruiz usa para definir “una sensación de que había que cerrar el círculo” con la que fueron educados los niños españoles traídos en exilio a México, e incluso la primera generación nacida en el país.

Ramiro Ruiz también vivía en Barcelona, también con los bombardeos en sus oídos en el inicio de la Guerra Civil. Su padre, un marinero de la Transatlántica Española, la línea de barcos que cruzaban a América, había llegado a México defendiendo uno de sus barcos frente a los franquistas.

La familia deseaba reunirse en México, como tantas otras y emprendió el viaje desde Francia. “La pasamos mal. Fueron 14 días de mareo constante, vómito, náuseas, y nos daban a comer una carne horripilante, cocida, que decían que era roast beef, y desde entonces no he vuelto a comerlo”, recuerda.

A través de La Habana, llegó a México, donde vivía a bordo del barco que defendía su padre con otros republicanos españoles en la bahía de Veracruz. Después su padre pudo conseguir varios trabajos como radiotelegrafista por el país, lo que le dio a Ramiro y a su hermana una infancia muy mexicana.

“Éramos los niños más mexicanos que podía haber. Bailábamos el jarabe tapatío al final del año escolar, nos vestíamos de charros. Me fui haciendo más español cuando llegamos a la Ciudad de México, y fuimos a un colegio de refugiados. Pero en la infancia no”, explica.

En la Ciudad de México estaba lo que llama “el exilio organizado”, los miles de españoles que formaban sus círculos en una especie de “gueto” que mantenía muy viva la idea de la Segunda República y ese exilio que todos pensaban que era temporal.

En la capital del país estudió su carrera de médico a la par que trabajaba, porque no había dinero para darse una vida sobrada. Formó su familia con una hija de refugiados españoles.

En 1977, con el regreso de la democracia y el fin del franquismo, regresó con su esposa a Madrid para intentar restablecerse. Pero fue cuando se dio cuenta, como muchos otros españoles, que “cerrar el círculo” solo era una idea de tiempos ya pasados.

“Ya no era mi país, ni era el que me habían contado mis padres. Encontraba cosas con las que sí me sentía muy identificado y otras con las que no, y finalmente llegamos a la conclusión de que nuestro país era México y nos regresamos acá”, recuerda.

¿El exilio es solo recuerdo?

A 75 años de la llegada de los exiliados españoles a México, ¿sigue vivo el espíritu de los republicanos?

Para la doctora Clara Lida, investigadora del Colegio de México, el exilio de sus compatriotas a varios países, entre ellos México, está “subsumido en el olvido” que comenzó con la represión y la descalificación durante la época de Franco.

“Y después, con la restauración de la democracia —entre 1975 y 1978—, ha vuelto a ser un tema, pero marginal a la realidad, al Estado español y a la recuperación de lo que significó la Guerra Civil y la destrucción de un régimen legalmente constituido, con el exilio de cientos de miles de españoles”, afirma Lida.

A pesar de que en España existe una Ley de la Memoria Histórica (2007), Lida dice que el Estado español ha sostenido la idea de “presentar a la República y a la Guerra Civil como consecuencia de una república desordenada, y crear miedo entre los sectores españoles”.

“Los descendientes de los exiliados se integraron como mexicanos al país, tanto quienes llegaron como jovencitos, o quienes ya nacieron en México, son parte de la comunidad mexicana, pero no dejan de tener presente la historia de sus padres o de sus abuelos”, opina la investigadora del Colegio de México, una institución académica que surgió como un espacio que acogió a muchas mentes destacadas del exilio español.

¿Aún queda impulso republicano? La investigadora cree que los jóvenes son la clave.

“Hay generaciones jóvenes en España que no vivieron la Guerra, que no vivieron ni si quiera el franquismo, y que tienen una visión más moderna de lo que es el mundo político, de lo que es el mundo internacional, de lo que es el costoso mantenimiento de una monarquía en momentos de crisis”, afirma Lida.

En el Museo de la Ciudad de México hay una carta en la que algunos españoles exiliados han colocado mensajes sobre lo que vivieron hace 75 años. En el centro de uno de ellos se lee la frase:

“Muchas gracias México por la bienvenida a tantas familias españolas”.

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