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La muerte celebra una de sus más grandes fiestas en el lago de Pátzcuaro

Día y noche, los vivos se apoderan de islas y cementerios de las comunidades aledañas al lago de Michoacán para celebrar con los muertos
sáb 03 noviembre 2012 02:49 PM

El lago de Pátzcuaro se cubre de olor a muerte a la mexicana el 1 y 2 de noviembre. Los aromas de flores de cempasúchil, copal, ponche, comida típica y cerveza rodean las orillas del lago, ubicado en el centro de Michoacán.

Decenas de lanchas parten del muelle, una tras otra, desde el atardecer y durante toda la noche hacia Janitzio, una de las tres islas en el lago de Pátzcuaro. Cientos de visitantes recorren 20 minutos en lancha para recordar y festejar a los muertos que no son suyos.

Janitzio se erige, como una montaña de luz sobre el lago. Sus habitantes preparan bailes, música y comida especial para pasar en vela toda la noche del Día de Muertos.

En la cúspide de la isla, una construcción se impone sobre la comunidad: un monumento a José María Morelos alumbra a los que suben cientos de escalones empinados para tener la mejor vista de los poblados que rodean el lago.

En la explanada del monumento, la fiesta es ruidosa y está repleta de comida y alcohol. Casi todos los visitantes son jóvenes dispuestos a permanecer ahí hasta el amanecer, como dicta la tradición.

Algunos bailan al ritmo de la música que contratan de grupos musicales o que ellos mismos tocan; otros, suben a las bardas de los miradores o se sientan en los alrededores.

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Desde un altavoz, un hombre pide no usar el mirador dentro del monumento para hacer desorden, mientras decenas de personas esperan en una larga fila para subir. Alrededor, hay quienes dormitan envueltos en cobijas escapando del aire frío.

Sobre los jardines y cerca de los muros los jóvenes montan casas de campaña. Junto a las paredes de la estatua hay decenas de botellas de alcohol vacías. Pasada la medianoche, las familias con niños han dejado la explanada y la entrada se complica. Decenas de personas se atiborran en las angostas puertas mientras esperan unirse a la fiesta.

Los escalones inclinados y angostos que llevan al monumento están rodeados por puestos y negocios de comida típica. Ríos de gente pasan bulliciosos frente a negociantes que ofrecen charales, pez blanco, frituras y cócteles preparados con aguardiente y cerveza en tarros de barro con formas de calaveras. Todo está decorado con velas, papel picado, esqueletos, flores de cempasúchil y máscaras.

En medio de la isla, el camino se desvía hacia el cementerio. Los visitantes pasean entre las tumbas decoradas con ofrendas. El ambiente cambia: pocas personas hablan, nadie come y nadie toma.

Los familiares pasan la noche en vela en el cementerio cuidando los restos de sus difuntos ignorando a quienes los fotografían. De vez en cuando las campanas de la iglesia rompen con el silencio.

La región purépecha de Michoacán se adjudica las fiestas más grandes y populares del país en honor a los muertos. En todas las comunidades, los cementerios se cubren de luz y color.

Según la tradición, el 1 de noviembre se celebra el día de Todos los Santos, cuando las almas de quienes han muerto visitan a sus seres queridos en el mundo terrenal.

Con días de anticipación, los familiares de los fallecidos limpian y decoran las tumbas con flores, comida, fruta y objetos que gustaban al difunto. El 2 de noviembre se recuerda a los niños o Santos Inocentes, a sus ofrendas se agregan juguetes y dulces.

En la orilla de la isla, los habitantes de Janitzio montan un escenario para interpretar bailes y música típica. El público ve de frente, desde sus asientos, el lago de Pátzcuaro a donde los mariposeros reman a la medianoche alumbrados por velas para demostrar sus habilidades de pesca. Ellos lanzan sus redes en forma de alas de mariposa y crean círculos para rodear bancos de peces blancos.

En tierra firme, todos los cementerios se alumbran con velas y son rodeados por pequeños grupos musicales, puestos de comida y de ropa para el frío. La comunidad entera se prepara para atender a los miles de visitantes que ocupan en su totalidad la oferta hotelera. Ninguna de sus calles empedradas con casas de techos de teja pasa por alto a la muerte.

La oficina de Cultura local ha convertido la celebración de Día de Muertos en un encuentro artístico que comparte espacio con los rituales nacidos de la combinación de tradiciones prehispánicas y católicas. Las plazas principales se convierten en sede de exhibición de artesanías regionales, muchas de ellas decorada con cráneos, huesos y diablos.

De día, la exposición de enormes ofrendas y los concursos de personificación de catrinas se mezclan con exposiciones de teatro, danza contemporánea y proyecciones de algunas de las películas del Festival Internacional de Cine de Morelia, que este año coincidió con los festejos.

Rompiendo con su rutina, Pátzcuaro pasa las noches en vela durante dos días. Los rostros de comerciantes, meseros, policías y hoteleros lucen cansados. Con dos días de fiesta eterna, de vaivenes de lanchas y cócteles de bebidas alcohólicas tradicionales, la mañana del 3 de noviembre luce tranquila, las calles desiertas. El viento se lleva los esqueletos de papel y las flores que brillaron durante las noches.

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