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Cómo el TARP golpeó a los bancos

Las grandes firmas fueron rescatadas por el Gobierno de EU de una crisis que ellas propiciaron; pero las presiones políticas y populares han provocado rencores entre los bancos y el Gobierno.
mar 23 junio 2009 06:00 AM
JP Morgan reembolsó el total de 25,000 mdd de ayuda estatal que recibió del Programa de Alivio de Activos en Problemas. (Foto: Reuters)
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La incursión más dramática de Washington al sector financiero nacional desde la Gran Depresión empezó el 13 de octubre, con un acrónimo incorrecto, una tribu involuntaria de directores ejecutivos y un equipo de autoridades del Departamento del Tesoro confundidos.

Se acercaba la desgracia: "Ni siquiera sé cuáles son esas nueve compañías, ¿tú sí?", dijo Michele Davis, secretario adjunto de relaciones publicas, en un correo enviado la mañana de ese histórico lunes. "Ni idea, déjame conseguir la lista", le respondió el director de personal de la Secretaría del Tesoro, Jim Wilkinson.

La lista incluía nombres de nueve compañías que Henry Paulson y Tim Geithner consideraban eran las empresas que encabezaban el grupo de bancos que recibirían inyecciones de capital como protección contra el pánico financiero.

Paulson había pasado la mañana del domingo llamando a los directores ejecutivos de esas compañías para citarlos el día siguiente en Washington, y para el lunes, ninguno sabía de lo que trataría la reunión. En un correo extraído por el grupo conservador Judicial Watch gracias a la ley de Libertad de Información, los ayudantes del director ejecutivo de Citigroup, Vikram Pandit, sugirieron enviar a alguien en su lugar: "Si esta es sólo una reunión de industriales, no creo que Pandit pueda ir a Washington; si se trata de algo más, dígannos", fueron las palabras del vicepresidente de Citigroup, Lewis Kaden.

La Secretaría del Tesoro quería mantener el elemento sorpresa, diciendo que los ejecutivos irían sólo para ajustar detalles de los 700,000 millones de dólares que conformaban el plan de rescate que el Congreso había aprobado días antes.

Para entonces, todos sabían que el plan de rescate, bajo el acrónimo de TARP (Programa de Alivio para Activos en Problemas, por sus siglas en inglés) y su aprobación por parte del Congreso implicaban un asunto serio, pues el mercado de acciones se estaba derrumbando. Cuando por fin aprobaron el TARP, se suponía que ayudaría a reavivar los mercados crediticios agonizantes mediante un despliegue del dinero de los contribuyentes para ayudar a los bancos a deshacerse de los activos tóxicos que afectaban sus cuentas.

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Aún así, el Gobierno cambió de opinión; en esta dramática junta del lunes, el TARP se convirtió en algo completamente diferente: un programa más directo por medio del cual la Secretaría del Tesoro inyectaría capital fresco al sistema a través de la compra de acciones preferenciales de bancos individuales. En los meses siguientes, el TARP siguió cambiando, sobre todo en cuanto a las percepciones políticas que provocaba. Se volvió un nuevo riesgo para los más de 500 bancos, casas de ahorro y otras instituciones financieras que se habían apuntado en este asunto.

Pandit y otros ocho titanes del tembloroso mundo financiero se reunieron esa tarde, incluyendo a Jamie Dimon de JPMorgan Chase , a Ken Lewis de Bank of America , a Richard Kovacevich de Wells Fargo y a John Mack de Morgan Stanley. Mientras todos entraban a la reunión, el equipo de la Secretaría del Tesoro se las ingeniaba para mantener a la prensa al margen, pero para ese punto, todo el mundo financiero los estaba observando. "Hay Cámaras en la puerta", se leyó en un correo, debido al cual se tomó la decisión de acordonar a los medios en el parque Lafayette, del otro lado de la calle. Desde ahí se tomaron fotos de banqueros que salieron de la junta con 125,000 millones de dólares más de como habían entrado.

Dentro del Departamento del Tesoro, algunos de los banqueros obstaculizaron la oferta de Paulson, pero él no aceptaría una respuesta negativa: "no creemos que sea defendible salirse, porque al hacerlo los dejaríamos expuestos y vulnerables", dijo. A las cuatro de la tarde, sólo una hora después de que empezara la reunión, Wilkinson envió un correo para poner al tanto a la Casa Blanca: "todos estamos de acuerdo menos uno, esto se va a lograr". El Departamento del Tesoro había instalado oficinas personales para que los banqueros llamaran a los miembros de sus juntas y otros colegas sin tener que salir del edificio. Casi a las seis y media, los nueve ejecutivos ya habían garabateado sus firmas en hojas membreteadas de la Secretaría del Tesoro, en las que se especificaban las cantidades (decenas de miles de millones de dólares) que se les había pedido que aceptaran. "Ahora ya estamos todos", escribió Wilkinson. Al día siguiente, la Secretaría del Tesoro lanzó un comunicado declarando que "estas instituciones sanas habían aceptado participar voluntariamente".

¿El programa de rescate era necesario? Podemos asumir que esas firmas ayudaron a prevenir un colapso económico más grave. Algunos bancos, sobre todo Citigroup, no estarían vivos de no haber sido por el financiamiento del TARP , aunque para aquellos que tenían alternativa (o creyeron que la tenían), el haber tomado la decisión de aceptar dinero de los contribuyentes tuvo repercusiones en su reputación. Asimismo, la imagen que tenían de los políticos de Washington, sobre todo de los del Congreso, cambió drásticamente.

Los bancos a los que se les permitió abandonar el TARP lo están haciendo, tras ocho meses dentro del programa que estaba diseñado a inyectar capital durante tres años. El 17 de junio, diez bancos importantes de Estados Unidos, incluyendo a cinco de los nueve originales, anunciaron que ya habían pagado un total de 68,000 millones de dólares del financiamiento de las fianzas, seguido de un pago de 2,000 millones de dólares por parte de bancos más pequeños. La prisa por salir de algunos bancos relativamente sanos significa que el TARP está por convertirse en lo que la Secretaría del Tesoro insistía que no era: asistencia gubernamental, un rescate de instituciones fallidas financiado por los contribuyentes.

No se puede esperar que los contribuyentes simpaticen con las quejas del sector que absorbió cientos de miles de millones de dólares, aunque vale la pena entender sus motivos, pues han salido de la deuda e medio de las críticas. Esta historia explora el punto de vista de las desprestigiadas partes que participan en la parte final del experimento histórico de la intervención gubernamental, una de muchas que ocurrirán en los próximos años. Los ejecutivos bancarios dicen que esto es lo que han aprendido:

  • Firmar un acuerdo con la Secretaría del Tesoro no es haberlo concluido: si hay dinero de los contribuyentes en riesgo, el Congreso tendrá algo que decir al respecto, y ese algo debe apegarse a la ley.
  • El populismo no es bueno para el negocio, pero es el sentimiento predominante del Congreso, el cual fue alimentado por un ciclo permanente que acrecentaba el coraje. La Cámara aprobó un impuesto de 90% en bonos, el cual murió cuando los titulares habían pasado a otro tema.
  • Las buenas intenciones no controlan el mensaje: el sitio Web de la Secretaría del Tesoro insiste en que la inyección de capital del TARP no es una finaza, pero dadas las reacciones violentas contra Wall Street, el TARP pasó de ser un asunto aprobado a lo que el CEO de JPMorgan, Jamie Dimon, llamó "la letra escarlata".
  • Los lazos no siempre son obvios durante la crisis pero surgen como desventajas en un ambiente competitivo normal.
  • Lo que empieza como "todos para uno", termina como con cada uno persiguiendo sus propios intereses: el Departamento del Tesoro presumió que los primeros nueve bancos actuaron al principio como un equipo, pero esto no duró.

La experiencia le ha recordado a los líderes de negocios por qué el gobierno es visto como la última alternativa de rescate. A medida que pagan el dinero del TARP, los ejecutivos de instituciones estables dicen que nunca se volverán a ver atados por un Washington veleidoso ni por un Congreso vengativo. En una situación normal, esto sólo habría sido una señal del escepticismo de un mercado saludable y libre hacia el gobierno. Pero esta no es una situación normal: la administración de Obama necesita la participación del sector privado: que los bancos saludables presten más, que los inversionistas compren activos líquidos para quitarles un peso a los prestamistas. ¿Qué pasará si hay otra crisis y el sector privado no confía en el gobierno? Hay rencores por todos lados.

Cuatro meses después de haber firmado las hojas con los términos de Paulson, los directores ejecutivos de los mismos nueve bancos fueron arrastrados a un comité de la Cámara para que un legislador los ridiculizara llamándolos "reyes del universo", y para que otro les dijera: "ya nadie confía en ustedes". En pocos días, las instituciones financieras que fueron convencidas para aceptar el dinero de los contribuyentes bajo una serie de reglas impuestas por la Secretaría del Tesoro, ahora tendrían que atenerse a las reglas del Congreso. Se les humilló para que cancelaran eventos corporativos, pues eran "festines despilfarradores" según los políticos. ¿Quién se vio más afectado? Tal vez los trabajadores de la industria turística. Los clientes llamaron a sus banqueros para reclamarles su abandono y exigían prórrogas en hipotecas y tarjetas bancarias. "Se creía que este dinero era un regalo", como dijo el director ejecutivo de Wells Fargo, John Stumpf, "pero no era una fianza, y nunca la pedimos".

Ahora los ejecutivos se refieren al "riesgo de reputación" como la participación en los programas de financiamiento gubernamental, mientras que Geithner teme que el estigma asociado con el financiamiento del TARP prevenga que el capital necesario se vuelva parte del suministro prestatario. Según un estudio del banco de inversión Piper Jaffray, las acciones de los bancos que aceptaron financiamiento del TARP están sufriendo, a diferencia de los que no lo hicieron. "La percepción del público, de los inversionistas y del gobierno con respecto a los recipientes es negativa". Entre los bancos estables existe un "reconocimiento de que participar en un programa gubernamental subsidiado no es necesariamente una buena alternativa", dijo el ex senador John Sununu, miembro del panel de vigilancia del TARP del Congreso.

En la saga del TARP, los ejecutivos enlistan sus quejas: Dimon, de JPMorgan Chase, dice que su fuerza de trabajo es de cerca de 225,000 personas y ha llamado a las restricciones de contratación de personal extranjero "una desgracia profunda y total". Cada ejecutivo entrevistado se quejó de que los límites salariales que impuso el Congreso estaban ahuyentando a los grandes talentos. Pero sobre todo se quejan de las inyecciones impredecibles del Congreso en sus operaciones. "Quien entre al TARP saldrá perjudicado", como dijo Kovacevich a Fortune. "¿Éstas son buenas políticas?, ¿algo de esto tiene sentido?". Tom Geisel, director ejecutivo de Sun Bancorp (activos: 3,600 millones de dólares) dice que no estaba preparado para cambiar los términos del acuerdo: "cuado firmamos el contrato, el mayor riesgo era no saber lo que no sabíamos. El gobierno fue un socio que podía hacer lo que quisiera y eso no es una sociedad; nunca había firmado un documento como ese en mi vida, y nunca lo volveré a hacer".

El Departamento del Tesoro, que legalmente está autorizado a cambiar los términos del TARP por su propia voluntad, no fue la principal fuente del problema, fue el Congreso. Al imponer nuevas reglas en compensación por los fuertes rumores de nacionalización de los bancos, la confusión en Washington levantó incertidumbres en el sector financiero, y esto no ayudó en los esfuerzos de recuperación. "Las instituciones necesitan conocer las reglas, y éstas siguen cambiando", como dijo el ex director de personal de la Secretaría del Tesoro, Wilkinson.

El TARP comenzó como un documento de tres páginas en septiembre, durante la peor semana de la crisis financiera. Al mes siguiente, tras las críticas de que el plan de activos tóxicos debería remplazarse con una campaña de inyección de capital similar al enfoque británico, Paulson tuvo una nueva idea. Una vez que la adoptó, la Secretaría del Tesoro se dispuso a ponerla en curso. "Tal vez nos equivocamos al querer meter mucho capital al sistema en vez de poco", dijo Neel Kashkari, autoridad del Departamento del Tesoro, quien manejó el programa hasta mayo. Este fue un esfuerzo por llevar a un lugar seguro a todo el sistema financiero, no a bancos individuales. Stump enfatizó que "había una sensación de que todos estábamos juntos en esto". Aún así, los resultados de las pruebas de estrés de esta primavera sugieren que al menos algunos de los bancos más importantes sí necesitaban el dinero del gobierno. Wells Fargo y Bank of America estaban entre los diez bancos que debían recaudar mayor capital privado, así como Citigroup, quien cedió más de un tercio de su participación al gobierno, volviéndose un pupilo virtual del estado.

Otros bancos tuvieron más opciones, aunque también contemplaron el préstamo y enfrentaban pérdidas y miedos con respecto a su financiamiento. American Express y CIT Group se convirtieron en instituciones de depósito para calificar para el TARP. Los bancos comunitarios armaron toda una campaña para que se les incluyera. "Tal vez el correo perdió mi invitación", como dijo en tono de broma Camden Fine, director ejecutivo de la Asociación de la Comunidad de Banqueros Independientes (Independent Community Bankers Association) a una autoridad de la Secretaría del Tesoro refiriéndose a la reunión del 13 de octubre. En enero, cientos de bancos, casas de ahorro y otras instituciones financieras ya estaban en el sistema de la Secretaría del Tesoro, quien dijo que sólo los bancos sanos debían hacer la solicitud. Aprobaron las solicitudes rápidamente, a pesar del dividendo del 5% anual de sus acciones preferenciales, que aumentará a 9% si no se paga en cinco años.

Los legisladores de ambos partidos tenían sus propias preocupaciones sobre los préstamos, sobre los cambios repentinos de dirección de Paulson y sobre la baja participación del Congreso antes de todo lo ocurrido. "Era como estarse quemando: no nos daban ninguna alternativa", como dijo el republicano Scott Garrett.

El evento que despertó al monstruo populista (y cambió para siempre la opinión pública con respecto al TARP) llegó días después de la entrada del nuevo presidente, cuya campaña iba en contra de la avaricia del Wall Street.

El 29 de enero, en contralor de Nueva York, Thomas DiNapoli, señaló que los bonos de 2008 había caído 44% con respecto al año previo. Lo que llamó la atención de todos es que esto representó 18,400 millones de dólares, aún cuando las compañías colapsaban por sus malas apuestas.   Obama condenó los bonos como "penosos" e "irresponsables". Los legisladores tomaron el tema, provocaron encabezados y aprobaron una enmienda al estímulo de 2009 para imponer nuevas reglas de compensación a los ejecutivos afiliados al TARP. 

Los directivos de los nueve bancos fueron llamados en 11 de febrero ante el Comité de de Servicios Financieros de la Cámara, donde los legisladores pidieron cuentas del dinero de los contribuyentes que habían aceptado. Los nueve hombres fueron atacados con comentarios sarcásticos por parte del republicano Michael Capuano: "básicamente vinieron a vernos en sus bicis, después de comprar galletitas y hacer labor social para decirnos que perdón, que no era su intención, que no lo van a volver a hacer, confíen en nosotros". Claro que algunos banqueros no han ayudado a su imagen pública, al continuar sus viajes lujosos, habiendo aceptado dinero del TARP, como divulgó el Wall Street Journal.

La participación de los bancos sanos en el TARPdecayó al ver los costos políticos. Esta caída se aceleró semanas más tarde, cuando AIG informó sus planes de pagar a sus ejecutivos 165 millones de dólares en pagos retenidos, y la Cámara respondió con una confiscación del 90% en bonos sobre impuestos.

Ocho bancos abandonaron su solicitud para entrar al TARP después de haber sido aprobados. Otros, como Geisel's Sun Bancorp, empezaron a regresar en dinero en marzo y abril. En su caso, Geisel fue persuadido por los reguladores para que adquiriera bancos más débiles, pero el Congreso intervino alegando que "lo grande es malo", y amenazó con reconstruir el programa para agregar algunas restricciones a las adquisiciones.

Cuando los principales banqueros se reunieron con Obama en la Casa Blanca, Dimon, de JPMorgan le presentó a Geithner un cheque falso de 25,000 millones de dólares, el total de la inversión del TARP en su banco. Geithner no aceptó el regalo, y Obama tampoco aceptó sus protestas. "Tengan cuidado en cómo hacen sus declaraciones, caballeros, al público no le gusta; y la furia es real", como dijo Obama según Politico.

No cabe duda por qué estaba preocupada la Casa Blanca. El estigma del TARP comenzaba a afectar otros esfuerzos de rescate de la administración. Los analistas culpan al TALF (siglas en inglés del programa Facilidad de Préstamos de Valores a Término Respaldados por Activos) , el cual fue diseñado para reforzar préstamos estudiantiles, automotrices y de tarjetas de crédito. Otro programa que no ha despegado es el Programa Público Privado de Inversiones (PPIP, por sus siglas en inglés).

La lección para Wall Street fue clara: obtener ganancias de un programa subsidiado por el Gobierno es una pesadilla política. ¿El TARP ha hecho su trabajo? "Fue una de las apropiaciones más grandes del Gobierno en la historia", dijo Thomas Chen, director ejecutivo de Piper Jaffray.

"Siete meses más tarde estamos dejando que este capital regrese alegando que el problema está resuelto, así que hay que preguntarnos si se arregló el problema o si era necesario en primer lugar". Thomas Nides, de Morgan Stanley dijo que el concepto original pretendía salvarnos de caer por la borda, mandar un mensaje claro de que el gobierno no dejaría que el sistema colapsara, y por eso los felicita.

El equipo de Paulson acepta que la Secretaría del Tesoro se debió comunicar mejor con el Congreso a medida que crecía el programa, incluyendo a los legisladores con el mismo mensaje que le llegó a los nueve directores ejecutivos ese lunes por la tarde. "Estamos intentando obtener la voluntad política para prevenir el colapso del sistema financiero, pero nuestro sistema político funciona mejor cuando arregla sus errores que cuando los previene", como dijo Kashkari.

La administración de Obama insiste en que la crisis ha demostrado la necesidad de mayor intervención gubernamental pura. The Forgotten Man, de Amity Shlaes, un libro de moda entre los conservadores esta primavera, dice que la economía en 1930 tardó más de lo que debía en recuperarse por el miedo al compromiso en los mercados.

Es por esto que los veteranos del TARP vuelven una y otra vez en el tiempo, para aclarar la importancia de las reglas claras en los mercados.

La cultura de negocios estadounidense va de la mano con las probabilidades de la vicisitud de la cultura política. Por ahora el Congreso piensa que sabe lo que hace, pero mucha experimentación podría entorpecer la recuperación que los legisladores dicen querer.

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