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Adiós a las concesionarias automotrices

GM y Chrysler quieren reducir sus canales de distribución para recuperar su solvencia; pero el Congreso busca impedirlo, argumentando que los cierres afectarán a muchas comunidades.
jue 23 julio 2009 06:00 AM
Los planes de reestructuración de GM lo obligan a recortar el número de distribuidoras que posee. (Foto: AP)
gm-distribuidores-AP.jpg (Foto: AP)

De los gritos de protesta que emanaron de Washington esta semana, se podría pensar que General Motors y Chrysler eran culpables de matar focas bebé o quizás de ahogar gatitos.

Éste es el poder que tienen las concesionarias estadounidenses para llamar la atención pública, y han encontrado entre los representantes electos algunos oídos que simpatizan.

El problema es si alguna de las dos compañías (que luchan por regresar a su solvencia) puede romper los lazos con algunas de sus concesionarias.

Esta situación le ha dado al Congreso una gran oportunidad de tomar ambos lados; después de haber atacado a las compañías automotrices por no hacerse rentables, ahora las critican por tratar de hacerlo explotando todas sus capacidades.

El esfuerzo es aún más irónico porque las concesionarias han estado tan abajo como los medios noticiosos en materia de confianza pública y respeto. Ahora están envueltas en la bandera estadounidense, alabadas como pilares de sus comunidades y consideradas ejes de la economía nacional.

"Lo que le está pasando a las concesionarias automotrices es una desgracia y es poco ‘americano'", dijo molesto el republicando Steven C. LaTourette, de Ohio. "Destituidos y desesperados, Chrysler y GM no se han comportado nada mejor que adictos ansiosos, queriendo sacrificar lo que sea con tal de conseguir el arreglo de 56,000 millones de dólares".

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Y sólo para mostrar que sus palabras no son huecas, LaTourette corrigió una enmienda para aceptar un gasto para reinstaurar los acuerdos de franquicias de concesionarias mediante la prohibición de un abandono perentorio. Claro que fueron estos mismos acuerdos de franquicias estatales los que por años limitaron a las automotrices, lo que no les permitió usar un proceso más ordenado para poner en forma sus concesionarias.

Es por esto que las concesionarias, dada su presencia nacional (hay una en casi cada distrito congresal) y su influencia financiera, se volvieron otra clase protegida junto con los granjeros y los funcionarios de defensa.

Nadie dice que cerrar cientos de distribuidoras no creará tensión financiera para los concesionarios, sus empleados y las comunidades en que se encuentran.

Las bancarrotas siempre ocasionan que se pase por apuros: los accionistas pierden, los distribuidores reciben centavos en vez de dólares y los acreedores se quedan con nada.

Pero, como dijo el juez de la corte de bancarrotas, Arthur González, el cierre de las concesionarias será necesario si Chrysler, por lo menos, va a sobrevivir. Añadió que "éste es el tipo de decisiones económicas que tienen que tomarse en cada caso de bancarrota".

¿El cierre se pudo haber manejado mejor? Seguro. Los concesionarios que conozco se quejan de que Chrysler fue particularmente "mañoso" al forzarles un inventario antes de que solicitaran la bancarrota, y después los cerró cuando los lotes se estaban llenando de autos sin vender. 

Aún así, como el director ejecutivo de GM, Fritz Henderson, enfatizó durante su testimonio ante el congreso, la red de distribuidores de una GM marginalmente rentable, fuera de forma y vieja, la pone en desventaja competitiva con respecto a las importaciones.

El Departamento del Tesoro estuvo de acuerdo, y resaltó en su plan de viabilidad de GM el 30 de marzo que "las concesionarias que no tienen el mejor desempeño hacen que todo el valor de la marca de GM se rezague y los prospectos de concesionarias que podrían ayudar a incrementar las ventas de GM salgan lastimadas".

Esto no ha detenido las opiniones del senador John D. Rockefeller, quien debería saber algo sobre el capitalismo y cumplir los caprichos de los distribuidores. "No creo que se le deba permitir a las compañías tomar financiamiento de los contribuyentes para pagar sus fianzas y después dejar a los distribuidores locales y a sus clientes valerse por sí mismos. Eso está muy mal".

¿Por qué detenerse con los distribuidores? ¿Por qué no proteger a los empleados despedidos, a los habitantes de comunidades cuyas fábricas cerraron, a los proveedores de suministros y a todos los demás que sufren de desventajas económicas?

Como siempre, el Congreso quiere que se hagan ambas cosas: quiere que GM y Chrysler recuperen su salud para que puedan pagar el dinero federal. Por otro lado, quiere abandonar a los grupos agraviados que más se han quejado, a expensas de las compañías de autos.

Ésta es una combinación tóxica que no inspira ninguna confianza a nuestras mentes reflexivas.

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