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Así se secuestra en Guerrero

Empresarios relatan cómo se hacen negocios en Chilpancingo bajo la sombra de la violencia; tres testimonios en primera persona. Entre ellos el del ex líder de la Canaco, Pioquinto Damián.
mié 17 diciembre 2014 04:00 PM
Guerrero ocupa el primer lugar en asesinatos y organizaciones criminales, y el sexto en secuestros. (Foto: Jesús Almazán / Revista Expansión)
empresario guerrero violencia (Foto: Jesús Almazán / Revista Expansión)

(NOTA DEL EDITOR: Los siguientes son algunos relatos, en primera persona, de algunos empresarios entrevistados por la revista Expansión para su informe especial: El Otro Mexican Moment , edición que circula del 19 de diciembre de 2014 al 15 de enero de 2015).

Con el rostro descubierto, a las puertas del negocio o de la casa y a plena luz del día. Así se secuestra y se extorsiona en Guerrero, la entidad del país con mayor número de homicidios dolosos por habitante, según las cifras de delitos de alto impacto del Sistema Nacional de Seguridad Pública (SNSP), y el cuarto con más secuestros, con una tasa de 2.51 casos por habitante.

Aquí operan 26 grupos criminales, más que en ninguna otra parte del país, de acuerdo con un mapa elaborado por la Procuraduría General de la República.

El jueves 11 de noviembre, el secretario de Educación de Guerrero informó que hay 198 escuelas en paro, debido a secuestros y extorsiones. Son 63 de nivel preescolar, 51 de primaria y 84 de secundaria. Nadie se salva. Mucho menos comerciantes, pequeños o medianos empresarios, que son el tipo de negocios que más hay en la entidad.

‘El Rojo’ que lee la Biblia

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  • Testimonio: Adrián Alarcón // Dueño de Constructora Rocca // Secuestrado

 

Tenemos siete puertas a las que les tuve que meter doble lámina, lámina gruesa, que nos costó esfuerzo y dinero. La puerta detrás de ti es de emergencia, con doble chapa: estamos completamente blindados. Tenemos cámaras. Ha sido una gran inversión tener cámaras y circuito cerrado. Te debo decir que aquí abajo hay agentes y tengo empleados armados hasta los dientes, porque no nos van a volver a agarrar indefensos. Eso mucha gente no lo está diciendo y yo sí me atrevo a decir que tengo gente armada aquí en la empresa.

Hace dos años exactamente yo pensaba ampliar mi negocio y lo único que logré al momento de meter publicidad, inclusive en espectaculares donde con mucho orgullo salíamos en foto los propietarios y los gerentes administrativos, como para decir que es una empresa muy cordial y humana, fue poner los focos atraer a los delincuentes. No pasaron ni tres meses desde la primera cuando nos cayeron los criminales.

Eran las 12 del día. Nos bloquearon la entrada y atoraron la salida de siete ollas de concreto, tú sabes que son como licuadoras que van revolviendo ahí la mezcla de arena, grava y cemento. Imagínate tener paradas las unidades con el concreto dentro. El problema era que si yo las dejo alrededor de cuatro o cinco horas, este concreto se volvería piedra y, obviamente, yo perdería todo mi patrimonio que nos ha costado mucho trabajo. Cada unidad es alrededor de dos millones de pesos, cada unidad revolvedora: si se hace piedra no hay ni una posibilidad de recuperarlas.

Los delincuentes aquí me bloquearon, gente que yo reconocí, sé sus nombres.

No sabíamos el motivo por el cual nos estaban bloqueando en ese instante, yo salí a ver qué había. Me dijeron que querían hablar conmigo, con los responsables. Me citaron a un domicilio particular que “para para que arregles el problema que tienes”, me dijeron. Y yo pues qué problema iba a tener, ¿algún cobro? En esta empresa normalmente trabajamos con números negros, pero pagamos nuestros compromisos. Como los vi armados, obviamente que fui.

(No venían encapuchados). Dan la cara, incluso uno de ellos se veía que conocía donde estaban las cámaras porque vio perfectamente a una de ellas, no la arrancó, no hizo nada, era como una especie de exhibirse y decir: “Soy yo”.

Fui y me entrevisté con el líder de ellos, el sigue circulando en Acapulco, es el líder de esta ocupación (de Los Rojos). Con él me entrevisté. Estaba leyendo la Biblia. Le digo: “Qué bueno que lees la Biblia, algo te va hacer bien". Y me dice luego que precisamente la leía para que Dios se compadeciera de él por todo lo que estaba haciendo. Así, tajantemente me lo dijo, yo lo conozco de hace muchos años y ahí anda circulando.

Lo conozco porque mi padre se dedicaba a la labor del sindical. Mi padre fue fundador de aquí de sindicatos y él se dedicó a lo sano, a lo legítimo, a lo honrado, pero este señor (el líder criminal), cuando yo lo conocía hace años, no estaba involucrado con la delincuencia, es reciente su incorporación.

Denuncié por todos lados y me cansé de hacerlo. No prosperaron las denuncias.

Este señor impunemente trabaja en Acapulco y en Chilpancingo, en este corredor, y sigue libre, libre. Él y su familia. Es un asunto que nos duele, nos preocupa. Hemos tomado lo que nos queda de valentía, hemos juntado nuestros miedos. Como agrupación, la Comisión Nacional de Derechos Humanos nos dio medidas cautelares a los dirigentes, contamos con ellas, pero si fueran insuficientes, pues en casa, aquí en el negocio, hay gente armada.

En las autoridades ya no creemos, creímos que con ese señor, el nuevo gobernador (Rogelio Ortega) íbamos a encontrar algo pero pasan los días y no vemos claro.

Fui solo, me acompañó solo un chofer, pero lo dejaron afuera.

Al momento de estar platicando con este señor me llegaron otras dos personas armadas, ahí a decir que tenía que dar 900,000 pesos, en una sola exhibición. Les dije que la empresa es un sociedad anónima, con socios varios, que teníamos que acudir con ellos para que me autorizaran. Me dijeron ellos que si no lo hacía, no iba a regresar a mi casa, y ahí me tuvieron un rato. La verdad me mantuve en calma.

Me dijeron que solo me daban una semana para juntar esa cantidad, me dejaron ir y regrese al negocio, a recuperar las ollas. El producto se logró rescatar. Se fueron, pero a la semana ya me tenían el mensaje de que ya tenía que entregar el recurso. No creí prudente seguir entrevistándome con ellos y una gente de mi confianza fue a entregarles la cantidad que me pidieron total.

En ese momento me ensañó una relación con empresarios, me preguntó que si yo los conocía y si podía dar más datos de ellos. Les dije que no los conocía, que no tenía acceso a esa información, pero a unos de ellos sí los conocía. No dije nada. Eran constructores en su gran mayoría.

Lo que han estado haciendo es que llegan con un contrato en mano para extorsionar, por ejemplo, a una empresa que gana cierta licitación, le llegan dos o tres días después y le dicen: “Mira, acabas de ganar el contrato que es de tanto dinero, así que me das el 10 por ciento”. Pero, ¿quién les da el contrato? Con contrato en mano, así le han hecho con los constructores.

Después de negociar con ellos fui a la autoridad y no hubo nada, fui al mismo Ejército, que estaban antes aquí de responsables, pero no sucedió nada, el Batallón 35. Con la autoridad municipal también, pero no dan la cara, se esconden cuando ven una situación así.

Nos salimos todos de la empresa, era un gran problema porque era estar en una casa particular, con incomodidades, sobre todo por internet. Son alrededor de 50 empleados. La zozobra con la contadora, con todas mis gentes; me estaban renunciando, ya nadie quería estar aquí independientemente del sueldo, casi todo el mundo renunciándome.

Pensamos que ya todo estaba tranquilo y regresamos acá nuevamente, a ocupar las oficinas, pero como a los 15 días de haberles dado el dinero volvieron a llegar los mismos hombres armados, armas largas. Que querían el restante. Yo, extrañado, les dije: “¿Pues cuál restante?”. Que ellos no habían pedido esa cantidad que yo le di, pero obviamente fue una cantidad negociada a la cual estuvieron ellos de acuerdo y se les entregó todo. Pensé que todo estaba en paz.

Para esos días la oficina ya tenía más seguridad. Esa vez llegaron por ahí de la 5 de la tarde, golpearon a mi velador y le rompieron los dientes. Antes yo aquí puro cristal y rompieron todos los cristales. Ya estaban habilitadas las puertas de emergencia y la gente pudo escapar, ya no pudieron agarrarlos. Imagínate, otra vez volver a la clandestinidad en nuestra propia tierra, estuvimos así yo creo que como dos meses, de una casa a otra.

Si me agarran soltero, pues otra cosa hubiera sido, pero tengo que pensar en mi familia, tengo tres niños, ya no puede uno andar jugando. Tomé valor y lo que hice fue agruparme con mis compañeros de Coparmex, que fueron muy solidarios, sobre todo Jaime Nava (el presidente de la confederación). Nos protegimos todos, estaba la situación muy difícil aquí: nos armamos de valor y de equipo de armamento también, de ahí (las autoridades) agarraron a unos líderes locales del narcotráfico, líderes que andaban extorsionando y secuestrando.

Nosotros no somos empresarios, nos queda muy grande el saco, somos changarreros que nos atrevemos a iniciar un negocio aquí en Chilpancingo. No hay gran vida, pero nos atrevemos a arriesgar un capital. Tenemos la esperanza de que algún día las cosas cambien. Pero mientras siga esta clase política de líderes corruptos, de funcionarios de diferente nivel que nomás se enriquecen, que les vale la población, no creo que haya esperanza. Igual nosotros seguimos dando la lucha.

 

Cautivo en una casa de seguridad en Tixtla

  • Testimonio: empresario de la industria del maíz y la tortilla en Chilpancingo, pide anonimato // Secuestro

 

En abril de 2013 fui secuestrado por la banda de Los Rojos, que en ese momento tenían el control en Chilpancingo. Nos vimos en la necesidad de pagar un millón de pesos, dinero que no teníamos en su totalidad, porque en ese tiempo yo estaba haciendo una inversión para poner una planta harinera en El Ocotito, solo teníamos una pequeñita cantidad para insumos como el maíz.

Nos vimos en la necesidad de recurrir a los agiotistas, pedimos prestado a mi familia. Desde el punto de vista económico aún sufro los estragos de esto, acabo de pagar 150,000 pesos de ese millón, con sus respectivos intereses del 10% mensual porque, cuando estás en esas condiciones, ninguna institución bancaria o de gobierno te presta. Nadie te tiende la mano.

Mi secuestro fue el 26 de abril de 2013, a las 10 de la mañana. Presentí que algo no marchaba bien. Ese día llegué a mi tortillería matriz y estaba haciéndole una llamada a mi hija, porque yo no traía carro, uso las camionetas viejitas de las tortillerías, un vochito o el carro de mi hija.

Pero en ese tiempo yo estaba al 100% en las tortillerías, iba de una a otra, descargaba nixtamal, hacía cosas operativas, me gustaba. Era mi forma de trabajar. Mi hija me dejó en la tortillería y se fue. Se me ocurrió hablarle para que me hiciera una factura, sonaba y sonaba pero no me contestó. Por el de la máquina tortillera, estaba en la calle donde hay siete trabajadores míos. Llegó una camioneta gris Honda, bajaron dos personas con pistola, eran como calibre .45 cada uno, y me empezaron a decir muchas groserías.

Me ordenaron que me subiera a la camioneta. Me apuntaban con el arma, traían una media en la cara. Le pregunté por qué y agarré la mano donde tenía la pistola uno de ellos, se veía el más novato, le volteé la mano, apuntándole a él con la pistola. Se sacaron de onda por mi reacción, a mil por hora. Pensé que qué estaba haciendo. “Me van a matar”, pensé. Entonces accedí a subirme mientras el chofer sacaba una pistola y amenazó a mi gente para que se metiera al local.

Al momento que se subieron, me pusieron en sus pies y me empezaron a agredir, en el pulmón, la espalda, me descalabraron con la cacha de la pistola. Eran el piloto, copiloto y los dos que me golpeaban. Todos jóvenes de 26 años aproximadamente. Sonó mi teléfono y me preguntaban que quién era.

Me preguntaron mi nombre. Cuando se los dije, comentaron: “Ah, sí, es este cabrón”. Me pidieron identificaciones, vieron mi credencial, me quitaron el teléfono. Fui muy dócil después.

Me cubrieron los ojos.

Pensé, a dónde me llevan. Cuando empezaron las curvas me di cuenta que estaba saliendo de la ciudad, no podía estar en otro lado que no fuera Tixtla (Tixtla es el poblado donde está la normal de Ayotzinapa, de Chilpancingo hasta este lugar son casi 80 curvas, es una carretera angosta y sinuada). Yo conté y eran muchas.

Llegando al pueblo de Tixtla se comunicaron en clave para decir que ya me llevaban. Uno preguntó el domicilio. Le dijeron clave 4, después: “No, mejor clave 5”. Tenían muchas casas de seguridad. Allí me llevaron y me dejaron todo el día amarrado en el carro. No me bajaron hasta como las 9 de las noche. Hacía mucho calor y sentía que mis manos ya estaban adoloridas.

Gritaba para que me desataran.

Uno me dijo que me desataba, pero si trataba de escapar me mataban. Siempre me amenazaban con matarme. Me desataron y uno de ellos dijo: Este hijo tal por cual ya tiene las manos bien hinchadas. Me pusieron esposas, menos apretadas. Después de un año todavía me duele esta parte por las esposas.

(Foto: Jesús Almazán / Revista Expansión)

De allí, a las 9 de la noche, me cambiaron de domicilio y me metieron a un cuarto oscuro, pero escuchaba la televisión que estaban viendo. Escuché a López Dóriga, entonces supe que eran las diez y media. Veían novelas el resto del día. Así yo relacionaba qué hora era.

Llegó su líder y me preguntó el nombre, que a qué me dedicaba. Me dijo que estaba entre sicarios, que tenía que pagar un rescate o morirme. Me pregunto con quién se arreglaba, le dije que con mi cuñado, que mi esposa se ponía nerviosa. Me preguntó la cantidad de tortillerías, donde compraba maíz, a quién.

Yo sabía que eran Los Rojos, no había otro grupo en la zona. Y tienen conocidos en Chichihualco (en la región Centro de Guerrero, a unos 50 minutos desde Chilpancingo) y están muy ligados a él, como el presidente municipal. Era aliado de este señor.

Yo estaba vendado siempre. Cuando me entrevistó (dos veces) me apuntaba con una pistola con láser azul aquí (señala el estómago). Allí me tuvieron tres noches, tres días y, hasta la última noche que me dejaron salir, no tuve la oportunidad de hablar con nadie. Me daban agua y me daban de comer, pero yo no quise comer.

No quería ni ir a hacer popó, lo menos que pudiera molestar allí. Todas las noches olía a marihuana, cada que llegaba alguien escuchaba el cartucho de las pistolas y me decían que si los veía me mataban.

Era una guerra psicológica.

Mantuve la calma y dormía lo más que podía para guardar la calma.

Estaba con tanto estrés del trabajo que llegué a tener tratamiento con el psiquiatra, mi nivel de estrés rebasó eso y llegué a tener cuadros de ansiedad. Entonces me calmé, no quería hacer cosas que me fueran a afectar. La pasé tranquilo hasta que en la noche que me liberaron fue este hombre otra vez, me dijo que me iba a pasar a mi cuñado.

-¿Qué pasó, compadre?

-¿Ya tienes el dinero?

-Sí, ya lo tengo.

-Entrégaselo.

Él me dijo que ya me iba a dejar, pero más tarde porque todavía era temprano y tenía que ir cuando ya no hubiera nadie en la calle.

Mi cuñado entregó el dinero enfrente de la normal de Ayotzinapa, ahí donde está una banquita donde esperan los carros (al pie de la carretera).

A las cuatro y media de la mañana me liberaron.

Le hablaron a mi cuñado para que me recogiera, le dijeron que fuera solo porque si llegaba acompañado, me mataban. Lo vigilaron desde que salió de la casa hasta llegar a Tixtla.

Eran las dos de la mañana y pensé que ya no me iban a liberar. A las cuatro de la mañana llegó uno con olor a marihuana y muy borracho: me paró, me pateó y yo me levanté esposado, amarrado de los pies.

Ladraron los perros y me pegaron, pero no podía caminar bien. Me desataron y me dijeron que no volteara, me apuntaron con la pistola para que no lo hiciera. Lo que alcancé a ver fue que era una casa de obra negra, casi a la salida del lado izquierdo en donde hay una iglesia porque escuchaba las campanas. Un día pasó una camioneta a vocear que se invitaba a una reunión a los habitantes de La Virgen.

Me bajaron y me dejaron en el Aurrera (en Tixtla). Me dijeron que había una barda, que caminara recargado, que no me iba a caer, en el momento que sintiera la barda, me quedara. Que no me quitara la venda y que ya iban a ir por mí. Bajé, me puse las manos y allí me quedé. Escuché el rechinido de las llantas y se fueron.

Conté otra vez hasta 60 y me quité la playera con la que me vendaron. Me lastimaba la vista de la luz. Sabiendo que estaba en Tixtla, aún no me orientaba. Vi el Aurrera pero no lo reconocía. Entonces pensé qué hacer, caminar. Pero, ¿qué tal que me agarraban de nuevo? Pensé en hablar por teléfono, pero no traía dinero ni celular. Vi a lo lejos una luz de carro y pensé en mi cuñado.

Llegó. Sí era.

Estuve tan tranquilo de verlo. Le agradecí. Me dio la bienvenida, que toda mi familia me estaba esperando en la casa. Le pregunté por cómo estaban las cosas. Estaba sacado de onda porque a él también lo querían chingar. Le dijeron que si no hacía bien la entrega lo mataban también.

Me dijo que lo habían seguido pero que ya se habían desaparecido. Me preguntó qué había pasado. La primera vez que le hablaron, le dijeron: “Tengo a tu cuñado, vas a dar un millón de pesos o lo mato”.

Por la tarde le preguntaron si ya tenía el dinero. Sólo tenía 500. “500 no me sirven, cabrón. Te dije que un millón. Cuando los tengas quiero que me digas, te voy a hablar mañana”. Y al siguiente día se dieron a la tarea de buscar por todos lados, había comprado un tráiler de maíz, pidieron que regresara el dinero. Le acabo de pagar 63 mil pesos esta semana. Pagué muchas deudas porque se viene en cascada el pago de intereses, de lo que tenía, de la financiera, el carro de mi hija, colegiaturas, la vida sigue.

Psicológicamente tuve que seguir con el psiquiatra. La tranquilidad se perdió en tres días. He pensado incluso en irme del estado. ¿Pero a dónde? ¿Cómo vender todo y rehacerlo en otra parte? Tengo hijos en la universidad, en la prepa y primaria. ¿Cómo arrancar a mis hijos e irnos? Dios quiera que estén más grandes, se vayan a la universidad y le diga a mi esposa que se vaya. Yo me quedo por la necesidad pero terminan la carrera y nos vamos.

Vivimos de lo que sea pero siempre la seguridad como principio básico. Pero hoy no creo poderlo hacer, mis compromisos son muchos y no tengo la forma de cambiar mi maquinaria para irme a otro lado. Pero si fuera posible, seguro me iría. Muchos se han ido. Se van cada mes. Nuestros hijos tienen a amigos que por lo menos seis se han ido a Querétaro, Sinaloa, Puebla, Cuernavaca. Pero hay que darle para adelante. Lo único que le pido a Dios es que ya no nos pase esto, que nos dejen ser, que nos dejen trabajar. El dinero no me importa, estoy del otro lado.

Voy a hacer algo porque trabajamos muchas horas y creo que debe haber una retribución, pero si algo le pasara a mis hijos estaría dispuesto a todo, incluso a decir: vámonos por un movimiento armado, no se vale. Te tocan las partes más sensibles como ser humano.


Sobrevivir a 124 balazos

  • Testimonio: Pioquinto Damián, ocho veces líder de la Canaco, dueño de comercializadoras y una inmobiliaria en Chilpancingo. Exfuncionario público local. Dice que desde el 5 de mayo de 2014 no ha salido de su casa por seguridad, solo en una ocasión bajó de su edificio por un temblor

 

Mi hijo define muy bien lo que hicieron ese día: era el plan perfecto para asesinarme.

Nos rafaguean el 28 de enero de 2014, cincuenta minutos después de dar un discurso en El Ocotito (un barrio de Chilpancingo, donde ya la policía comunitaria lleva la seguridad). Estaba con Bruno Placido, líder de las autodefensas (la Unión de Pueblos y Organizaciones del Estado de Guerrero, en Chilpancingo, Upoeg). Un día después de que Bruno y yo habíamos dado una conferencia de prensa aquí en la casa, para cuestionar al presidente Mario Moreno, por la inseguridad. Mi hijo maneja la camioneta, yo iba a ir en la parte del copiloto, donde normalmente viajo, pero su esposa se quedó ahí, yo me senté atrás.

Nos dieron 120 tiros durante 10 minutos. Estábamos a 200 metros de la Procuraduría (en una calle de acceso a Chilpancingo). Todos los cristales salen volando.

Primero nos disparan por el lado izquierdo. Veo a mi hijo cómo espejea, se queda viendo y les avienta la camioneta (a los que disparan). Esa acción nos salva la vida. Estaba una señora a mi derecha, yo en medio, a la izquierda mi mujer, atrás dos compañeros que me cuidan, adelante la esposa de Walter (su hijo que queda herido) y él como conductor.

Cinco segundos después se para una camioneta, en paralelo: el chofer se baja y empieza a disparar al copiloto, que piensan que soy yo, dispara 30 tiros. Se acaba el cargador y cuando da la vuelta para tomar el cargador, mi hijo se sale del coche y se pierde entre los autos. Su esposa ya no reaccionaba (había muerto en el acto).

Nos hicimos los muertos.

En ese momento mi mujer le grita a Walter: “¡Arranca la camioneta, vámonos!”. Nomás lo alcanzó a decir dos veces y nos rafaguean por el lado derecho, pero por atrás nos estaban atacando. Calculo que eran unos 16 tipos, cuatro camionetas. Había una que traían los escoltas del gobernador, no sé si sea coincidencia o no, después la chocaron en Zihuatanejo.

Pasan segundos y mi esposa no se esconde, por el shock. De alguna manera controlo a la señora y le grito a mi esposa que se agache, y lo hace. Era una estupidez, porque la camioneta no es blindada.

Mi hija no iba porque mi nieta se retrasa haciendo la tarea en casa de unos amigos, pero nos estaban esperando a todos, a toda la familia.

Los carros después del tiroteo se hacen a un lado, las señoras intentan pararlos y nadie se detiene. La señora que se me aventó para protegerme se para frente de los carros y un carrito chiquito por fin se detiene, mi esposa le tocó el cristal.

Cuando veníamos de dar el discurso en El Ocotito, le había dicho a mi hijo: “Si nos quieren matar, aviéntales la camioneta, ciérrateles. Si nos vamos a morir, que se mueran también ellos. Pero no pensé que fueran a ser tan estratégicos”.

Y le había dicho a mi esposa que si algún día nos atacaban que se metiera al cuartel de los militares. Tengo un gran respeto por ellos, si no hubiera sido lo que soy, me hubiera gustado ser militar. Primeros en avisarles al Ejército para que nos apoyaran y luego a los periodistas.

Llegamos al cuartel y les dije: Si no nos dejan entrar, nos van a matar a todos. A los 15 o 20 minutos nos dejaron entrar.

Mandé un estado de Facebook desde el cuartel, diciendo que culpaba a Mario Moreno porque no quería acusar al gobernador Ángel Aguirre, ya tenía suficientes enemigos pero yo sabía que había estado involucrado. Conozco al gobernador, fui Secretario de Educación en el interinato del gobierno y era mi amigo, es padrino de Walter. Dejamos de ser amigos porque yo no compagino con el autoritarismo y la represión.

A partir de ese momento ya no salí, ya no me dejo ver. Allá arriba las puertas son blindadas, tengo manera de defenderme, no creo que puedan llegar hasta donde estoy. (Vive en un edificio de cinco pisos frente a la iglesia del zócalo de Chilpancingo).

Al mes del atentado, la Procuraduría exonera al presidente municipal diciendo que no hay ningún elemento. Lo acusé en el mismo cuartel con elementos del Ministerio Público.

Me fui un mes a Cuba, finalmente es una cultura diferente, no nos adaptamos. Mi hijo se quedó. Me regresé a la Ciudad de México porque estábamos hartos de la comida. Me empezaron a hablar mis compañeros, se había desatado una ola de delincuencia en Chilpancingo, me estaban informando de lo que pasaba. Regresé el 5 de mayo, sin anunciarle a nadie, y desde entonces no salgo.

Soy comerciante, presidente de la Cámara de comercio por ocho ocasiones. Dirigente empresarial desde 1982. Hemos combatido a bandas de criminales, las hemos desintegrado. Casi siempre es una lucha desigual porque no creas que es sólo este gobierno el que ha protegido a delincuentes, prácticamente es una cultura el que los gobiernos protejan a los delincuentes.

Desde el 5 de mayo no he salido a ningún lado. Una vez que tembló sí salí. Le hablé al papá de mi mujer para que viniera por mí mediante claves, porque desconecté mis teléfonos anteriores, no contacto a nadie.

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