Con el futuro hipotecado
Después de muchos años de exuberancia irracional del mercado, parece que terminó la juerga del liberalismo económico, que dio paso a un capitalismo de casino, en el que especular fue mejor que producir y gastar mejor que ahorrar, actitud a la que la práctica de la arquitectura no escapó.
Por años, el endeudamiento de los gobiernos, de las instituciones y de millones de compradores parecía no tener límite. Aunque hubo serios avisos de que la situación era insostenible fue muy difícil que, ante el deslumbramiento de ganancias cada vez más grandes y más fáciles, se atendiera cualquier llamado a la sensatez. Ante esa cruda realidad, sólo queda lamentarse o cambiar las cosas.
Es evidente que la arquitectura espectacular producida bajo esas condiciones quedará como prueba de la irresponsabilidad, prepotencia y soberbia de los promotores del derroche. No considerar desde su diseño las características de clima, orientación y entorno físico generó una enorme cantidad de edificios en los que el dispendio en el consumo de recursos fue de tal proporción que inevitablemente hubo que imponer normas y controles a esos excesos. Sin embargo, los llamados a la prudencia fueron ignorados.
La práctica de la arquitectura se encuentra ahora, a escala mundial, en una profunda crisis. Ante la ruina moral y
financiera de años de irresponsable especulación y deterioro ambiental es imprescindible la sensatez y la dignificación del oficio. Esta es una oportunidad para actuar con ética, eficiencia y responsabilidad, y así construir una arquitectura que dignifique la calidad de nuestras ciudades y además sea útil y bella.
Ya no hay excusas para actuar como si nada hubiera pasado. Requerimos profundos cambios en la enseñanza y en la práctica profesional, para estar mejor preparados y para trabajar en un entorno económico diferente. Es ahora, o nunca...
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*Arquitecto e investigador en temas de urbanismo.