El desgaste del Modernismo
El Modernismo ha sido uno de los términos más usados en arquitectura, literatura, pintura o música. Significaba lo nuevo, lo actual, lo diferente del pasado. Desde principios del siglo XX hubo términos, como el Art Nouveau, para presentar a esta corriente, pero posteriormente surgieron otras variaciones que pronto se desgastaron.
La extraordinaria fuerza de la moderna vanguardia, que se manifestó en Europa y en la Unión Soviética, definió intenciones y formas que, después de 90 años, aún mantienen su dinámica. Sin embargo, la prohibición de lo decorativo, como ordenaba Adolf Loos, los dogmas y recetas de Le Corbusier, o las retículas espaciales de Mies van der Rohe, impusieron edificios y espacios áridos que no tenían relación con la topografía, el clima y la cultura de los lugares.
Como movimiento dominante, construyó los sueños de la razón con una arrogancia que no toleró disidencias. Su recetario, lleno de promesas de felicidad utópica, se aplicó en los más diversos países. Pronto la decadencia de este movimiento se convirtió en un repertorio de formas pretendidamente universales, y el manierismo, la repetición y el olvido de sus propuestas sociales lo petrificaron.
Apresuradamente se comenzó a buscar un sustituto. A falta de un mejor término se optó por el Posmodernismo, que resultó un retorno a la historia como archivo formal -en versión kitsch- para seducir a su clientela.
Al final del siglo XX, la creciente necesidad de la novedad llevó al saqueo del Constructivismo soviético, que en los años 20 revolucionó la arquitectura y la cultura durante un breve periodo. Ese movimiento, promovido como un último cambio de piel por Philip Johnson, mostró la ambivalencia de la forma, su desprecio por cualquier contenido social, y así pronto se extinguió su show mediático.