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El glamour del narco ‘deslumbra’

El avance del narcotráfico tiene como caldo de cultivo a la pobreza, dice Juan Enrique Huerta; los jóvenes no encuentran en la educación una solución a su situación de marginación.
sáb 24 abril 2010 06:42 AM
La guerra entre las bandas del narcotráfico se ha recrudecido en el país. (Archivo)
Narco (Foto: Especial)

Guerra o no, lo cierto es que el gobierno de México mantiene una cruzada contra el narcotráfico. Es imposible anticipar el futuro de esta iniciativa, y está por demás, a estas alturas, participar en la discusión bizantina de si era necesaria. Lo que resulta arduo es, más bien, que el combate al crimen organizado se dé sólo en sus consecuencias, y no en sus causas.

La maestra Adelina, en Mahuixtlán, Veracruz, un pequeño pueblo azucarero a 8 kilómetros de Xalapa, cuenta con 120 estudiantes de secundaria técnica. Un 70 por ciento son niñas. Muchos niños en el pueblo han migrado a los Estados Unidos, y algunos no cuentan con supervisión directa porque sus padres han migrado y ellos no tienen alicientes para continuar en la escuela. De todos los estudiantes, son contados quienes quieren seguir adelante. El grueso tiene en la mira sólo dos profesiones: narcos y teiboleras.

El retrato es real, y ocurre en cada momento de este aquí y ahora en los niveles socioeconómico bajos de todo México. Cuesta 500 pesos semanales reclutar a un sicario hoy, en una calle de la periferia de Monterrey, Victoria o Juárez. En un país con 60 millones de pobres, hay demasiada gente que quiera matar o traficar por muy poco dinero en México, cerradas las puertas de la buena vida al grueso de la población.

Los fenómenos sociales son siempre multifactoriales. Dos factores interesan aquí. Uno, es la mínima posibilidad de movilidad social en México, y el descuido de las autoridades por promoverla. Dos, relacionado con lo anterior, la falta de iniciativas que deglamoricen el discurso de la participación en el crimen organizado o en el consumo de substancias.

En torno al primer factor, cabe señalar que, de acuerdo con la Encuesta de Movilidad Social en México de la Fundación Espinosa Rugarcía, las probabilidades de que alguien que ha nacido en un hogar que ingresa menos de dos dólares diarios, salga de ese nivel socioeconómico, son de 1 de cada 2 personas. Pero las probabilidades de que salga de ahí para obtener un ingreso superior a 30 mil pesos son casi 0. Esto es muy bajo en términos absolutos, y aún menor al de otros países de la región, como Chile.

La educación es uno de los factores que hacen posible la movilidad. Pero para que alguien pueda educarse, hace falta, cuando menos, que haya escuelas y que haya la motivación para ir a ellas, o quedarse.

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Lo que sabemos de los datos de la misma encuesta es que los rendimientos económicos de la educación empiezan a verse después del bachillerato. Pero en muchos estados, la oferta de bachilleratos públicos es mínima. En Veracruz, por ejemplo, hay tres escuelas de bachilleres en cada ciudad principal de la entidad, mientras que el grueso de ciudades medianas no cuenta sino con una. En Nuevo León, el bachillerato público cuesta nada menos que 3000 pesos al semestre, una cantidad que inhibe a un padre de familia de escasos recursos con más de un hijo.

En cuanto a la motivación, el discurso que frecuentemente hemos construido los mexicanos alrededor de la educación es que ésta no paga. Así pues, un niño que crece en un barrio donde nadie, o casi nadie, asistió a la prepa, cuenta con muy pocos alicientes para continuar su educación. El esfuerzo que le depara a él y/o a su familia costear su educación, y mantenerse frecuentemente dentro del mercado laboral informal mientras estudia, hace ver como una recompensa muy pobre no tener que asolearse o trabajar físicamente después de graduarse de la universidad, sobre todo si se considera que los rendimientos a la educación superior suelen verse hasta después de 5 años de haberse graduado. 

Ante esto, el gobierno no se ha preocupado por el diseño de políticas públicas que tomen en cuenta no solamente los aspectos económicos, sino también los aspectos psicoculturales. Más allá de los enfoques puramente economicistas, a las personas les hacen falta motivadores, voces que echen porras, animen, construyan resiliencia.  La política pública no puede tener sólo un enfoque economicista, como no uno solamente de guerra, o puramente legal.

Otro factor que en la cruzada se ha descuidado es la deglamorización de los símbolos alrededor del tráfico o consumo de substancias. Los jóvenes encuentran en la troca, la cartera llena, las botas, la música del tamborazo, las chicas adictas, un ambiente de glamour sin duda atractivo. Para tenerlo, basta con pararse en una esquina y avisar si viene la policía. O guardar una maleta con dinero o drogas por un par de semanas.

Hasta que deja de ser glamoroso. Hasta que la policía advierte que hay un halcón o un burro en la esquina y a un joven clase mediero estudiante de bachillerato le mete a la cárcel 5 años. Hace falta fortalecer los programas que detengan la glamorización de la industria del narco en los medios de comunicación, y también programas de intervención directa con jóvenes que-han-estado-allí. En la cárcel, en un hospital. Allí donde lleva, con demasiada frecuencia, la imagen errónea de la deglamorización.

* El autor es profesor investigador de la Universidad de Monterrey. También es consejero del Programa de Movilidad Social, en el Centro de Estudios Espinosa Yglesias .

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