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GB debe replantear su política monetaria

Con la llegada de Carney al Banco de Inglaterra, es hora de debatir la estrategia, dice Martin Wolf; es necesaria una evaluación al régimen de establecimiento flexible de metas de inflación, opina.
lun 11 febrero 2013 06:00 AM
Es necesario que haya una evaluación, dirigida por el gobierno, del régimen de establecimiento de metas de inflación. (Foto: Getty Images)
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¿Son los objetivos e instrumentos de la estrategia de política monetaria británica adecuados a su propósito? Para variar, esta frase resume muy bien el predicamento. Con la economía de capa caída y la llegada de Mark Carney como gobernador del Banco de Inglaterra en julio, éste es el momento ideal para un debate riguroso, amplio y abierto.  Como Carney declaró en su testimonio ante la comisión de análisis del Tesoro del Parlamento británico, la estrategia actual es "el establecimiento flexible de metas de inflación".

En evidencia escrita, señaló que "bajo un establecimiento flexible de metas de inflación, el banco central busca devolver la inflación a su objetivo a mediano plazo mientras mitiga la volatilidad en otras dimensiones de la economía relevantes para el bienestar, como el empleo y la estabilidad financiera. En la mayoría de los impactos, estos objetivos son complementarios. Sin embargo, en los impactos que representen una compensación entre estos diferentes objetivos, o en los que inclinen la balanza de riesgos hacia una dirección, el banco central puede variar el horizonte en el cual la inflación será devuelta al objetivo".

Carney considera que un establecimiento flexible de metas de inflación es la "estrategia de política monetaria más eficaz implementada hasta el momento. Como resultado, el límite de alteración es muy alto". Por tanto, concuerda con Sir Mervyn King, su predecesor, quien sostuvo en enero que "el anclaje de las expectativas de inflación ha sido el aspecto más exitoso del régimen de establecimiento de metas de inflación... Sería irresponsable perder eso".

Sin embargo, los defensores del régimen actual (de los cuales yo era uno) lo justificaron no sólo con la idea de que estabilizaría la inflación, sino con la afirmación de que ayudaría a estabilizar la economía. Pero no logró hacerlo. En términos de producción perdida, la crisis actual es mucho peor que la inflacionaria década de 1970 y los deflacionarios principios de 1980. Incluso con un crecimiento del 1.5% anual a partir de ahora, la producción volvería a su nivel del primer trimestre de 2008 solamente en el primer trimestre de 2015: en resumen, siete años perdidos.

Esto es pésimo, incluso si un colapso de la productividad (con preocupantes implicaciones a largo plazo) blindara el empleo.

Además, incluso si uno cree que la panacea de moda hoy en día -la 'regulación macroprudencial'- habría evitado este terrible desenlace, ¿qué debe hacerse ahora cuando la economía está atrapada en una depresión post-burbuja? En evidencia escrita, Simon Wren-Lewis de la Universidad de Oxford argumenta que ahora hay "un claro conflicto" entre lo que una política monetaria sensata del Reino Unido debería estar haciendo y lo que realmente está sucediendo. "Las metas de inflación en el Reino Unido no están funcionando, y algo tiene que cambiar", escribe. Estoy de acuerdo.

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Entonces, ¿qué se debe hacer? En primer lugar, es necesario que haya una evaluación, dirigida por el gobierno, del régimen de establecimiento de metas de inflación, sobre todo de cuán bien funciona cuando las tasas de interés están en su límite inferior. En segundo lugar, el Banco de Inglaterra tiene que reconsiderar cómo desarrolla y comunica la política durante este período excepcional, incluyendo su salida de las políticas no convencionales.

Por último, Adair Turner, presidente de la Autoridad de Servicios Financieros (FSA, por sus siglas en inglés), sostuvo en una importante conferencia realizada esta semana, que se necesita prestar más atención al "cómo" de la política monetaria en tiempos excepcionales que a sus objetivos. En particular, argumentó, la creación de dinero es un instrumento legítimo y de gran alcance en tales circunstancias.

Alterar el régimen a largo plazo ciertamente tomaría tiempo. Esto es más evidente si consideramos una alternativa popular: un cambio hacia el establecimiento de metas respecto al producto interno bruto . Sin embargo, como Charles Goodhart de la London School of Economics y sus coautores señalan en un artículo reciente, esta atractiva idea tiene sus inconvenientes: el objetivo es mucho menos transparente que los precios; los datos no sólo son publicados únicamente de manera trimestral, sino que son revisados constantemente; el impacto en las expectativas podría ser muy desestabilizador; y sería muy difícil apegarse a un objetivo de crecimiento o de nivel del PIB nominal debido a la incertidumbre sobre el crecimiento potencial real y al hecho de que el PIB nominal está ahora 13% por debajo de su tendencia anterior a la crisis. La dificultad de ponerse de acuerdo rápidamente sobre cualquier alternativa podría descartar la idea para las necesidades inmediatas.

Si es así, el enfoque, especialmente el del Banco de Inglaterra , debe ser ahora el de cambiar las expectativas y formular políticas más eficaces. Como mínimo, debería hacer más transparente la ruta de las tasas de interés prevista por el Comité de Política Monetaria y, como ha hecho la Reserva Federal estadounidense, indicar los factores que desencadenarían un ajuste subsecuente. Un modo de reforzar la credibilidad en sus compromisos sería indicar que el comité está enfocado en la tasa de aumento de los ingresos laborales, como un indicador de presiones inflacionarias, así como en el engañoso índice de precios al consumidor.

Sin embargo, estoy de acuerdo con Lord Turner en que la cuestión más importante es cómo hacer una política efectiva. Esto, inevitablemente, plantea interrogantes acerca de cómo funciona la política monetaria en un entorno de tasas de interés muy bajas. Lord Turner piensa lo impensable: es decir, en el financiamiento monetario del déficit fiscal. Eso deberían pensar también las autoridades políticas. Tienen que pensarlo de nuevo. Si no es ahora, ¿cuándo?

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