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OPINIÓN: La caída de la Hermandad Musulmana en Egipto y su impacto global

La caída de la Hermandad Musulmana tiene significados distintos para los actores regionales y la comunidad internacional
vie 05 julio 2013 09:57 AM
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Nota del editor: Jane Kinninmont es becaria sénior de investigación en el Programa para Medio Oriente y el Norte de África del centro de estudios británico, Chatham House y se especializa en las reformas en el mundo árabe. Síguela en Twitter .

(CNN) — Las variadas reacciones al levantamiento en Egipto a lo largo de Medio Oriente reflejan en gran medida las posturas sobre la Hermandad Musulmana. Mientras Turquía condenó el golpe, en Israel, el golfo Pérsico y el gobierno de Siria ha habido voces que alaban este golpe súbito a los islamistas que parecían estar en ascenso en la región hace apenas unos meses. Los gobiernos regionales que temían el ascenso de la Hermandad Musulmana están muy complacidos de ver de regreso al ejército como principal negociador del poder y creen que se restablecerá el orden, la estabilidad y la predictibilidad.

Sin embargo, el ejército no actuó por su cuenta. Las protestas populares permitieron su intervención al reunir temporalmente a grupos extremadamente diferentes alrededor de su oposición a Morsi. La lección que los manifestantes aprenderán es que las protestas aún funcionan. Aunque el futuro de Egipto es demasiado incierto como para ser un ejemplo que los demás querrán emular de inmediato, esta nueva demostración del poder de las masas volverá a inspirar los movimientos de protesta en otras partes del mundo árabe, ya sea para protestar contra los añejos regímenes autoritarios o contra los dirigentes islamistas recientemente electos.

La política exterior de Egipto no se modificó drásticamente con la Hermandad Musulmana y tampoco es probable que cambie radicalmente en un débil gobierno transitorio de unidad nacional. Incluso después de las elecciones, es probable que un gobierno de coalición represente una política fragmentada y que probablemente esté más preocupado por los asuntos internos que por asumir posturas radicales en política exterior. Sin embargo, el derrocamiento del primer presidente democráticamente electo del mundo árabe, procedente de un partido de la Hermandad Musulmana, tiene repercusiones internacionales, ya que la Hermandad existe en cierta forma en todos los países árabes y más allá.

Durante años, se consideró que las ramificaciones locales de la Hermandad Musulmana eran los movimientos de oposición mejor organizados en muchos de los países autoritarios del mundo árabe, en donde las estrictas restricciones a las organizaciones civiles y partidistas a menudo han confinado a la oposición política en la clandestinidad y en las mezquitas. Tras los levantamientos árabes, los partidos relacionados con la Hermandad Musulmana internacional fueron los más exitosos en las elecciones en Egipto y Túnez, aunque no tanto en Libia. Han sido personajes importantes en los levantamientos en Yemen y Siria. Además, antes que nada estaba Hamas —una ramificación de la Hermandad Musulmana—, que ganó las elecciones parlamentarias en Palestina en 2006. El único país en el que la Hermandad ha podido consolidar el poder tras varios años es Turquía, cuyo partido gobernante, el Partido para la Justicia y el Desarrollo, está relacionado con la organización. En Turquía también ha habido numerosas protestas en las últimas semanas porque los opositores acusan al primer ministro, Recep Tayyip Erdogan, de ser arrogante, de "mayoritarismo" descarado y de tratar de imponer una identidad islamista monolítica a una sociedad diversa.

Todo esto significa que hay mucho que perder en Egipto. Mohamed Morsi y sus simpatizantes, cuya ideología se moldeó durante los años de oposición a la dictadura, están conscientes de que se enfrentaban a la oposición regional pero esperaban que si no alienaban a Occidente, les permitirían mantenerse en el poder. Así, se concentraron en consolidar su poder local pero no desafiaron seriamente al orden regional; Morsi negoció el año pasado un cese al fuego cuando estalló el conflicto entre Israel y las milicias en la Franja de Gaza y la Hermandad enfatizó su apertura y su interés en las inversiones occidentales.

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Sin embargo, con frecuencia se equivocaron al tratar de desacreditar a la oposición política tan diversa y expresiva de Egipto como si se tratara de una fuerza contrarrevolucionaria respaldada por el extranjero. Justo cuando necesitaban concertar —cuando se hizo evidente la magnitud de la oposición en las protestas de esta semana— despreciaron a la oposición y dijeron, por ejemplo, que los manifestantes tenían el apoyo de Ahmed Shafiq, el último primer ministro de Mubarak, a quien Morsi derrotó por poco en la segunda vuelta de las elecciones presidenciales de hace un año y quien ahora vive en el golfo Pérsico.

De hecho, en el golfo estarán felices de ver dañada la "imagen" de la Hermandad Musulmana aunque tengan reservas acerca del método de las protestas. El ministro del Exterior de los Emiratos Árabes Unidos (EAU), el jeque Abdullah bin Zayed al Nayhan, fue de los primeros funcionarios que felicitaron a Egipto luego de que las fuerzas armadas anunciaran que habría un nuevo presidente al mando. Esto ocurrió tan solo dos días después de que los EAU sentenciaran a prisión a 68 disidentes —entre ellos un primo del gobernador del emirato de Sharjah— por conspirar para derrocar al gobierno y los acusaron de pertenecer a un grupo clandestino relacionado con la Hermandad. Hace poco, los EAU también arrestaron a varios egipcios y los acusaron de formar en el país una célula clandestina de la Hermandad Musulmana.

La noticia representa un dilema mayor para Qatar, que, a diferencia del resto de las monarquías del golfo, brindó rápidamente su apoyo a los movimientos árabes de protesta, al menos mientras permanecieran fuera del golfo. El pequeño emirato, rico en gas ha establecido fuertes lazos con los partidos regentes de la Hermandad Musulmana en Egipto y Túnez. Ahora, su emir de 33 años —quien ha estado en el poder por tan solo dos semanas desde que su padre abdicara— tal vez necesite trazar un nuevo rumbo y apresurarse a entablar relaciones con una amplia gama de movimientos políticos, entre los que se podrían contar los grupos islamistas más conservadores como los partidos salafistas de Egipto y los grupos de izquierda y liberales. El nuevo emir felicitó al nuevo presidente de Egipto, aunque no lo hizo con la misma presteza que los EAU o Kuwait.

El gabinete israelí recibió la orden de no hacer declaraciones públicas acerca del derrocamiento de Morsi, tal vez por miedo de que si los funcionarios israelíes declaran los culparán de inmediato en una región propensa a tejer teorías de conspiración. De hecho, es probable que las opiniones sean encontradas: Israel considera que la ideología de la Hermandad Musulmana es una profunda amenaza a la seguridad —aunque han cooperado con las autoridades egipcias para garantizar la seguridad fronteriza— y ahora estarán preocupados porque la incertidumbre política podría distraer al ejército en su labor de asegurar la enorme y a menudo rebelde región del Sinaí, en la frontera con Israel, donde se alojan varios movimientos yihadistas.

Estados Unidos también emitió señales contradictorias: no querían pedir la destitución de un presidente que había sido electo hace apenas un año, pero le habían estado advirtiendo que escuchara a su pueblo. Sin embargo, Obama no quiso llamar "golpe de Estado" al derrocamiento de Morsi aunque el ejército haya intervenido en el cambio de presidente y en la suspensión de la constitución, lo que cumple perfectamente los requisitos de un golpe de Estado. La cuestión semántica tiene orígenes políticos: Estados Unidos quiere conservar su influencia sobre las fuerzas armadas de Egipto y si califica sus actos como un golpe de Estado, se vería obligado a retirar su apoyo militar, que normalmente ronda los 1,200 millones de dólares al año.

El asediado presidente de Siria, Bachar al Asad, recibió un respiro gracias al golpe de Estado contra la Hermandad Musulmana, ya que este grupo forma gran parte de la oposición a su propio régimen militar. Al Asad declaró que este es el fin del Islam político e ignora alegremente el hecho de que sus propios aliados en el exterior son Irán y Hezbolá .

Los críticos de la Hermandad consideran que el derrocamiento de Morsi —junto con la transición política en Qatar y hasta las protestas en Turquía— son el fin de una era para los islamistas. Por su parte, la Hermandad considera que este es un revés temporal con el antecedente de que en Turquía también hubo golpes militares sucesivos. La cuestión es si Egipto y otros países de la región podrán satisfacer a un movimiento que ya no es mayoría pero sigue siendo la fuerza política mejor organizada en muchos países o si una vez más se verá orillada a la clandestinidad .

Las opiniones recogidas en este texto pertenecen exclusivamente a Jane Kinninmont.

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