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OPINIÓN: 'Breaking bad', el 'mal necesario' que no queremos que acabe

La exitosa serie refleja el momento de decadencia que vive la sociedad actual y cuestiona sobre los límites para alcanzar metas
lun 23 septiembre 2013 02:48 PM
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Nota del editor: Gene Seymour es crítico de cine y escribe sobre música y cultura para publicaciones como The New York Times, Newsday, Entertainment Weekly y The Washington Post.

(CNN) — Ahora que casi termina, recordemos cómo empezó todo.

Breaking Bad es la historia de un maestro de química de preparatoria que descubre que padece cáncer de pulmón. No es que haya un buen momento para recibir esta clase de noticia, pero para este hombre, el momento no podría haber sido peor: su esposa está embarazada, tiene un hijo con discapacidad y su situación económica es tan desesperada (¿mencioné que es maestro en una preparatoria pública?) que su esposa y su hijo quedarán en la miseria cuando muera. Entonces hizo precisamente lo que tú o yo habríamos hecho en esas circunstancias: incursionar en el floreciente mercado de las metanfetaminas .

Te preguntas muchas cosas: ¿Qué clase de país —especialmente uno que supuestamente es civilizado y avanzado tecnológicamente, como Estados Unidos— pondría a alguno de sus ciudadanos en un predicamento como este?

Aún hay representantes debidamente electos que están dispuestos a poner en coma al gobierno de ese país hasta que provoquen la derogación de unas medidas relativamente menores que se promulgaron para ampliar el acceso de sus ciudadanos a los servicios de salud.

Partamos de que el maestro en cuestión es un personaje imaginario, un hombrecito triste que está afectado por el barbarismo situacional, lo que le puede dar sentido a todo. Sin embargo, mucho antes de que Obamacare adquiriera popularidad, todos los estadounidenses podían reconocer que el acorralamiento de este hombre podría ocurrirles a ellos.

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Ah, pero imaginen un argumento con un sentido más libertario. Aunque traficar metanfetaminas es algo muy malo, el que este pobre inocente pudiera usar sus recursos como químico para conseguir el dinero suficiente para pagar el tratamiento solo demuestra que no necesitas de servicios de salud con subsidios del gobierno. Y, si entre las víctimas de esta situación hay agentes de las fuerzas de seguridad, convictos ejecutados, pasajeros inocentes de dos aviones comerciales y miles de desafortunados adictos en dos continentes, bueno, pues esto es lo que se llama mala suerte.

Además, existen muchas maneras en las que los estadounidenses pueden tomar la iniciativa de encontrar la forma de salir de esa clase de dilemas que no necesariamente incluyan la muerte violenta ni la autodestrucción. Al menos no necesariamente.

Eso, como cualquiera que haya puesto atención a Breaking Bad te puede indicar, suena exactamente a algo que Walter White habría dicho .

Sin importar cual sea tu postura sobre los servicios de salud —o sobre cualquier otra cosa—, Breaking Bad ha podido reblandecer y cimbrar el piso en el que caminas más de lo que crees. Desde Los Soprano (que para mí es la única serie parecida en esta era dorada de las series de la televisión por cable) no había habido una serie dramática que nos observe tan intensamente —y casi tan ferozmente— como nosotros la vemos.

¿Recuerdan como nos hacían sentir toda clase de cosas sobre la lucha del psicológicamente lastimado Tony Soprano por reconciliar el rol de un hombre de familia devoto con el de un empresario criminal desalmado en pleno auge económico de principios de siglo?

¿Acaso ahora nos debatimos entre la lástima y el desprecio ante los errores y los intentos ahora fallidos de Walter White —un hombre discapacitado moralmente— por mantener con vida, con bien y felices a todos los que lo rodean en medio de sus sórdidas maquinaciones? ¿Acaso su sombría negociación con las opciones cada vez más limitadas nos indican lo que nos depara la "Nueva Normalidad"?

Tal vez o tal vez no. Esa pregunta nunca se nos hubiera ocurrido al ver una serie de detectives hace 50, 40 o hasta 30 años, cuando Hill Street Blues introdujo la comedia negra y la ambigüedad moral en los melodramas policiacos.

Breaking Bad nunca ha pretendido abiertamente explicar la forma de vida que llevamos ahora. Las mejores obras de arte y de la literatura nunca tienen que hacerlo. Simplemente hacen contacto.

Cuando observamos a Bryan Cranston (a quien he definido como el mejor actor vivo desde la segunda temporada del programa) habitar dentro del alma en descomposición de Walter White mientras intenta explicarlo todo, nos sentimos fascinados y asombrados por su desorientación, su monstruosidad y la factibilidad.

Ya sea al ver pasivamente a un adicto morir ahogado por su propio vómito, al ver cómo concibe la explosión de una casa de retiro para eliminar una amenaza a su supervivencia o al ver cómo manipula a su compañero, Jessie (Aaron Paul, que algún día revivirá al heroico detective privado), para evitar que sospeche que intentó matar a un niño, Walt logra explicarlo todo, convencerse —a sí mismo y a nadie más (y mucho menos a los espectadores)— de que hace todo lo posible para sacar lo mejor de una mala situación.

Llámenlo impulso o como quieran, inventar excusas o, mejor aún, negación total. La negación es la verdadera adicción de Walt. Más que la "persuasión color azul cristal" que Walt cocina, más que la ricina que amenaza con usar, la negación es la mezcla satánica y tóxica que permea la narrativa de Breaking Bad. Quienes niegan son peores que quienes explican cuando se trata de facilitar o validar las actividades horripilantes.

No obstante, en las cinco temporadas de Breaking Bad ha habido ocasiones en las que una pequeña parte de nosotros apoyó a Walt para que de alguna forma mejorara las cosas aunque fuera con su propio estilo retorcido, como si no pudiéramos creer o aceptar que cualquier persona que se encontrara en la misma situación se sometería a un alter ego tan amenazador y mortífero como Heisenberg, el Rey de la Metanfetamina .

Desde una distancia prudente lo juzgamos como lo haríamos con cualquier sociópata. Sin embargo, eso es demasiado fácil en vista de que él es un desastre. Además, la aparente normalidad de Walter White nos hace cuestionarnos más de lo que él se cuestiona a sí mismo.

La pregunta honesta y abrumadora: ¿Qué parte de la enfermedad de este cretino llevamos dentro? ¿Qué tanto estamos dispuestos a permitir o ignorar solo para sacar el máximo provecho de nuestras vidas generalmente imperfectas?

Me gusta pensar que no me acercaría ni remotamente al lado oscuro de Walt y estoy seguro de que la mayor parte del público de Breaking Bad opina igual. Pero así como Tony Soprano se volvió nuestro sustituto perverso para lanzarse por los objetos codiciados de la época de la prosperidad, Walter White es el temido espectro de la era de la decadencia, toma una decisión terrible tras otra, mientras el legado de cadáveres y de excusas espantosas lo acorrala y lo lleva a lo que promete ser una revelación demoledora.

Por eso estamos ansiosos de saber cómo termina todo.

Las opiniones recogidas en este texto pertenecen exclusivamente a Gene Seymour.

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