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OPINIÓN: El valor de mantener la privacidad crece en la era de internet

Gobiernos, ciudadanos y empresas deben afrontar los retos de la digitalización, como el uso indebido de las bases de datos
lun 25 noviembre 2013 01:23 PM

Nota del editor. María Elena Meneses es académica e investigadora del Tecnológico de Monterrey. Se especializa en medios, Internet y cultura digital. Puedes seguirla a través de su cuenta de Twitter: @marmenes .

(CNNMéxico) — Con cada nuevo usuario conectado, con cada nuevo dispositivo móvil y con cada mejora en las conexiones y velocidad de Internet, el tráfico de datos en el mundo aumenta y el volumen de información almacenada parece ser infinito.

Tendencias de gustos de los usuarios en una red social, tuits de emergencia y reconocimiento facial de personas articulan bases de datos que presentan grandes retos para las empresas, gobiernos y ciudadanos. Así nació el concepto de Big Data, que de acuerdo con la empresa IBM se caracteriza por las tres V: volumen, variedad y velocidad.

El 90% de los datos que existen hoy en día han sido creados en los últimos dos años, según IBM. Esto nos da una idea del volumen de datos como resultado del avance tecnológico. ¿Quién crea esos datos? Nosotros, cada que accedemos a un sitio, enviamos un tuit, apretamos el botón "me gusta" o cada que pasamos una aduana en un aeropuerto. Las empresas tecnológicas e incluso algunas universidades han invertido conocimiento y enormes cantidades de dinero en mecanismos para procesar esos inmensos volúmenes de datos.

Los datos personales —esa huella imborrable que dejamos cada vez que accedemos a la red— son sin duda un activo que favorece el consumo y dinamiza los mercados. Algunos científicos señalan que los datos pueden contribuir a predecir desde comportamientos del consumidor, hasta enfermedades y epidemias. Sin embargo, el que estos datos escapen al control de las personas una vez que están en la red es también motivo de preocupación.

Que datos personales de ciudadanos mexicanos, paraguayos, argentinos y chilenos aparezcan en un sitio de Internet como buscardatos.com , de forma gratuita y sin nuestro consentimiento, no solo es un delito sino una afrenta a un derecho fundamental: la privacidad . En el caso de México, esos datos presuntamente corresponden a bases de datos del Instituto Federal Electoral (IFE), lo cual es aún más grave porque se  trata de una filtración desde la instancia autónoma descentralizada que organiza las elecciones en el país, a la que todo ciudadano debe dar sus datos para ejercer su derecho al voto y tener una credencial que además es identificación oficial.

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Buscardatos.com no es el primero ni será el último sitio en ofrecer datos personales, ni el IFE el único organismo del que se fugue información, pero esto es una alerta que revela una situación preocupante: la escasa escrupulosidad de los gobiernos, los organismos y las empresas con el cuidado de los datos personales. También alerta que la tecnología está sobrepasando a los propios usuarios de la red , los cuales cada vez tienen menor control de su privacidad. Además la realidad podría estar rebasando a los actuales mecanismos de protección de datos personales, cuya finalidad es proteger a las personas de injerencias arbitrarias en su vida privada.

En la era post Internet nuestra información personal es vertida a la red por nosotros mismos y de diversas formas. La damos a cambio de algún servicio como obtener una cuenta de correo electrónico o para pertenecer a una red social. Entregamos  nuestro nombre, origen, edad y hasta información más sensible como ideología y  orientación sexual —datos que nadie garantiza que no puedan ser causa de discriminación en algún momento de nuestra vida, para conseguir un trabajo o incluso atención médica—.

Otra forma en la que vamos dejando huella en la red es mediante nuestras rutas de navegación; gracias a software específico vamos creando un perfil de nosotros mismos con base en lo que buscamos. Una tercera forma sería la información que debemos dar a los  gobiernos e instituciones bancarias a cambio de tener una identidad oficial, servicio médico o para realizar transacciones.

No es exagerado decir que en la medida en que digitalizamos nuestra vida, perdemos cada vez más el control. Por ello se vuelve cada vez más necesario un contrato social para proteger este derecho fundamental. Empresas, gobiernos, legisladores y ciudadanos debemos afrontar los retos que nos impone la digitalización de manera responsable y colaborativa.

Informes de transparencia como los que hacen empresas tecnológicas desde hace un par de años —como los de Google y Apple— se vuelven cada vez más necesarios.  Aunque estas empresas deben predicar con el ejemplo y no solo decirnos las peticiones de información que hacen los gobiernos, sino señalar cómo usan ellas los datos de sus usuarios , los cuales tienen un enorme valor cuantificable para los anunciantes. Los avisos de privacidad de muchas empresas digitales parecen estar hechos a la medida para no ser consultados por la extensión y la escasa accesibilidad de los términos. ¿Cuántos de nosotros las leemos antes de apretar el botón "acepto los términos"? Considero que muy pocos. A los gobiernos corresponde que en todas sus instancia se establezcan y cumplan estándares de protección de datos.

La tecnología corre más rápido que el conocimiento sobre sus efectos, es por ello que se torna urgente monitorear la efectividad de la aplicación de la ley de protección de datos personales en posesión de particulares, cuya autoridad garante en México es el Instituto Federal de Acceso a la Información y Protección de datos (IFAI).

Los ciudadanos también tenemos un papel importante: cuidar y controlar de manera responsable nuestros datos, sobre todo aquellos sensibles o íntimos. Los ciudadanos tenemos derecho al Acceso, Rectificación, Cancelación y Oposición de nuestros datos personales, conocidos en conjunto como derechos ARCO.

Más que nunca es necesario crear conciencia del valor de la privacidad en una sociedad en la que pareciera que cada vez hay menos cabida para la intimidad.

Las opiniones recogidas en este texto pertenecen exclusivamente a María Elena Meneses.

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