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OPINIÓN: Juan Pablo II, canonizando al último héroe del catolicismo

Carol Wojtyla fue glorioso y provocó la ilusión de una Iglesia sólida y segura, fue un héroe de una institución que se tambalea
mié 23 abril 2014 09:59 AM

Nota del editor: Bernardo Barranco V., sociólogo de religiones. Escribe en La Jornada y colabora con la revista Proceso. Tiene un programa en el Canal 11 de México, titulado "Sacro y Profano" que analiza socialmente las creencias religiosas. Difunde sus artículos en el blog http://bernardobarranco.wordpress.com

(CNNMéxico)— El periódico italiano La Stampa, publicó en marzo de 1992 declaraciones de Mijaíl Gorbachov, exlíder del Partido Comunista de la desaparecida URSS, en las que revela: "ahora se puede decir que ninguno de los acontecimientos políticos de Europa del este habrían podido ocurrir jamás sin la actividad política de este papa". Por supuesto se refería a Juan Pablo II (1920-2005), quien fue un factor determinante en el derrumbe socialista de Europa del este. El pontífice polaco cambió el rostro geopolítico de Occidente a finales del siglo XX.

Carol Wojtyla es canonizado porque es el último héroe de la fe de un catolicismo que hoy se tambalea. Su pontificado fue glorioso y en cierto sentido provocó la ilusión de una Iglesia sólida, segura, portadora de orientaciones civilizatorias definitivas. Una Iglesia planetaria y viajera con capacidad de convocatoria así como contundencia mediática sustentada en el innegable carisma de Juan Pablo II.

Hoy, ahogada en sus crisis internas, asediada por escándalos, tanto de pederastia como de opacidad financiera, la catolicidad se apresta a canonizar a un protagonista de una Iglesia triunfalista que llegó a colocarse en la centralidad del poder mundial. Hay un gesto de nostalgia y melancolía entre los sectores conservadores, ahora huérfanos, que tuvieron en Juan Pablo II su baluarte.

Juan Pablo II, un papa polaco

Sin entender Polonia, difícilmente se puede apreciar el pontificado de Juan Pablo II. El catolicismo polaco era parte central de la identidad popular y nacional que resistía las imposiciones secularistas de los regímenes socialistas del siglo XX. Hay una gran dosis de mesianismo y heroicidad en Wojtyla propia del carácter que la Iglesia polaca adoptó frente al totalitarismo y a la colindancia inevitable con la Rusia zarista primero y con la URSS después.

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Por ello, al principio Juan Pablo II fue muy difícil de analizar. De hecho fue un papa desconcertante, muy difícil de clasificar con las tradicionales categorías ideológicas progresista/conservador. Marcado por la dualidad, desde el inicio de su mandato confirma El Vaticano, sin embargo, en la práctica tomó decisiones contrarias que minaron su aplicación. Considerado en Europa del este como un ídolo, en la Europa occidental muchos lo catalogaron conservador.

Juan Pablo II fue un papa de facetas contradictorias. Utilizó, por ejemplo, las técnicas más modernas de comunicación para manifestar posturas tradicionales, y hasta rigoristas, en el plan ético. Fue un abierto defensor de los derechos Humanos pero nunca ocultó su rechazo categórico a las reivindicaciones feministas. Rigorista y hasta represor contra los teólogos progresistas como la teología de la liberación. Juan Pablo II insistía en que sus viajes eran pastorales y espirituales, pero en realidad resultaban políticos.

Un papa intelectual en sus encíclicas de lenguaje inaccesible para las grandes mayorías, se presenta ante las masas del Tercer Mundo como un líder con rasgos populistas que conmueve las emociones y las energías de las poblaciones visitadas. Un pontífice muy abierto en lo social, sensible ante la pobreza e injusticia, pero muy inflexible en el plano doctrinal tradicional, que no tolera ningún tipo de exploración, y menos innovaciones.

Juan Pablo II gobernó la Iglesia desde sus viajes. Cuando visitaba un país, se detenía el reloj social, político y mediático. Se convertía en un actor global que incidía en lo local y posicionaba con maestría los intereses y la agenda de las Iglesias locales. Sin embargo, centralizó en extremo las decisiones de las Iglesias nacionales y el poder de la curia creció desmedidamente.

Los nuevos obispos fueron elegidos para obedecer y ejecutar las directrices comandadas desde Roma, lo que a la larga tuvo un efecto boomerang ya que se debilitaron y burocratizaron las diversas Iglesias nacionales. En suma, desde 1978, el papa Wojtyla restauró con firmeza el mando de la silla de Pedro. Afirmó, siguiendo el modelo polaco, la centralidad pontifical romana. A partir de sus continuos viajes se convierte en actor de las realidades locales. Preservó la identidad imponiendo disciplinas. Su talante polaco marcó el rumbo de su pontificado caracterizado por su mesianismo popular y anticomunista.

La 'crónica de una canonización anunciada'

Desde su muerte, la corte curial decidió su pronta canonización. Heroico hasta en su larga agonía, los principales actores en Roma reconocen en Juan Pablo II un modelo; las diversas corrientes romanas pactan por un pontificado de continuidad y de transición: la persona idónea fue Joseph Ratzinger. El largo pontificado de Juan Pablo II fortificó la corriente de una Iglesia más política, triunfalista e imperial, la cual estuvo manejada, sobre todo, por el astuto cardenal Angelo Sodano, su secretario de Estado que, como todos sabemos muy bien, fue un actor muy amigo de personajes como Augusto Pinochet y Marcial Maciel. Incluso hay nuevos testimonios que demuestran que Sodano se dejó corromper por Marcial Maciel. Este sector es el más nostálgico y empeñado en exaltar en los altares de la santidad de Wojtyla.

La crisis mundial de pederastia provoca que la curia se enfrente por la conducción de la Iglesia bajo el débil pontificado del sufrido Benedicto XVI. Vatileaks, documenta las fisuras y las rupturas del pacto conservador, que posibilita el ascenso del papa Francisco, venido del Tercer Mundo, de América Latina. La canonización es un proceso inevitable, pero con sagacidad Francisco incrusta la santificación de otro pontífice, Juan XXIII (1891-1963), el papa del Concilio.

Bergoglio, incluso se brinca protocolos del proceso canónico para equilibrar un espectáculo eclesiástico en que solo brillaría la nostalgia por la burbuja triunfalista que heredó el papa Wojtyla. La presencia del papa bueno, Giuseppe Roncalli, conlleva un mensaje de equilibrio entre dos modelos de Iglesia. Uno que se abre y entra en búsqueda de lo sagrado con el mundo moderno que es el espíritu del Concilio y otro, el de Juan Pablo II, que reafirma la centralidad de la Iglesia desde la perspectiva del carisma y el poder que Leonardo Boff, teólogo brasileño, dibujó muy bien.

Juan Pablo II no entra solo al panteón de los santos. Juan XXIII es un papa pastor frente a una especie de napoleón eclesiástico, es su álter ego, no solo de Juan Pablo II, sino de un proyecto eclesial eclosionado que añora el glamour perdido. Pero los contrapesos no corren solo a cargo de Roncalli sino del propio Francisco. El papa argentino es el fiel de la balanza, tiene en sus hombros el desafío de enderezar una nave a la deriva. Aunque se enojen los obispos polacos y la realeza eclesiástica conservadora, el hecho de no rendirle culto solo a Wojtyla, es una señal positiva.

Las opiniones recogidas en este texto pertenecen exclusivamente a Bernardo Barranco V.

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